Columna

La Religión

Cuando éramos niños, en los últimos años del franquismo, las procesiones eran, en la mayoría de los sitios, algo así como una costumbre beata en decadencia. Nos daban miedo, no sólo por los Cristos crucificados y las vírgenes sufrientes, sino por las mujeres de negro que cantaban con la cadencia de un coro de muertas y que compartían el dolor de las esculturas. Aunque la primera reacción de los niños traviesos era reírnos, cuando el trono se acercaba sentíamos un estremecimiento provocado por no entender que alguien llorara por una estatua. ¿Es que dentro de la figura había alguien? Era difíci...

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Cuando éramos niños, en los últimos años del franquismo, las procesiones eran, en la mayoría de los sitios, algo así como una costumbre beata en decadencia. Nos daban miedo, no sólo por los Cristos crucificados y las vírgenes sufrientes, sino por las mujeres de negro que cantaban con la cadencia de un coro de muertas y que compartían el dolor de las esculturas. Aunque la primera reacción de los niños traviesos era reírnos, cuando el trono se acercaba sentíamos un estremecimiento provocado por no entender que alguien llorara por una estatua. ¿Es que dentro de la figura había alguien? Era difícil imaginar que muerto Franco los actos religiosos adquirieran esa relevancia que hoy tienen; difícil concebir que dada la presencia asfixiante de la Iglesia en vida del dictador no se colocara a esa institución en su justo lugar. Me di cuenta de mi propio desfase cuando hace unos años vi pasar en Málaga el desfile semanasantero de la Legión. Pensaba que sólo asistirían algunos abuelos nostálgicos: qué va, en el público se apiñaba el colmo de la modernidad. Vaya por Dios, qué poco olfato tenemos algunos para saber dónde está la vanguardia. Y es que los actos religiosos optaron por la coartada cultural (con la cultura hemos topao), y se hizo el milagro: los amantes de las procesiones se multiplicaron. Algunos creemos que los políticos no deberían hacer gala de sus creencias, porque también nos representan a los no creyentes o a individuos de otras religiones. Y acabamos la Semana Santa pensando secretamente que hay un empacho de Dios, de retransmisiones religiosas, pero no lo decimos, seríamos acusados de atacar una tradición. Pero hay algo urgente que no debemos callar y éste es el momento: es inconcebible que el alumnado de la escuela pública vaya a tener que elegir entre Religión o Hecho Religioso. ¿Por qué Religión? Inconcebible esa presencia de la Iglesia en la escuela que todos pagamos. A qué santo mantener semejante privilegio. La fe es privada. Lo tienen que entender los políticos que, o no se atrevieron a romper esos lazos, como le ocurrió a los del PSOE, o, como le ocurre a los del PP, cultivan unos lazos estrechísimos. La asignatura pendiente de la escuela pública es que no haya Religión. Ya hubo bastante, ¿es que no se acuerdan?

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