Reportaje:

El padre que murió en la guerra

Tres hermanos de Manresa hallan la tumba de su padre en Gernika

Domènec, Maria Rosa y Núria eran en el año 1938 tres chiquillos de 11, 9 y 7 años, respectivamente. En un mismo mes perdieron a su padre y a su madre. El primero murió herido y enfermo en el hospital penitenciario militar de Gernika, en Vizcaya, que recibió a los soldados de los frentes de Santander y Asturias, y su esposa en el hospital de Sant Pau, donde acabó una larga agonía pocos días después del primero, tras haber quedado imposibilitada en el parto de su última hija. Domènec y Maria Rosa Argelés Badia, los dos primeros hijos de Ramiro Argelés Santesmases, conocieron el fallecimiento de ...

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Domènec, Maria Rosa y Núria eran en el año 1938 tres chiquillos de 11, 9 y 7 años, respectivamente. En un mismo mes perdieron a su padre y a su madre. El primero murió herido y enfermo en el hospital penitenciario militar de Gernika, en Vizcaya, que recibió a los soldados de los frentes de Santander y Asturias, y su esposa en el hospital de Sant Pau, donde acabó una larga agonía pocos días después del primero, tras haber quedado imposibilitada en el parto de su última hija. Domènec y Maria Rosa Argelés Badia, los dos primeros hijos de Ramiro Argelés Santesmases, conocieron el fallecimiento de sus progenitores en una nebulosa de padrenuestros que les hacían rezar las monjas del asilo donde pasaron su infancia y su juventud. La más pequeña, Núria, vivió en adopción en el extremo sur de Cataluña, en Tortosa, y no se reencontró con sus hermanos hasta los ocho años.

Los tres han descubierto esta semana el paradero de los restos de su padre, de quien sólo sabían que había fallecido en el País Vasco. La publicación de la lista en diversos periódicos de la prensa comarcal y su difusión a través de un programa de TV-3 han dado lugar a un sinfín de llamadas de familiares de estos presos republicanos.

Un trabajo de investigación histórica que han realizado el Grupo de Historia Genikazarra, con sede en Gernika, y el Centro de Investigación de la Literatura Europea Concentracionaria, de Sabadell, ha permitido conocer la lista de 38 soldados republicanos reclutados en distintos pueblos y ciudades de Cataluña que murieron en unas condiciones sanitarias y alimentarias pésimas, después de haber contraído enfermedades infecciosas y contagiosas, como la tuberculosis.

Estos combatientes y los 227 de otros puntos del Estado español que también pasaron sus últimos días en Gernika murieron entre el año 1938 y 1940 en un hospital penitenciario situado en un antiguo convento de agustinos alejado de la población. Allí llegaban soldados republicanos en pésimas condiciones, según testimonios de primera mano recogidos en el estudio. David Serrano, uno de los investigadores, mantiene que había voluntad de favorecer la desaparición de los que no eran afines al nuevo orden del general Franco.

El hospital estaba apartado del núcleo de población y los presos heridos llegaban a Gernika en trenes que paraban antes de llegar a la estación de la población, con lo que se evitaba que sus habitantes vieran las imágenes de los republicanos diezmados y atropellados. El convento no utilizó las más de 600 habitaciones disponibles, sino unos patios cubiertos con cristaleras donde los enfermos convivían o, mejor, conmorían. Los presos republicanos eran utilizados para reconstruir la ciudad, que fue bombardeada en 1937. Algunos, dado su estado, contribuyeron a ello más bien poco.

Domènec, Maria Rosa y Núria Argelés nunca supieron del sufrimiento de su padre, que marchó al frente en los últimos reemplazos, a los 42 años, en un intento agónico de los republicanos de mantener algunas plazas. Pensaron siempre que había fallecido a causa de las heridas sufridas en un bombardeo. No conocían el verdadero final de su padre ni el lugar donde reposaban sus restos (una fosa común donde se depositaban los cadáveres de los fallecidos en el hospital, situada en la que entonces era la parte exterior del cementerio municipal). A los pequeños no se les informó de las causas exactas de la muerte para no ahondar en el sufrimiento ocasionado por la desaparición de la madre y el padre el mismo mes.

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Los tres hermanos reviven ahora juntos (los tres tienen su familia entre Manresa y la vecina población de Sant Fruitós de Bages) los recuerdos del sufrimiento infantil, con la reconfortante experiencia de haber tenido más suerte en su etapa de adultos. Su no a la guerra es un no al dolor en su máxima expresión, un no al sufrimiento del padre, un trabajador ilustrado por el oficio de impresor, un hombre comprometido, de los del morro fort (de una cabezonería idealista sin límites), que luchó para que su mujer, antes de morir, pudiese ver a su hija Núria (y así fue, pues aunque no podían ir a buscarla al domicilio de sus padres adoptivos, éstos la llevaron en una ocasión al hospital a petición de Ramiro) y que en los últimos días, cuando veía la muerte próxima, envió una carta a un amigo en la que le pedía que diese a su hijo Domènec aquel tipómetro y aquel componedor para que también él pudiese contar cíceros. Domènec lo ha hecho, con las mismas herramientas, hasta su jubilación.

Una infancia con tronchos de acelgas

Los tres huérfanos de padre y madre pasaron una infancia de gran dureza. El padre, acuciado por los problemas de toda índole que le generó la necesidad de cuidar de la esposa enferma y de los tres hijos, se vio en la necesidad de ingresar a los dos mayores en la Casa de Caritat de Manresa, su ciudad de nacimiento, al frente del cual había una comunidad de monjas. Ramiro Argelés era cajista en una imprenta de Barcelona y los tres niños nacieron allí, pero las relaciones familiares las tenían en Manresa y de ahí la decisión de separarse de los pequeños, a los que sólo podía visitar una vez por semana. La tercera hija fue entregada a una familia de Tortosa, donde creció.

Los hermanos no supieron los unos de los otros hasta que la menor tuvo ocho años, ya fallecidos los padres. "Me explicaba mi familia que cuando me llevaron a Tortosa ni siquiera podía mover las mandíbulas para succionar el pezón de mi nueva madre", explica Núria, aunque después tuvo una infancia en la que no le faltó nada. No pueden decir lo mismo los dos hermanos mayores. "Nos servían tronchos de acelgas para comer, no teníamos pan y para desayunar nos hacían un café, sin azúcar, con el poso que dejaban las cafeteras del hotel Santo Domingo", explica Domènec, que pícaramente se pregunta: "¿Y dónde debían de estar las hojas de las acelgas?".

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