Columna

Chapapoteando

Debe ser cosa de estas navidades casi tropicales en las que, en ausencia de la lluvia y de la nieve, los chavales vuelven a casa por la noche con los zapatos limpios y secos. No pueden chapotear en los charcos, porque no hay charcos. Tampoco en el barro, porque no hay barro. No sé si esto resulta frustrante o no para la chavalería, aunque supongo que no, a tenor de las múltiples posibilidades y alternativas que ofrece la climatología primaveral que nos ha acompañado en las últimas semanas. Sin embargo, no parece ocurrir lo mismo con gran parte de la llamada clase política, algunos de cuyos más...

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Debe ser cosa de estas navidades casi tropicales en las que, en ausencia de la lluvia y de la nieve, los chavales vuelven a casa por la noche con los zapatos limpios y secos. No pueden chapotear en los charcos, porque no hay charcos. Tampoco en el barro, porque no hay barro. No sé si esto resulta frustrante o no para la chavalería, aunque supongo que no, a tenor de las múltiples posibilidades y alternativas que ofrece la climatología primaveral que nos ha acompañado en las últimas semanas. Sin embargo, no parece ocurrir lo mismo con gran parte de la llamada clase política, algunos de cuyos más conocidos representantes parecen decididos, en estas fechas navideñas, a revivir sensaciones de su infancia chapoteando todo lo posible... en el chapapote. O sea, chapapoteando.

Mientras muchos políticos se divierten con el chapapote, jugando a quedarse atrapados en él como si de arenas movedizas se tratara, o a tirarse a la cara negras bolas de dicha sustancia, en ausencia de la blanca nieve de estas épocas, la gente mira atónita el espectáculo sin encontrar respuesta a sus preguntas. Porque, ¿cómo es posible que nadie haya cesado todavía al delegado del Gobierno en Galicia, tras la sarta de estupideces que ha dicho en estas semanas, de las que una buena selección ha circulado profusamente por Internet durante los últimos días? ¿Cómo explicarse que Fraga no haya dimitido tras mentir reiteradamente a la opinión pública, incluso en el propio parlamento de Galicia? ¿Cómo interpretar que un señor como Cascos, que pretende sesudamente distinguir entre una catástrofe ecológica y una hipotética catástrofe económica, pueda ser ministro? ¿Cómo es posible que el señor Caldera trate de sacar mayor partido de la situación manipulando un documento que en su literalidad ya era suficientemente explícito? ¿Cómo explicarse que varios parlamentarios socialistas abandonen su trabajo en Estrasburgo, permitiendo así que no salga adelante una comisión de investigación, mientras la gente trabaja limpiando las rocas sin descanso? ¿Cómo puede haber quien acuse de "complicidad con el independentista Ibarretxe" al presidente de Asturias por intentar aunar los esfuerzos de varias comunidades autónomas? ¿Cómo un señor parlamentario puede interiorizar la catástrofe y el dolor de tanta gente en términos de réditos electorales, hasta el punto de decir que si hace falta se hunde otro barco para poder ganar las elecciones? ¿Cómo puede plantearse en serio, y sin que aparentemente pase nada, que Protección Civil no ha actuado porque no estamos ante una emergencia? ¿Cómo tienen algunos la cara de decir que los voluntarios estorban y que es mejor contratar a empresas para la limpieza de las costas, queriendo encima hacer negocio con el desastre?

Parece claro que la catástrofe del Prestige no sólo ha traído destrucción a nuestros mares y nuestras costas, sino que, de rebote, ha venido a mostrarnos brutalmente, desvergonzadamente, sin ambigüedades ni disimulos, la cara más deleznable de la política y de los políticos. Observando lo ocurrido durante las últimas semanas uno tiende a pensar que no es posible que la política haya caído tan bajo. Y, sin embargo, todo parece indicar que esto es lo que hay. Gente con un mínimo bagaje intelectual tomando decisiones que pueden afectar decisivamente a nuestras vidas e incluso a las de las futuras generaciones. Gente que prefiere la idea feliz o el chiste fácil proporcionados por los asesores de imagen que el estudio de los problemas y el compromiso sincero con la solución de los mismos. Gente para la que los problemas, las desgracias, y los sentimientos del personal sólo constituyen nuevas oportunidades para librar pequeñas escaramuzas en un contexto de campaña electoral permanente. Se ha llegado a decir que ni queriendo se hacen peor las cosas. Sin embargo, puede que lo ocurrido con el Prestige no sea sino el reflejo de la degradación a la que ha llegado la vida política en este país. Ojalá que el Olentzero, Papá Noel, los Reyes Magos, o quien quiera, les traiga a todos los responsables de esta vergüenza unas cuantas toneladas de chapapote.

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