Tribuna:

La integridad de Havel

Conocí a Václav Havel en el verano de 1978. Fue en alta montaña, en la frontera entre Polonia y Checoslovaquia, donde nos reunimos la gente del KOR-u (Comité de Defensa de los Obreros) y de la Carta 77. Tuvo algo de mágico. Estuvimos construyendo entonces las bases de una comunidad internacional anticomunista. Durante la primera reunión nuestros amigos checos y eslovacos fueron más imaginativos que nosotros, los polacos. Tras una hora, Havel sacó de su mochila una hogaza de pan, algún fiambre y una botella de vodka checo, que en su etiqueta mostraba un cazador vestido con bonito traje y con un...

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Conocí a Václav Havel en el verano de 1978. Fue en alta montaña, en la frontera entre Polonia y Checoslovaquia, donde nos reunimos la gente del KOR-u (Comité de Defensa de los Obreros) y de la Carta 77. Tuvo algo de mágico. Estuvimos construyendo entonces las bases de una comunidad internacional anticomunista. Durante la primera reunión nuestros amigos checos y eslovacos fueron más imaginativos que nosotros, los polacos. Tras una hora, Havel sacó de su mochila una hogaza de pan, algún fiambre y una botella de vodka checo, que en su etiqueta mostraba un cazador vestido con bonito traje y con una bella escopeta. Nos llenó sendas copas a Jacek Kuron, Jan Litynski, Antoni Macierewicz y a mí, y dijo: "Como no existe el socialismo con rostro humano, al menos brindemos con un vodka que tiene cara humana".

Vale la pena recordar que después de la intervención militar soviética, en agosto de 1968, en la que desgraciadamente participaron también soldados polacos, Checoslovaquia comenzó a parecerse a una Biafra cultural, para recurrir a una expresión del escritor comunista francés Argo. De aquellos años procede una anécdota que recuerdo muy bien: en medio de Vaclavskie Namesti, la plaza central de Praga, un hombre vomita en una fuente. Se le acerca un transeúnte cualquiera y dice: "No sabe usted lo bien que le comprendo".

La "normalización" checa fue un tiempo de mentira, hipocresía, conformismo, cobardía y apatía. Václav Havel fue uno de los primeros en hablar con voz propia y con la voz de la gente fiel a la verdad y la libertad. Su famosa Carta abierta a Gustav Husak la leíamos en Polonia entusiasmados y la copiábamos con las máquinas de escribir.

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Aquel encuentro en la montaña fue una culminación lógica de nuestras biografías: de personas que decidieron escupir la mordaza y vérselas con una dictadura totalitaria. Fue entonces cuando nació la idea de publicar una antología de ensayos checos, eslovacos y polacos que diagnosticaran los incipientes cambios en el mundo de las dictaduras comunistas. Aquella idea fue la que inspiró el famoso ensayo de Václav Havel El poder de los sin poder y el propio Havel consintió en formar parte de la redacción de la revista clandestina polaca Crítica, en la que también yo tuve el honor de trabajar. La presencia de Havel, gran dramaturgo y ensayista, en el escalafón de la revista fue para nosotros un motivo de orgullo. Vale la pena observar que Havel se diferenciaba de muchos disidentes rebeldes de entonces en que jamás había cedido a la tentación ideológica del comunismo, sistema que Václav despreciaba vigorosa y sinceramentemente, lo cual expresaba en sus artículos y obras de teatro. Recuerdo bien su polémica con uno de los grandes escritores checos, Milan Kundera, en el otoño de 1968. Kundera, escritor ex comunista y después crítico radical del comunismo, invitaba a los checos y eslovacos a la moderación y el realismo. Havel los llamaba a resistir. Havel sencillamente no creía nada en la posibilidad de pactar con los ocupantes soviéticos porque recordaba muy bien la historia de su país pisoteado por la dictadura estalinista. Al mismo tiempo, Havel nunca asumía las clásicas fobias anticomunistas. Uno de sus mejores escritos trata sobre Frantisek Kriegel, comunista checo de origen polaco-judío, que fue el único que en 1968 se negó a firmar el protocolo de acuerdo que Moscú había dictado a los apresados líderes de la Primavera de Praga.

Me reuní con Havel muchas veces y me cuento entre aquellos afortunados a quienes ofrecía su amistad. Es una de las personas cuya intuición, ideas y decisiones me convencían más, y observaba con inquietud lo parecidas que eran nuestras reacciones frente a los desafíos que nos planteaba el rápido correr de la historia.

En la primavera de 1989 en Polonia tenían lugar las negociaciones de la Mesa Redonda. Los comunistas polacos decidieron sentarse con los líderes de la oposición democrática, sobre todo de Solidaridad, para elaborar un programa de desmontaje de la dictadura comunista. En aquel mismo momento Václav Havel estaba en la cárcel. Entonces ocurrió algo insólito. Uno de los teatros de Varsovia puso en escena una de las obras de Havel y a su estreno asistió el jefe del Gobierno comunista polaco de entonces, Mieczyslaw Rakowski. Recuerdo que tras terminar el espectáculo y en medio de cerrados aplausos subí al estrado y leí una declaración protestando por el encarcelamiento de Havel. Aquel pequeño escándalo fue la medida de aquella época: la historia estaba mudando ante nuestros ojos.

En junio de 1989 se celebraron en Polonia las primeras elecciones semidemocráticas y en julio unos colegas míos de la oposición democrática y yo viajamos a Checoslovaquia armados con pasaportes diplomáticos y estatus de diputados parlamentarios. En Praga nos encontramos con los amigos de Carta 77, recorrimos la bella ciudad y fuimos a la montaña, a Hradeczek, donde Havel tenía una casucha. Acababan de ponerlo en libertad, estaba un poco demacrado, aunque fuerte y chistoso como siempre, y nos recibió con generosidad. Hablamos largo y tendido, y lo que me chocó en todo momento fue el contraste entre nuestro ánimo y el suyo. Nosotros estábamos rebosantes de alegría y optimismo, Havel intentaba enfriar nuestro entusiasmo. Jamás olvidaré cómo yo le explicaba que Praga, una ciudad de tan extraordinario acervo cultural, no cuadraba con la mentalidad comunista. Él me contestaba que yo no conocía ni comprendía a los checos; que la checa era una sociedad enredada entre la autoironía del soldado Szwejk y el fatalismo de Franz Kafka, que los checos no eran polacos y que los cambios tardarían aún mucho tiempo en producirse. Entonces le dije: "Mira, antes de finalizar el año serás presidente de este país". Vaclav me miró como a un enajenado, pero años después repetía que fui yo el primero en haberle predicho su destino.Dentro de poco Havel finalizará su mandato como presidente. Diversas personas juzgarán su presidencia. Yo no me siento autorizado a hacerlo. No obstante, sí me siento obligado a decir que Havel fue una de las pocas personalidades procedentes de la oposición democrática anticomunista que supieron mantener la integridad y fidelidad a sus valores e ideas. Como presidente, Havel fue un gran sucesor de Masaryk y un fiel hermano de Andriej Sajarov, Jacek Kuron y Janos Kis. Reunía la habilidad de un Bronislaw Geremek con el ardor de Jan Patoczka, gran filósofo checo y el primer portavoz de Carta 77, muerto tras horas de interrogatorio por agentes de la seguridad comunista.

Havel es un caso especial. Cuando hace unos años en la redacción de Gazeta Wyborcza le entregábamos el premio El Hombre de la Década, le felicitaban conjuntamente Bronislaw Geremek, ministro de Exteriores (procedente de Solidaridad), Jerzy Buzek, jefe de Gobierno (Solidaridad) y Alexander Kwasniewski, presidente de la República (ex comunista). Aquel ambiente tan ecuménico lo pudo crear sólo Vaclav Havel. Y lo creó obstinadamente durante muchos años. En su propio país, en toda Europa Central y del Este y en todo el mundo. Políticos así son ballenas blancas en el mundo de hoy, pero es una gran suerte vivir en tiempos de ballenas blancas y gozar de su amistad.

Vashek, gracias por todo.

Adam Michnik es director del diario polaco Gazeta Wyborcza y fue dirigente del sindicato Solidaridad.

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