Tribuna:ELECCIONES 25M | Último día de campaña

Misterios de campaña

El autor sostiene que después del día de reflexión, todo puede suceder en los comicios municipales y autonómicos, hasta podría ser que acertaran los oráculos

Cuando queremos algo, empleamos fuerzas y gastamos energías en conseguirlo. Cuando fracasamos lo pasamos mal y nos sentimos incompetentes. En general, nos gusta que todo lo que hacemos tenga alguna repercusión a nuestro alrededor. Si saludamos a alguien por la calle y no contesta, levantamos el brazo y el camarero no nos ve, intentamos abrir una puerta y nos quedamos con el picaporte en la mano, terminamos sintiéndonos como un molusco en la playa a la espera de que la marea nos lleve de un sitio para otro. El Prestige movilizó muchas simpatías y a muchos voluntarios, pero continúa donde...

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Cuando queremos algo, empleamos fuerzas y gastamos energías en conseguirlo. Cuando fracasamos lo pasamos mal y nos sentimos incompetentes. En general, nos gusta que todo lo que hacemos tenga alguna repercusión a nuestro alrededor. Si saludamos a alguien por la calle y no contesta, levantamos el brazo y el camarero no nos ve, intentamos abrir una puerta y nos quedamos con el picaporte en la mano, terminamos sintiéndonos como un molusco en la playa a la espera de que la marea nos lleve de un sitio para otro. El Prestige movilizó muchas simpatías y a muchos voluntarios, pero continúa donde estaba y las rocas siguen pareciendo carbón. La guerra de Irak provocó manifestaciones multitudinarias y un caudal de indignación creativa que hacía tiempo no se veía ni se esperaba. Pero la guerra se hizo con todas sus consecuencias, unas consecuencias que todavía continúan. ¿Cómo es posible, entonces, que sigamos teniendo la sensación de fuerza, de que podemos cambiar las cosas, de que somos muchos y de que podemos más? Primer misterio.

En los tiempos actuales las lealtades de partido están en baja, los temas de debate de la campaña tienen poca credibilidad
El Mestalla como símbolo del principio de una época y como adelanto del fin de la misma
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Podría ser que el objetivo externo fuese reparar la catástrofe y evitar la violencia inútil, pero que además hubiera otra cosa. También queríamos sentir que había muchos como nosotros, que no estábamos aislados y que no éramos bichos raros, que el potencial de protesta es enorme y la necesidad de cambio social, no forzosamente de partido político, es un sentimiento muy compartido. Si fuera así, la interpretación sería muy distinta a la que se está haciendo estos días, el panorama presentaría una sociedad altamente movilizada, pero frustrada en sus objetivos manifiestos. Entonces, más que un misterio, tendríamos un problema muy serio, un desafío importante para el próximo gobierno que no quiera ver lo que está pasando.

En contra de lo esperado, de la expectativa de un voto de castigo por la frustración, las encuestas perciben con más o menos ganas un triunfo del Partido Popular. Segundo misterio. Claro que tampoco lo es, porque en este caso la necesidad de cambio va más allá de la lógica tradicional de partido. Podría significar dos vueltas más en la sartén para freír adecuadamente un resultado final a medio plazo. Como ya se ha dicho, el Mestalla como símbolo del principio de una época y como adelanto del fin de la misma.

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Pero hay algo más en estas encuestas. Una historia clásica entre psicólogos. Por los años treinta, una pareja de chinos recorrió buena parte de los Estados Unidos visitando 66 hoteles y 184 restaurantes. Se negaron a servir a la pareja en una sola ocasión, un simple caso aislado. Seis meses después, unos psicólogos, que siempre somos taimados y un poco bellacos, escribieron a los mismos hoteles y restaurantes preguntando a modo de encuesta si atenderían a clientes chinos. El 92% de los que respondieron dijeron que de ninguna manera, que no lo harían nunca. Moraleja, una cosa es lo que se contesta como opinión y otra muy distinta es lo que se hace ante el caso real. Las encuestas están bien hechas, sin duda, y tienen su significado para valorar la opinión pública, pero la realidad es como la vida misma, siempre añade un toque personal e imprevisible. Después del día de reflexión, todo puede suceder, hasta podría ser que acertaran los oráculos.

Más misterios todavía en estas elecciones. ¿Alguien sabe quiénes son los candidatos? Al comienzo de la campaña, los datos indicaban que eran poco conocidos. Ahora la cosa es distinta, después de trabajar mucho por su parte, hay más gente que ya está enterada. Es decir, que si se los cruza por la calle, algo bastante improbable, sería capaz de reconocerlos. ¿Es suficiente con esto para confiar o identificarnos con ellos? En los tiempos actuales las lealtades de partido están en baja, los temas de debate de la campaña tienen muy poca credibilidad, porque todos tenemos la sensación de que asistimos a unas rebajas por temporada de los grandes almacenes. Nos quedan los candidatos, la imagen, la confianza que inspiran y su personalidad. Y sobre estos tenemos muy pocos indicios.

Cuando buscamos su biografía, nos encontramos con la edad de nacimiento, los puestos que desempeñó y poco más. Confunden descaradamente la biografía con un simple curriculum. Es imposible saber dónde estudió, en qué tipo de centro y cómo le fue, con quién se casó y a qué edad, cuántos hermanos tiene, a qué se dedicaban sus padres y cosas parecidas. No es un problema de valorar estos datos, sino de tener indicios que nos ayuden a saber a quién nos están presentando. Pero la justificación siempre es la misma, eso pertenece, dicen, a la intimidad del candidato. Según parece, siguiendo una vieja tradición predemocrática, son profesionales, como un médico o un abogado, de los que sólo necesitamos conocer su titulación y su prestigio. Y se equivocan, son representantes, elegidos por nosotros para poner en sus manos cosas que nos importan mucho, por eso necesitamos saber para poder confiar en ellos.

Por el contrario, los ciudadanos somos anónimos, pero no tenemos intimidad. ¿Hay algo más íntimo que entregar miles de millones a alguien, poner en sus manos nuestra educación, nuestra salud, la seguridad, el control de las cuentas bancarias y la posibilidad de vernos implicados en guerras internacionales? Pues nada, la vida de los candidatos sigue siendo un misterio, mientras que a nosotros sólo nos falta hacer un desnudo integral ante las cámaras de la Administración.

Terminada la campaña, iniciada la reflexión y a la espera del jurado popular, sólo nos queda pasear nerviosos por los pasillos y mentideros de la ciudad, comentando los argumentos y la retórica empleada por los defensores de las distintas fuerzas políticas. Al final habrá veredicto y algún partido saldrá victorioso o, al menos, absuelto por falta de pruebas, mientras que otros quedarán obligados al trabajo forzoso de la oposición, un papel que por otro lado no es nada despreciable y tiene toda la dignidad del juego democrático. El análisis que se hace de la campaña es muy simple. Se supone que la Comunidad Valenciana será de Camps, a Pla le faltó el apoyo de la vieja guardia y Ribó se preocupó demasiado de los pactos y poco del programa. Lo único importante ahora es Madrid, para variar. Triste análisis, sin duda.

Menos mal que a nosotros nos quedan los misterios y la película no ha terminado todavía. En la segunda parte quizá nos enteraremos de que Matrix no existe a pesar de las encuestas y que tampoco somos pilas humanas para alimentar de energía la política profesional, que algunos no nacieron en Alicante sino que son de Urano y que para tener futuro tendremos que adoptar o, al menos, seleccionar políticos que merezcan nuestra confianza para no arrepentirnos demasiado tarde. Suerte a todos, a todos nosotros, claro.

El autor sostiene que después del día de

reflexión, todo puede suceder en los comicios

municipales y autonómicos, hasta podría

ser que acertaran los oráculos

Julio Seoane es catedrático de Psicología Social en la Universidad de Valencia.

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