Reportaje:

Un pintor incansable y fecundo

El Museo de Bellas Artes de Sevilla muestra en una exposición la fuerza expresiva de José María Labrador

José María Labrador es uno de esos pintores cuyo recuerdo quedó desdibujado tras su muerte. Y, sin embargo, es un artista con una personalidad definida y una trayectoria que exploró con éxito distintos caminos. Algunos de sus cuadros -el retrato ecuestre del poeta Fernando Villalón, Los pastores y el lobo o Niña rubia con flor- son de una belleza luminosa.

La mirada melancólica del escritor que posa vestido de garrochista, la dignidad de los pastores, orgullosos de haber matado al lobo, o la niña que protagoniza uno de los cuadros de su último periodo muestran a un artista...

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José María Labrador es uno de esos pintores cuyo recuerdo quedó desdibujado tras su muerte. Y, sin embargo, es un artista con una personalidad definida y una trayectoria que exploró con éxito distintos caminos. Algunos de sus cuadros -el retrato ecuestre del poeta Fernando Villalón, Los pastores y el lobo o Niña rubia con flor- son de una belleza luminosa.

La mirada melancólica del escritor que posa vestido de garrochista, la dignidad de los pastores, orgullosos de haber matado al lobo, o la niña que protagoniza uno de los cuadros de su último periodo muestran a un artista que dominaba con destreza las facetas más diversas y que sabía meterse en el alma de los retratados. Una exposición en el Museo de Bellas Artes de Sevilla reivindica la figura de Labrador. La muestra concluirá el próximo 20 de abril.

José María Labrador (Benamejí, Córdoba, 1890-Nerva, Huelva, 1977) es uno de los pintores más destacados de la escuela sevillana. Su origen fue muy humilde. Tras dedicarse a distintos oficios manuales, se instaló con su familia sucesivamente en Campofrío, Riotinto y Nerva. Labrador llegó a Sevilla en 1908. Participó en exposiciones locales y obtuvo distintos premios. En 1923, ganó una pensión del Ayuntamiento de Sevilla para visitar museos españoles y europeos. Se dedicó a la docencia y formó parte de la Academia de Santa Isabel de Hungría. Jubilado de la enseñanza, se retiró a Nerva, donde murió.

La exposición ha sido organizada por la Fundación Vázquez Díaz y el Museo Vázquez Díaz de Nerva. El comisario de la muestra, Juan Fernández Lacomba, recuerda que Labrador fue un "artista trabajador, incansable y fecundo". "Estuvo prácticamente activo hasta su fallecimiento, ocurrido a los 87 años de edad", añade Fernández Lacomba en un escrito. Era un "hombre afable y próximo, conversador y sencillo, poseedor de una personalidad popular muy apegada a las cosas que consideraba como propias: sus gentes serranas y sus paisajes", señala el comisario de la exposición.

Labrador adoptó desde el principio una visión realista de personajes populares que enlazaba con la Generación del 98 y que tenía como claro referente pictórico a Zuloaga. El artista de Benamejí también se mantuvo atento a las innovaciones impulsadas por Vázquez Díaz y Bacarisas. Este último pertenecía al círculo de artistas relacionados con la sección de Bellas Artes del Ateneo de Sevilla. Esta institución jugó un dinámico papel al aglutinar a las nuevas generaciones de artistas y empeparse del espíritu de la Generación del 27.

"En los años veinte Labrador hace un cóctel con Zuloaga, Vázquez Díaz y Bacarisas y lo revierte a una mentalidad popular: pinta saltimbanquis, payasos...", dice Fernández Lacomba. El retrato de Villalón, tan vinculado en su calidad de hermano mayor a la Generación del 27, muestra las inquietudes de un artista que buscaba enriquecer su visión. Labrador aportó su talento a la II República con cuadros en los que se adentra en un realismo de asunto social. La épica del trabajo representada por un picador y un taladrador brilla en la muestra.

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Tras la Guerra Civil, se creó la Escuela de Bellas Artes de Sevilla. Labrador entró en su nómina de profesores y llegó a ser catedrático de Dibujo de esta institución. Tras la jubilación emprendió caminos muy personales que reafirmaron su dominio de las más variadas formas artísticas.

La predilección por la temática serrana

El comisario de la exposición, Juan Fernández Lacomba, intenta explicar el relativo olvido en que quedó la obra de José María Labrador tras su fallecimiento. "Este olvido se produjo porque la gente no ha sabido mirarlo: Labrador no pintó ni una vez la Giralda, ni un paso de Semana Santa...", comenta Fernández Lacomba.

Si Zuloaga, Vázquez Díaz y Bacarisas fueron los pintores que le sirvieron de referencia en sus inicios, lo cierto es que Labrador desarrolló un lenguaje propio en la posguerra hasta culminar en una actitud pletórica de libertad y esencialidad.

El marco serrano y rural de los montes de Huelva alcanzó en la posguerra una presencia fortísima en su obra. Labrador sintió predilección por la temática serrana, que marcó de forma decisiva su actividad en los años cuarenta y cincuenta. Es la época en que España vivía la autarquía. El país contemplaba el final de la sociedad rural. Cazadores, pastores, monteros y campesinos muestran un mundo que Labrador conocía bien.

El respeto al trabajo manual y la dignidad del hombre del campo destacan en estos cuadros. El capitán de la montería (1941), Los pastores y el lobo (1948) y El descorche (1950) dan cuenta de esta voluntad.

Tras jubilarse como docente, Labrador se recluyó en la localidad de Nerva. Es entonces cuando el pintor dio rienda suelta a su talento y capacidad. Desarrolló una pintura más emancipada que rozaba el expresionismo. La Sierra de Huelva siguió siendo su referente espacial. Personajes y paisajes serranos son prueba de esta pasión.

Labrador buceó en un territorio personal que huía de florituras para quedarse en lo esencial. "Se jubiló y se dedicó a ser él mismo", resume el comisario de la exposición.

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