Editorial:

Galicia abierta

Hace falta mucha audacia para elegir Madrid como lugar de celebración de una manifestación como la convocada por la plataforma gallega Nunca Máis. El evidente componente galleguista de esa plataforma, nacida en protesta contra la gestión por el PP de la crisis del Prestige, no se expresa hacia adentro, al modo de los nacionalismos parroquiales, sino como afirmación hacia afuera: en Madrid, buscando la confluencia con los ciudadanos de la capital que comparten su irritación por la arrogancia con que los dos gobiernos con mayoría absoluta, el de Fraga y el de Aznar, se han comporta...

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Hace falta mucha audacia para elegir Madrid como lugar de celebración de una manifestación como la convocada por la plataforma gallega Nunca Máis. El evidente componente galleguista de esa plataforma, nacida en protesta contra la gestión por el PP de la crisis del Prestige, no se expresa hacia adentro, al modo de los nacionalismos parroquiales, sino como afirmación hacia afuera: en Madrid, buscando la confluencia con los ciudadanos de la capital que comparten su irritación por la arrogancia con que los dos gobiernos con mayoría absoluta, el de Fraga y el de Aznar, se han comportado en la crisis, y con todos los demás españoles que se han identificado con el drama gallego y, en particular, los jóvenes voluntarios que han colaborado en las tareas de limpieza de la costa.

La participación volvió a ser numerosísima, lo que es un síntoma más de la sima que se está abriendo entre el Gobierno y la opinión pública. Por supuesto que son los votos, y no las manifestaciones, los que dan y quitan legitimidad para gobernar; pero ningún Gobierno podría dejar de tener en cuenta este creciente alejamiento: con el mundo laboral, a raíz del decretazo; con Galicia, la juventud, los ecologistas, el pacifismo y la Iglesia, en relación al Prestige y la guerra. No parece casual que los sondeos comiencen a registrar la hipótesis de una victoria socialista en 2004.

Los manifestantes pedían la verdad y exigían responsabilidades políticas. La resistencia a una investigación parlamentaria ha irritado a gentes no especialmente críticas con el Gobierno. El PSOE acaba de solicitar la creación de una comisión de investigación en el Congreso, y los servicios jurídicos del Parlamento gallego han desautorizado la pretensión del Gobierno de que esa Cámara no tiene competencias para solicitar comparecencias de altos cargos dependientes de la Administración central. El asunto sigue, por tanto, abierto, y lo seguirá mientras nadie asuma la responsabilidad política por el desastre.

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Hubo motivos para que dimitiera un Fraga que había desertado de su responsabilidad para irse de caza, y también para que lo hicieran los ministros de Fomento y de Medio Ambiente. Asumir responsabilidades es dimitir, no decir que se asumen. En lugar de eso, culparon a la oposición, a la prensa, al mal tiempo, y cometieron el error de identificar una iniciativa tan popular como la de Nunca Máis con un partido, el BNG, e incluso el fiscal general ordenó una investigación de esa plataforma. Ayer tuvieron la respuesta a tanta arrogancia y tanto desenfoque. El manifiesto que dio fin a la marcha podría ser la bandera de un galleguismo de nuevo cuño que evite narcisismos étnicos y busque su afirmación, como leyó el escritor Manuel Rivas, frente a todas las "actitudes de inhumanidad", como el terrorismo, los dictadores y la guerra.

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