El juego de los días
El temperamento poético de Pedro Tamen (Lisboa, 1934) nace de una síntesis ordenada entre la tradición clásica y la modernidad de un surrealismo que declara la libertad absoluta del lenguaje. Al sentido de las palabras suma su sonoridad, uniendo esas viejas categorías que separan forma y contenido. Su poesía es el rincón mural de una existencia al alcance de la mano, cada vez más alejada de absolutismos confesionales. Caronte y memoria reúne sus dos últimos libros, poemas sobre la muerte y la memoria, sobre la fugacidad y el vacío, sobre el sentido de una existencia entre la realidad má...
El temperamento poético de Pedro Tamen (Lisboa, 1934) nace de una síntesis ordenada entre la tradición clásica y la modernidad de un surrealismo que declara la libertad absoluta del lenguaje. Al sentido de las palabras suma su sonoridad, uniendo esas viejas categorías que separan forma y contenido. Su poesía es el rincón mural de una existencia al alcance de la mano, cada vez más alejada de absolutismos confesionales. Caronte y memoria reúne sus dos últimos libros, poemas sobre la muerte y la memoria, sobre la fugacidad y el vacío, sobre el sentido de una existencia entre la realidad más cotidiana y el misterio de su trascendencia. Ambos libros son el haz y el envés de una misma imagen transferida en la escritura, describen un mismo y visible horizonte, cada uno existe en el otro, un poco como la vida misma, que sólo se prueba en la vida de los otros y de las cosas, como si el tiempo no nos fuera propio.
CARONTE Y MEMORIA
Pedro Tamen Traducción de Miguel Ángel Viqueira (colaboración y revisión del autor). Edición bilingüe. Huerga & Fierro Madrid, 2002 163 páginas. 11,72 euros
El mito del viejo barquero que da título al primero de ellos, Guión de Caronte, es telón de fondo de una profunda y desencantada meditación sobre la agónica conciencia del hombre contemporáneo que, privado de razones trascendentes, se enfrenta a su condición mortal, a la nada que la muerte representa: "Deshecho, el nudo se ve deshecho en polvo". A la muerte opone el poeta una ironía que realza, y a la vez, hace sonreír ante el exceso de pathos del discurso sobre la muerte. Su espíritu lúdico, nutrido de imágenes de infancia y gracias a un tono de trivial conversación, libera al poema de cualquier solemnidad, donde el juego de palabras busca lo más radical e inesperado que ese mecanismo puede ofrecer. El acto poético lo prueba, pues las palabras jamás olvidan su capacidad para oír y para decir. Una bella y oscura travesía, una aguda reflexión sobre la muerte y, por tanto, sobre la vida que la muerte niega, donde la posibilidad de hacer no existe y todo parece estar ya hecho. Una escritura lejos de la contemplación y del consuelo, ferazmente descriptiva, depurada y circunspecta, donde las palabras van más allá de sus propias tinieblas: "la moneda en la boca del viaje".
Memoria indescriptible es un libro abierto al interior de la memoria. En el duro, amargo y crítico poema final, lo real cotidiano se muestra a través del objeto multiforme y simbólico de una silla: "es en la silla donde tengo que sentar / el culo dolorido de toda eternidad". Es el resumen de todo lo nombrado y descrito, un canto final para una sinfonía de variados registros, una radiografía de la soledad más abrupta, de lo que hay bajo las máscaras diarias de nuestra conciencia dolorosa: ahí sentados en nuestra silla sabemos de la fugacidad. El lenguaje vuelve del revés el perfil de las palabras, ensaya piruetas expresivas: "ya todos los colores se benettonan en mis ojos". La mirada del poeta es la de "un perro / sentado en un parque al sol / no pensando en nada o repensando / las cosas sin interés y sin razón", interesado en el sinsentido del mundo, en lo mudable de una memoria que se mueve entre lo que es, lo que era, o fue o parece haber sido. Ante un presente "en que el vivo minuto volvería / mas ya muerto en papel como fotografía", el poema parece decidirse, sin nostalgias, por el elogio del olvido. Su voluntad se sostiene "en el eje del recuerdo": "Tener lo que fue, en mí, / es tenerlo olvidado".
Lejos de la epopeya, en esta reflexión vital el lenguaje se adelgaza como el habla, jugando con los sonidos y los significados. Dos libros que muestran la unidad y la continuidad reflexiva de un proyecto de sabiduría y de experiencia, de una síntesis de vida y escritura. Una poesía que, entrecruzando un cierto sentido de finitud y consumación, y un cierto regusto de agria ironía, reconstruye en la memoria las cenizas del vacío. Y en la mejor tradición del desengaño, una guía eficaz a través del juego inexorable de los días.