Crítica:

De Auster para el cine mudo

Se diría que sí, que esta vez va en serio. El libro de las ilusiones es la nueva y esmerada novela del autor de la impagable Trilogía de Nueva York, sin trampa ni cartón ni ardides de marketing ni maniobras editoriales. Desde la aparición de Mr. Vértigo (1994), va para una década, Auster se ha ido sacando de la chistera lo que le ha venido en gana con tal de mantener en vilo a sus lectores que, esperando su nueva gran novela, habían de conformarse con brillantes menudencias y zarandajas, algunas muy apetitosas, sí, pero convertidas todas, a ojos de quienes no valora...

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Se diría que sí, que esta vez va en serio. El libro de las ilusiones es la nueva y esmerada novela del autor de la impagable Trilogía de Nueva York, sin trampa ni cartón ni ardides de marketing ni maniobras editoriales. Desde la aparición de Mr. Vértigo (1994), va para una década, Auster se ha ido sacando de la chistera lo que le ha venido en gana con tal de mantener en vilo a sus lectores que, esperando su nueva gran novela, habían de conformarse con brillantes menudencias y zarandajas, algunas muy apetitosas, sí, pero convertidas todas, a ojos de quienes no valoran lo suficiente la condición heterogénea y transversal del talento de Auster, en un efecto placebo. Después de su poética de bolsillo, El cuaderno rojo (1995), publica en forma de libro sus guiones de cine Smoke y Blue in the Face (1995) y aparecen sus apuntes autobiográficos de A salto de mata (1997) y el guión de Lulú on the Bridge (1998) -se acostumbraba el lector a leer las películas de Auster y a tener que imaginarse sus novelas-. Luego llegarían la nouvelle Tombuctú (1999), cuyas elucubraciones caninas supieron a poco, la antología de artículos, ensayos y entrevistas Experimentos con la verdad (2001), que dicho sea de paso incluía textos ya aparecidos en castellano, como El cuaderno rojo, y su edición de los relatos verídicos de la vida americana que espigó de su programa de radio y que publicó con el título de Creía que mi padre era Dios (2001).

EL LIBRO DE LAS ILUSIONES

Paul Auster

Traducción de Benito Gómez Ibáñez

Anagrama. Barcelona, 2003

338 páginas. 16 euros

Visto el panorama, a nadie le

hubiera extrañado que su próxima entrega fuese una edición de su poesía completa -si tenemos la de Updike, ¿por qué no la de otro narrador como Auster?- o la traducción de su ensayo sobre Sir Walter Raleigh, pero sólo cabe ahora congratularse, porque en esta historia de sonrisas y lágrimas que acaba de traducirse y que, adelantémoslo, no es su novela más inspirada, Auster guisa a fuego lento casi todos los ingredientes de su obra para presentarle al lector un plato de enjundia. Del mismo modo en que en Leviatán (1992) Peter Aaron es el biógrafo del difunto Benjamin Sachs, El libro de las ilusiones es la biografía del mostachudo y apuesto cómico Héctor Mann, héroe del cine mudo de los felices veinte, compuesta por un profesor de literatura de Vermont, David Zimmer, caído en la bebida y la depresión desde que su familia estallara en pedazos a bordo de un avión. Un día Mann hizo reír de nuevo a Zimmer desde su universo de celuloide en blanco y negro ("rompió la cáscara que me envolvía"), y el profesor se obsesionó en ver todas las cintas del latin lover de Hollywood y escribir la vida del actor a quien acabará conociendo en su rancho de Nuevo México, entre femmes fatales y enanos sordomudos, pero no sin antes padecer tribulaciones que no desentonarían en las películas del propio Mann. Como ven, aquí están de nuevo las cajas chinas de Auster, las historias engastadas en otras historias de una novela hipertextual, los conflictos de identidad, las desapariciones y mistificaciones, la atmósfera enigmática y el escritor protagonista de estas memorias fingidas cavilando qué demonios hace en el mundo, "enloquecido por la soledad" como decía estar Nashe en La música del azar. Léase la novela como ficción existencial y ejercicio de reflexión en torno al amor, la mitomanía y la creación, véase el blanco del cine iluminando el negro que consume a Zimmer en su infierno particular, y entiéndase como homenaje de un cinéfilo al cine mudo, como lectura astuta del género de la biografía de ficción vuelta extraña catarsis, en la estela de Herzog o La verdadera vida de Sebastian Knight, en fin, como imagen del arte redimiéndonos de la atormentada vida.

Conviene anotar ahora que la impostura arruina los escasos diálogos, que jamás han sido el fuerte del narrador de Brooklyn, que muchas páginas sobre la vida de Héctor se asemejan a un fangal en el que queda atrapado el lector, que venía a buen ritmo desde el arranque de la novela, y que algunas escenas -la aparición de la joven Alma en casa de Zimmer, pistola en mano, en una noche lluviosa- claman al cielo por su estridencia melodramática y su tópica resolución, pero la construcción del personaje del camaleónico Mann debe sin duda ser celebrada, como aplaudidos deben ser los guiños a la vida y la obra narrativa del propio Auster -el azar, la reclusión, los teléfonos, las traducciones del francés- y a los clásicos de la novela negra. El caso es que El libro de las ilusiones dista mucho de ser impecable, pero constata sin asomo de duda el deseo de Auster de no estancarse, y ya nos engolosina con lo que pueda brindarnos su pluma en adelante, augurando nuevos retos en su trayectoria literaria, que con esta nueva novela remonta el vuelo.

LOREDANO

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