AGENDA GLOBAL | ECONOMÍA

Evitar la 'japonización' de la economía de EE UU

CUENTA BOB WOODWARD en su biografía de Alan Greenspan que a éste no le gusta que le entiendan; prefiere la ambivalencia y el doble lenguaje en sus discursos; cuando lo logra se siente satisfecho. Sus palabras del pasado martes, a la salida de la reunión del comité de mercados abiertos de la Reserva Federal (Fed) -que Greenspan preside- fueron ambiguas, pero menos. Dijo al menos dos cosas: que existía el peligro de una caída de los precios (no pronunció la palabra "deflación") y que la economía estaba más débil de lo que podía esperarse tras el fin de la invasión de Irak.

Los republicano...

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CUENTA BOB WOODWARD en su biografía de Alan Greenspan que a éste no le gusta que le entiendan; prefiere la ambivalencia y el doble lenguaje en sus discursos; cuando lo logra se siente satisfecho. Sus palabras del pasado martes, a la salida de la reunión del comité de mercados abiertos de la Reserva Federal (Fed) -que Greenspan preside- fueron ambiguas, pero menos. Dijo al menos dos cosas: que existía el peligro de una caída de los precios (no pronunció la palabra "deflación") y que la economía estaba más débil de lo que podía esperarse tras el fin de la invasión de Irak.

Los republicanos americanos no tienen ningún dogma en política económica. Predican una cosa y hacen la contraria. Pasó con Reagan y ahora está ocurriendo con Bush. Para salir del estancamiento utilizan cualquier herramienta a mano. ¿Bajar los tipos de interés?, pues se reducen al 1,25% (por ahora) y se ponen en los niveles mínimos desde hace más de 40 años. ¿Política presupuestaria para alegrar la demanda?: bajan unos impuestos, se eliminan otros y se aumentan los gastos de seguridad y defensa hasta donde sea preciso. El dogma del equilibrio presupuestario se deja para países ricos y sin necesidades como España. ¿Se precisa aún más madera?: se deja caer el dólar respecto a las demás monedas, al tiempo que se reitera, retóricamente, la política de un dólar fuerte.

Greenspan habla de caída de precios; el portavoz de la Casa Blanca pronuncia explícitamente el concepto fatídico de deflación, y la mayoría de los economistas no cree que ése vaya a ser el problema principal en EE UU

Pese a la combinación de todos estos factores y del entusiasmo generado en consumidores y empresarios por el fin del conflicto bélico y por las esperadas plusvalías de la reconstrucción de Irak (en la que la ex empresa del vicepresidente Cheney sigue ganando contrato tras contrato, sin concurso público alguno), la coyuntura no se encuentra fina. Los últimos datos de producción y desempleo (ha crecido al 6%) siguen decepcionando.

En este contexto, multiplicado por la caída del precio del petróleo, es en el que ha surgido el fantasma de la deflación. Lo peor, decía Keynes. Greenspan no la mencionó con su nombre, pero sí lo hizo el portavoz de la Casa Blanca, Ari Fleischer, un día después, para añadir que estaban estudiando el método de "evitar la japonización de la economía americana". Los economistas de la Fed entregaron al comité de gobernadores de la misma, el pasado mes de junio, un informe titulado Prevenir la deflación: lecciones de la experiencia de Japón en los años noventa.

La deflación es un proceso económico caracterizado por la caída generalizada de los precios y que da lugar a una reducción de la demanda de bienes y servicios. Si tiene lugar en un país extraordinariamente endeudado como EE UU, la situación puede llegar a ser explosiva. Hace cinco años, Alan Greenspan ya mencionó en un discurso el concepto de deflación, con lo que el debate quedó abierto en una sociedad en la que las generaciones que mandan han crecido en la lucha contra la subida descontrolada de los precios.

No todos los economistas y expertos creen que la deflación vaya a ser el primer problema económico del país. Al fin y al cabo, la inflación subyacente (excluidos los productos más volátiles, como los alimentos y la energía) se encuentra en EE UU en el 2%. Pero la llamada de atención de Greenspan ha sido significativa porque, además, llega en el momento en que la Cámara de Representantes y el Senado tratan de ponerse de acuerdo en la cantidad de centenares de miles de dólares que han de reducirse de los impuestos. La primera, más cercana a los cálculos del presidente Bush, acepta los 550.000 millones de reducción durante los próximos 10 años, mientras que los senadores los reducen en más de 200.000 millones y algunos de sus representantes se oponen a la eliminación del impuesto sobre las plusvalías. El presidente de la Fed, que ha conseguido ya la reelección para otro mandato -si acepta-, es contrario a un crecimiento tan importante del déficit. Al fin y al cabo es un ortodoxo que va a aplicar una política económica bastante heterodoxa.

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