Columna

Rubén

El tiempo no siempre hace justicia, pero a veces sí, y entonces es maravilloso. Hace un año llegó a mis manos el manuscrito de Rubén Gallego, nieto oculto de Ignacio Gallego, dirigente del Partido Comunista. Rubén, paralítico cerebral, fue arrancado de los brazos de su madre y pasó su infancia en siniestros hospitales soviéticos donde no tuvo más que frío, soledad y abandono. Pero del horror surge a veces el milagro. Milagroso es que Rubén, a pesar de todas sus taras psicomotrices, cultivara en su interior un alma llena de poesía. Porque el libro no sólo nos transmite una experiencia prodigios...

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El tiempo no siempre hace justicia, pero a veces sí, y entonces es maravilloso. Hace un año llegó a mis manos el manuscrito de Rubén Gallego, nieto oculto de Ignacio Gallego, dirigente del Partido Comunista. Rubén, paralítico cerebral, fue arrancado de los brazos de su madre y pasó su infancia en siniestros hospitales soviéticos donde no tuvo más que frío, soledad y abandono. Pero del horror surge a veces el milagro. Milagroso es que Rubén, a pesar de todas sus taras psicomotrices, cultivara en su interior un alma llena de poesía. Porque el libro no sólo nos transmite una experiencia prodigiosa, también está escrito con una precisión y un aliento que convierten cada capítulo en un extraño poema en prosa. Ahora leo, en este mismo periódico, que la historia de Rubén está siendo devorada por los lectores rusos, que pueden leerla en su idioma original. Si Primo Levi construyó belleza sobre el horror de los campos, Rubén ha convertido la pesadilla de su vida en un libro que presiento puede convertirse en un clásico.

Hay alguna razón por la que a mucha gente de izquierdas le da pavor la crítica a lo que fueron los países comunistas. Durante muchos años se despreciaron los testimonios de las personas que habían padecido la brutalidad del régimen soviético, y todavía hay quien, para defenderse, te dice: "¿Y es que te parece mejor lo que hay ahora en la Unión Soviética?". Esta cerrazón impide reflexionar sobre verdades que saltan a los ojos: que los sistemas que niegan al individuo, con su imperfección, con su debilidad, no están hechos a nuestra medida. Por qué no pensar que se puede ser de izquierdas hoy defendiendo que las idea de justicia no tienen que mermar las libertades individuales. ¿De qué sirvió en los sistemas totalitarios encerrar a los homosexuales en cárceles, a los defectuosos en hospitales, silenciar a escritores, a músicos, obligar a los ciudadanos a acatar decisiones que sólo incumben a la vida privada, de qué sirvió? El tiempo se ha tomado su justa venganza en este libro estremecedor que espero que tenga el eco que merece en España. En Rusia se inventaron un dicho que resumía tantas vidas desperdiciadas: "Decían que para hacer una tortilla hay que cascar algunos huevos, ¿pero dónde está la tortilla?".

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