Columna

Semana ¿Santa?

En Andalucía, los contrastes entre religiosidad burguesa y popular son tan agudos, que por sí solos expresan casi todo lo que habría que interpretar. De poco valen los pactos de equilibrio transitorio que establecen las formas de una y otra, encaminados a producir una paz simbólica entre concepciones radicalmente distintas. Así, en Semana Santa, el empleo del barroco como envolvente común o nivelador estético, o el tener que hacer todas las cofradías de las capitales la "carrera oficial" y parar delante de las autoridades. En cuanto puedan, cada una de esas formas expresará valores y significa...

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En Andalucía, los contrastes entre religiosidad burguesa y popular son tan agudos, que por sí solos expresan casi todo lo que habría que interpretar. De poco valen los pactos de equilibrio transitorio que establecen las formas de una y otra, encaminados a producir una paz simbólica entre concepciones radicalmente distintas. Así, en Semana Santa, el empleo del barroco como envolvente común o nivelador estético, o el tener que hacer todas las cofradías de las capitales la "carrera oficial" y parar delante de las autoridades. En cuanto puedan, cada una de esas formas expresará valores y significados propios. La gente bien, atrincherada en las hermandades serias o en el mando de algunas muy populares, y bajo el abstruso mensaje de la salvación, en realidad lo que trata de renovar cada año es su papel dominante en la sociedad, como guardadores del orden sagrado. Otra cosa es que el pueblo llano se lo permita, pues tratará a toda costa, y cada vez más, de afianzar su protagonismo, sobre todo en tiempos democráticos, sin disimular para nada otro mensaje mucho más sencillo y ya bien lejos de la teología de la penitencia: el disfrute de la vida, disparado hacia los placeres sensibles, el amor y la belleza humanos, el buen comer y beber... Ello permitirá que antiguas costumbres paganas, ligadas a los ritos de primavera, salgan a la superficie estos días, incluso con un valor de sufrimiento iniciático, cada vez más extendido entre jóvenes participantes, y no precisamente creyentes. En Sevilla, por ejemplo, no es raro encontrar muchachos que nunca pisan un templo, pero que salen de nazarenos (ahora también nazarenas) en dos y hasta tres cofradías, a padecer bajo un disfraz la prueba de integración en la comunidad como miembros anónimos, pero de pleno derecho. De ahí los llantos de estos días, por la oposición de la lluvia a sus deseos.

Los rasgos más populares y paganizantes se acumulan lógicamente hacia el Domingo de Resurrección y el Lunes de Pascua, y se refugian todavía en bastantes pueblos. Así en los huertos de Benadalid, Júzcar o Algatocín (Málaga), veremos "renacer" al Niño Jesús (atención, no al Cristo), una talla escondida entre una exuberancia de hortalizas y macetas de flores, y hallado por su Madre. En Iznate, el mismo Niño es conducido por cuatro niñas, cuatro virgencitas, en remota reminiscencia de antiguos ritos de fertilidad. Éstos serán todavía más notorios en la Fiesta de las mozas del Lunes de Pascua en Villanueva del Duque (Córdoba), donde las solteras cantan y bailan jotas serreñas en torno a una hoguera, la misma que ya vimos en otros lugares cuando las fecundas Candelarias de Febrero. Más un sinfín de giras campestres ese mismo día, para celebrar la resurrección de la naturaleza -que es la que de verdad interesa a la gente-, en torno al símbolo del huevo (Aldeaquemada -Jaén-, Galaroza -Huelva-...), y primeras romerías (Piedrasantas, Los Pedroches)... Sin olvidar uno de los casos más notorios, el Domingo en Castilleja de la Cuesta (Sevilla), donde afloran antagonías familiares irreconciliables, en medio de una regocijante invitación general a comer y a beber. Para qué esperar más. Los curas ya tuvieron su tiempo. Ya mismo es el de la alegría natural, y cuanto más primaria, mejor.

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