Crítica:ESCAPARATE

Novela y mito Tomás

El Premio Alfaguara de Novela 2002 obtenido por El vuelo de la reina lleva ahora a reeditar la novela más conocida y alabada del narrador argentino Tomás Eloy Martínez, cuya pluma desenfadada y su técnica de nuevo periodismo le han valido el reconocimiento de miles de lectores. Quienes hayan leído Santa Evita (1995) se habrán asomado a la historia de Eva Duarte de Perón de la mano de una novela a un tiempo burlesca y mitómana, extraña suerte de hagiografía con segundas, capaz de retratar a Evita a través de su cadáver, en un ejercicio de sinécdoque en el que la parte, el c...

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El Premio Alfaguara de Novela 2002 obtenido por El vuelo de la reina lleva ahora a reeditar la novela más conocida y alabada del narrador argentino Tomás Eloy Martínez, cuya pluma desenfadada y su técnica de nuevo periodismo le han valido el reconocimiento de miles de lectores. Quienes hayan leído Santa Evita (1995) se habrán asomado a la historia de Eva Duarte de Perón de la mano de una novela a un tiempo burlesca y mitómana, extraña suerte de hagiografía con segundas, capaz de retratar a Evita a través de su cadáver, en un ejercicio de sinécdoque en el que la parte, el cuerpo, nos conduce al todo, esto es, al pueblo, al país, a la idiosincrasia argentina, a una etapa significativamente caricaturesca de su habitual historia grandilocuente. Martínez construye una ácida novela cuya razón de ser no es la biografía de la esposa del general Perón, sino las peregrinas aventuras y desventuras del cuerpo embalsamado de Evita, que contribuye a la breve pero singular nómina de cadáveres trashumantes de la literatura, entre los que se encuentra el de la mama grande de Mientras agonizo, de Faulkner, una historia deudora también de ciertas veleidades esperpénticas. De la escrupulosa barahúnda de datos históricos y documentos citados no puede en realidad sustraerse el lector hasta bien entrada la historia, cuando la fuerza del mito reemplaza en el relato la mera personalidad de la difunta, y el proceso de construcción de la propia novela aflora al texto con inusitada contundencia, convirtiéndose en un irreprochable ejercicio de metaficción en el que el narrador interviene hasta la saciedad, merodea por sus materiales, especula con su texto, enreda la madeja, se mofa a escondidas de la delirante trascendencia que acaba alcanzando una historia en realidad sórdida pero banal, juega a la redacción de una poética de la novela (menos forzada que la que acaba endilgándole al lector de El vuelo de la reina) y, guiñándoles un ojo a Mailer o a Capote, nos advierte que "lo único que se puede hacer con la realidad es inventarla de nuevo" (página 102).

SANTA EVITA

Tomás Eloy Martínez Alfaguara. Madrid, 2002 426 páginas. 16,95 euros

Santa Evita se concibió en la línea de La novela de Perón (1985), primera criatura de la ficción histórica de Martínez; de Lincoln (1984), de Gore Vidal, retrato obsesivo del presidente norteamericano, o de Libra (1988), de Don DeLillo, que escarba en el asesinato de Kennedy elevando a Oswald a la categoría de mito, novelas que también asedian la fortaleza inexpugnable del personaje histórico desde la estratégica posición que ocupa la ironía. Por otra parte, la novela acude al recurso del cierre metaliterario, repetido en El vuelo de la reina, con el narrador, trasunto del propio autor convertido en periodista, como sucede en Los ejércitos de la noche, de Mailer, o en Soldados de Salamina, de Javier Cercas, dispuesto a escribir una novela que es la que el lector tiene ya en sus manos. El hecho es que desde la revista Primera Plana Martínez aprendió a enriquecer la crónica periodística con la savia de la ficción, a la manera de Wolfe, sacando adelante novelas cargadas de complicidad con la historia contemporánea a fuerza de ritmo, humor, ambigüedades y fraseo breve. Y ni siquiera el lector más escrupuloso alcanza a discernir qué es historia todavía y qué es ya mera ficción en un texto como el de Santa Evita.

La novela nace como crónica, crece con el alimento de fichas, reportajes, transcripciones de entrevistas y reflexiones periodísticas, y sufre una extraña metamorfosis convirtiéndose conforme avanza la trama en un thriller grotesco, en un vodevil por razón de Estado, en una extraña pesadilla colectiva, en una opereta guiñolesca y, en fin, en un frenético y jugoso divertimento.

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