Crítica:

El cuento del lugar propio

Lo mejor de estos cuentos es que nunca pasa nada extraordinario y sin embargo todo es inquietante, porque en la buena literatura la inminencia es más poderosa que la consunción. Aspecto en el que recuerdan a Raymond Carver y también a Julio Cortázar; varios cuentos de éste, como Casa tomada, La puerta condenada y Final del juego, parecen evocados en La vida ordenada. Fabio Morábito pone en primer plano los insospechados movimientos del deseo, la manera en que los fantasmas emergen de su aparente sepultura para tomar cuerpo y dominar los hilos. Son relatos como probetas: po...

Suscríbete para seguir leyendo

Lee sin límites

Lo mejor de estos cuentos es que nunca pasa nada extraordinario y sin embargo todo es inquietante, porque en la buena literatura la inminencia es más poderosa que la consunción. Aspecto en el que recuerdan a Raymond Carver y también a Julio Cortázar; varios cuentos de éste, como Casa tomada, La puerta condenada y Final del juego, parecen evocados en La vida ordenada. Fabio Morábito pone en primer plano los insospechados movimientos del deseo, la manera en que los fantasmas emergen de su aparente sepultura para tomar cuerpo y dominar los hilos. Son relatos como probetas: ponen a determinados personajes en ciertas situaciones y observan cómo se desenvuelven, más atentos a los gestos que a las palabras. A Morábito le interesan poco los finales contundentes o redondos: en esto no es un cuentista clásico, no intenta "ganarle al lector por knockout", como decía el mismo Cortázar, no grapa sus historias con el broche de una fábula.

LA VIDA ORDENADA

Fabio Morábito Tusquets. Barcelona, 2002 195 páginas. 12 euros

La constante es el asunto de

la casa: un hombre que vuelve a visitar a unos parientes y encuentra que el propietario de la finca les ha reducido su departamento a menos de la mitad, dejándolos sin cuarto de baño; un joven matrimonio con un bebé que acude por un aviso de un piso en alquiler y se ve envuelto en una fiesta orgiástica; unos niños que juegan en la casa de un compañero de escuela, intrigados por un dormitorio que está siempre cerrado con llave; un hombre que sale de la cárcel y que en lugar de instalarse en el departamento que acaba de heredar de su madre (cuyas cartas se ha negado a leer, y ahora debe reconstruir toda la información contenida en ellas) prefiere una pensión.

Sería fácil interpretar esta invencible dificultad de encontrar el lugar propio como un signo del destino de su autor: nacido en Alejandría en 1955 de padres italianos, Fabio Morábito vivió en Milán hasta los 15 años y desde entonces en México, donde optó por el castellano como lengua literaria; ha publicado varios libros de poesía -entre ellos Lotes baldíos y De lunes, todo el año-, alguno de ensayos -Caja de herramientas- y éste es su segundo de cuentos tras El buscador de sombra. Además, publicó Cuando las panteras no eran negras en la colección Las tres edades, de Siruela.

Es, así, un caso de extraterritorial en castellano; y curiosamente Primer amor, el genial cuento del extraterritorial por antonomasia, Samuel Beckett, tiene mucho que ver con la cuestión de la casa, con la lucha por el lugar propio.

Pero da la impresión de que

Morábito se ha aburrido un tanto de ese papel de excéntrico, muy visible en su poesía ("Yo nací en un combate / de lenguas y orígenes...") y en sus ensayos, como en El escritor en busca de una lengua, donde declara: "Sólo es posible hablar otro idioma convirtiéndose en otro individuo". En La vida ordenada, publicado originalmente en México en 2000, hay un evidente esfuerzo por alejar la prosa de cualquier inflexión lírica y por prescindir, en los argumentos, de toda referencia a su peculiar trayectoria. No necesitan de eso para ser cuentos afortunadamente raros, y parte de su incómodo atractivo proviene precisamente de la singularidad de esa lengua mexicana, que parece desmontada y vuelta a construir por el oído de Morábito. Como si las palabras mismas, igual que los personajes, buscaran angustiosamente el lugar propio.

Archivado En