Columna

Lidiar una guerra

La ministra Ana Palacio ha llegado a Asuntos Exteriores en un momento en que este ministerio tiene especial visibilidad y presencia mediática. No sé si imaginaba cuando llegó, formando parte de la reestructuración ministerial más rápidamente amortizada que se conoce, que le tocaría lidiar una guerra. La señora Palacio no es una política en el sentido profesional de la palabra. Es una mujer activa, que da la cara cuando se le pide, y que no ha aprendido todavía a esconderse detrás de los eufemismos como hacen los políticos profesionales. Siempre he pensado que la presencia de las mujeres en la ...

Suscríbete para seguir leyendo

Lee sin límites

La ministra Ana Palacio ha llegado a Asuntos Exteriores en un momento en que este ministerio tiene especial visibilidad y presencia mediática. No sé si imaginaba cuando llegó, formando parte de la reestructuración ministerial más rápidamente amortizada que se conoce, que le tocaría lidiar una guerra. La señora Palacio no es una política en el sentido profesional de la palabra. Es una mujer activa, que da la cara cuando se le pide, y que no ha aprendido todavía a esconderse detrás de los eufemismos como hacen los políticos profesionales. Siempre he pensado que la presencia de las mujeres en la vida pública favorece la transparencia, la irrupción de las verdades, porque da la sensación de que están menos entrenadas a decir mentiras, quizá porque están menos acostumbradas al ejercicio del poder. El problema es que esta virtud se convierte en defecto para sus propios intereses cuando las verdades son demasiado inconfesables.

Ana Palacio ha dicho, con la ingenuidad del recién llegado a la política, que en el actual momento del conflicto ella ve hechos objetivos alentadores: el precio del petróleo baja y las bolsas suben. Cruda verdad que cualquiera de los hombres que la acompañan en el Gobierno habría disimulado, porque mezclar petróleo, dinero y sangre es escabroso y ofende a la ciudadanía, al tiempo que da la razón a los que piensan que no es la generosidad, sino el interés -afirmación de hegemonía y control de las reservas- lo que mueve a Estados Unidos. Que hay mucha hipocresía por el camino, sin duda; que muchos ciudadanos, si pensaran que de esta guerra dependen el coche y la calefacción se la mirarían de otra manera es, desgraciadamente, verdad. Pero es demagogia presentar las cosas en estos términos que, además, hoy por hoy son falsos. Y es obsceno insinuar que la guerra va bien y que pronto cambiará la opinión de los ciudadanos porque la Bolsa se endereza y porque la caída del precio del petróleo puede bajar los precios en general. ¿Qué propone la señora Palacio? ¿La guerra como medio para reactivar la economía? Seguro que hay colegas suyos que lo piensan, pero no lo dicen. Ella lo dice y, aunque sus palabras resultan ofensivas y confirman la dificultad de la derecha para entender que la gente se mueve por algo más que el dinero, son interesantes porque revelan el sustrato ideológico de quienes hacen y defienden esta guerra.

Sus veteranos colegas, con más mili política, han preferido ir directamente por la vía de la mentira y la manipulación. El argumento que, con la eficacia consignista tradicional del PP, se ha repetido una y otra vez este fin de semana es que el PSOE e Izquierda Unida están detrás de los actos violentos que se han producido al final de alguna manifestación y que el PP está viendo limitada su capacidad de expresión. Lo segundo es un chiste, y confirma que el victimismo es una enfermedad automática que sufre todo partido cuando le entra el vértigo de la derrota o el retroceso. Que un partido que tiene el poder ejecutivo y mayoría en el legislativo, y que controla los medios de comunicación públicos y parte de los privados con mano de hierro se presente como víctima que no puede expresar y difundir libremente sus ideas sólo puede provocar risas. Lo primero es una mentira, y los que la dicen lo saben. Pero una mentira inútil, porque ¿alguien puede creer de verdad que el PSOE e Izquierda Unida practiquen la violencia callejera? Y una mentira bumerán porque demuestra cuál es la estrategia desesperada del PP: enfatizar algunos actos violentos para que la gente se asuste y no vaya a las manifestaciones y para provocar el rechazo de los sectores más conservadores. Ello convierte en sospechosas acciones sin duda desproporcionadas que la policía ha tenido especialmente en Madrid.

El PP tendría que darse cuenta de un detalle: los automovilistas -por lo menos en Barcelona, donde lo he experimentado- apenas protestan por los embotellamientos ocasionados por actos contra la guerra, lo cual es indicativo de un estado de ánimo que las grandes manifestaciones, que el PP trata de minimizar o desfigurar, expresan perfectamente. Agobiado por una opción estratégica que la ciudadanía no comparte, el Gobierno parece parapetarse en la derecha pura y dura, renunciando por completo a todo aquello que durante la primera legislatura le permitió dar credibilidad a una imagen centrista. Son precisamente los electrones libres que pueden ir de un voto al otro según las circunstancias, los que han hecho que la opinión contra la guerra sea mucho mayor que en otros casos anteriores. Y es este grupo cambiante el que decide las elecciones.

Por lo demás, en Cataluña la sintonía entre ciudadanía y clase política en torno a esta guerra es mucho mayor, en la medida en que todas las fuerzas políticas parlamentarias excepto el PP están contra esta guerra. Aunque Convergència tenga que torear sus contradicciones: su inevitable dependencia del PP le obliga a separarse de una pancarta que pide la dimisión de José María Aznar; al tiempo que los excelentes discursos parlamentarios de Xavier Trias e Ignasi Guardans tienen el lastre de un Jordi Pujol que, a estas alturas de su vida, parece más tentado por el atlantismo que por el europeísmo. Esperemos que en futuros artículos dé mayores detalles, para saber si la música de un artículo reciente era de acompañamiento o de fondo. Europa necesita más que nunca del esfuerzo de los que se dicen europeístas de toda la vida, precisamente para plantear una relación atlántica distinta. En realidad, éste es el gran déficit de los partidos políticos -y de los gobiernos- que se oponen a esta guerra: no saben o no osan plantear un orden mundial alternativo y realista al que tratan de imponer los norteamericanos. Afortunadamente, la incapacidad diplomática y persuasiva del Gobierno de Estados Unidos ha provocado un rechazo universal que hará imposibles sus proyectos neocolonialistas de futuro. Pero la presión de la opinión pública echa de menos una representación política clara, más allá del liderazgo ocasional de Jacques Chirac, cuyo oportunismo le ha conducido a una situación inesperada.

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
SIGUE LEYENDO

Archivado En