Reportaje:EXCURSIONES | SENDA DE VALDENOCHES

Elogio del pino piñonero

Árboles de elegante copa aparasolada asombran a quien rodea este cerro que se alza al sur de Pelayos de la Presa

A los árboles, como a los hombres, se les suele tratar en función de su origen. Hay los autóctonos o nativos de pura cepa, que son objeto de veneración, estudio y protección oficial. Y hay los alóctonos o de fuera, a los que se utiliza para repoblar rápido y barato los lugares que los otros no pueden o no quieren, y ello no sin recelo, porque ya se sabe lo que traen estos extranjeros: plagas, incendios y empobrecimiento del suelo, el sagrado suelo de la patria.

Existen árboles, empero, que se resisten a ese torpe encasillamiento, revelador de una mentalidad cazurra. Árboles cuyo origen ...

Suscríbete para seguir leyendo

Lee sin límites

A los árboles, como a los hombres, se les suele tratar en función de su origen. Hay los autóctonos o nativos de pura cepa, que son objeto de veneración, estudio y protección oficial. Y hay los alóctonos o de fuera, a los que se utiliza para repoblar rápido y barato los lugares que los otros no pueden o no quieren, y ello no sin recelo, porque ya se sabe lo que traen estos extranjeros: plagas, incendios y empobrecimiento del suelo, el sagrado suelo de la patria.

Existen árboles, empero, que se resisten a ese torpe encasillamiento, revelador de una mentalidad cazurra. Árboles cuyo origen es una pura conjetura, más lingüística que botánica: de la ciudad póntica de Kastana pudo venir el castaño; de Kerasos, también junto al mar Negro, el cerezo; de Chipre, el ciprés. O puede que no.

El embalse de San Juan, visto a través de la pinada, es como un pedazo de Mediterráneo

Lo único cierto es que se extendieron por toda la cuenca del Mediterráneo cuando los nativos de buena parte de ella, incluida Iberia, andaban aún en taparrabos. Son árboles cosmopolitas, compañeros de viaje de fenicios, griegos y romanos, testigos de un mundo incipiente en el que la curiosidad, y no el recelo, marcaba la última frontera.

Uno de esos árboles que han acompañado a la civilización en su fecundo vagabundaje, haciendo hoy imposible discernir su área natural de la cultivada, es el pino piñonero. En Madrid forma espléndidos bosques en el suroeste, señaladamente bellos los que rodean el cerro Valdenoches, al sur de Pelayos de la Presa.

Aquí convive con las primitivas encinas poniendo una nota de elegancia clásica -los jardineros de Roma apreciaban la silueta de su copa aparasolada por su rara perfección, casi escultórica- en un paisaje dominado por las aguas del embalse de San Juan, que visto a través de la pinada se nos antoja un pedazo de auténtico Mediterráneo.

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
SIGUE LEYENDO

Para subir al cerro Valdenoches nos acercamos a la depuradora de Picadas, que está a dos kilómetros antes de llegar a Pelayos por la carretera M-501, doblando a la izquierda no más pasar el puente de San Juan.

Enseguida vemos el panel informativo de la senda, que coincide inicialmente con el cordel de la presa de San Juan, una vía pecuaria -asfaltada en sus primeros kilómetros- por la que ascendemos cómodamente durante un par de horas, gozando de una vista cada vez más amplia sobre el caserío de Pelayos, las ruinas del monasterio de Valdeiglesias (1150), el embalse, las graníticas Cabreras y la picuda Almenara, inicio de la sierra de Guadarrama.

Transcurridas esas dos horas -dulces e inolvidables como las dos grandes charcas donde se remansa el arroyo de las Labores y se miran los narcisos pinos piñoneros-, abandonamos la cañada ganadera por una desviación que se encuentra bien señalizada, como el resto de la ruta. Y es una pista que bordea por el oeste la cima del cerro Valdenoches -inconfundible, con su antena repetidora a 902 metros de altura- y baja por la umbría del vecino alto de la Mira en busca de un vivero forestal que se oculta en el pinar, ahora de pino resinero.

Como a una hora del anterior desvío -o tres desde el inicio-, la pista desemboca en la carreterilla de Cadalso a Pelayos, por cuya calzada angosta, sinuosa y emboscada descendemos sin encontrar más tráfico que un rebaño de cabras.

Así, hasta llegar a las afueras de Pelayos, donde un nuevo desvío, marcado con su correspondiente letrero, nos lleva atajando por entre viejos viñedos y chalés -los de la urbanización La Fuenfría- hasta el centro mismo de la población.

En Pelayos, cumplidas cuatro horas de marcha, concluye la senda señalizada. Ya sólo nos resta callejear hasta el polideportivo y buscar por encima de éste una pista de tierra llanísima -la antigua vía del tren del Tiétar- que conduce, pasando junto al monasterio de Valdeiglesias, hasta las inmediaciones del puente de San Juan.

En este último tramo vuelven a acompañarnos, librándonos del tabardillo con su parasol, soberbios ejemplares de pino piñonero. Quizá no sean muy autóctonos; pero elegantes y civilizados, a más no poder.

Cinco horas de primavera

- Dónde. Pelayos de la Presa dista 61 kilómetros de la capital yendo por la carretera M-501 (de Madrid a Plasencia por San Martín de Valdeiglesias). Dos kilómetros antes de la población, se cruza el puente de San Juan, y acto seguido, en el punto kilométrico 50,200, se desvía a la izquierda una pista que conduce a la depuradora de Picadas, donde comienza la senda del cerro Valdenoches.

- Cuándo. Primavera, cuando estos montes se llenan de las flores rosas de los jaguarzos, es la mejor época para efectuar este itinerario circular de 16 kilómetros y unas cinco horas de duración, con un desnivel acumulado de 350 metros y una dificultad media.

- Quién. El Centro de Recursos Naturales y Turísticos Álvaro de Luna (calle del General Martínez Benito, 42; San Martín de Valdeiglesias; teléfono 91 8612933) proporciona información sobre ésta y otras rutas por la zona. Un mapa detallado de la senda puede consultarse en el página de Internet www.sanmartindevaldeiglesias.org

- Y qué más. Aunque la senda está bien señalizada con letreros de madera, conviene llevar la siguiente cartografía para hacerse una idea del terreno: hojas 17-22 y 17-23 del Servicio Geográfico del Ejército o equivalentes (557 y 580) del Instituto Geográfico Nacional.

Archivado En