Crítica:

Metaperiodismo

La polisemia está destruyendo nuestras lenguas a pasos agigantados, pues desde que nos dedicamos a inventar nuevos sentidos a las mismas palabras sustituimos la invención por la facilidad o la precisión por el plagio. Dar al hablante el poder sobre las palabras -según la filología actual- es instaurar sobre las lenguas un poder que nadie sabe quién posee, pues a la hora de la verdad todo el mundo (académicos, periodistas y escritores) escurre el bulto de su responsabilidad, y así ya no hay creatividad alguna que valga y todo es clonación y plagio, mientras los idiomas abandonan cualquier tenta...

Suscríbete para seguir leyendo

Lee sin límites

La polisemia está destruyendo nuestras lenguas a pasos agigantados, pues desde que nos dedicamos a inventar nuevos sentidos a las mismas palabras sustituimos la invención por la facilidad o la precisión por el plagio. Dar al hablante el poder sobre las palabras -según la filología actual- es instaurar sobre las lenguas un poder que nadie sabe quién posee, pues a la hora de la verdad todo el mundo (académicos, periodistas y escritores) escurre el bulto de su responsabilidad, y así ya no hay creatividad alguna que valga y todo es clonación y plagio, mientras los idiomas abandonan cualquier tentación -que los amantes de la literatura creíamos eterna- hacia la hermosura y la precisión. Así sucede, por ejemplo, con la palabra diario, que empezó siendo un adverbio temporal para convertirse en un sustantivo, que primero fue un objeto -un periódico diario- y al final un género a veces literario, lo que quizá es un retroceso en el sentido de la dirección de las palabras, que antes creíamos que era la de convertirse en actos y no al revés, que hoy es la de ir de los hechos a las palabras, como ya nos avisó Mallarmé con aquello de que el mundo existía para convertirse en libro. Pero como Arcadi Espada es un buen escritor ha reunido en el título mismo los dos últimos sentidos citados de la misma palabra: ha escrito un diario que trata de los diarios y ya está, todo ha quedado en casa.

DIARIOS

Arcadi Espada Espasa. Madrid, 2002 284 páginas. 16 euros

Además, como la moda actual es la de escribir -tanto literatura como periodismo- "a la contra", porque así se aumenta lo espectacular y lo hace más vendible, no resulta extraño que Arcadi Espada haya escrito un libro contra el periodismo actual, o al menos contra sus numerosos defectos, vicios y traiciones. Como éste es un buen libro, sólido, atractivo y bien escrito, ser criticado en él resulta a contrario sensu ser el mejor de los elogios, y lamento de este modo rebajar el nivel de las lágrimas que Arcadi Espada quisiera derramar. Pues es evidente que si no lo quiere de verdad, al menos así lo presenta, con una crudeza teñida de violencia e ironía, pero que por debajo es mucho más suave de lo que sus formas aparentan. En este sentido, de la misma manera que su Contra Cataluña era en el fondo muy catalanista, sus Diarios son un profundo canto de amor hacia el mismo periodismo que parece querer tan denodadamente criticar.

El libro se presenta como el

diario de la lectura de los diarios (sobre todo de este mismo que a él también aloja) durante el año 2001, nada menos, que Espada empieza yéndose a Madrid, donde "compra libros para saber hasta dónde puede llegar un periodista", aunque desde luego también podría comprarlos en Barcelona, sobre todo la biografía del juez Garzón por Pilar Urbano, así se habrá enterado por lo menos de hasta "dónde han podido llegar" tanto dicha periodista como su biografiado juez, vaya por Dios, sobre todo por lo que respecta a la primera. Su mayor pecado sin embargo sólo ha sido "novelizar" el libro y nada más, podría temerse lo peor, la sangre no llegó al río. La manía de muchos periodistas por "novelizar" lo que cuentan es falsificar la realidad, esto es la verdad que debe gobernar todo periodismo, según la norma fundamental del género para nuestro autor. De ahí que las críticas a Javier Cercas y Leopoldo María Panero no sean literarias, sino periodísticas, del mal, el menos.

Pues el periodismo deberá siempre huir de su hermana-enemiga, que es la literatura, esto es, la ficción, que siempre es una traición a la verdad que hay que transmitir por encima de todo. De ahí que Arcadi Espada abomine de tanta traición de los actuales periodistas que utilizan su sacrosanto oficio para triunfar como novelistas, que es justo todo lo contrario de lo que deberían hacer. Pero como escribe directamente "a la contra", en lugar de asumir los habituales reproches hacia "las novelas de periodistas" de los críticos literarios -que en su opinión no somos periodistas, yacemos inutilizados en los invernaderos de nuestros suplementos- vuelve la oración por pasiva y declara que el periodismo no debe jamás verse contaminado por ninguna tentación ficcional.

Luego viene el caso del Raval, un montaje jurídico, legal y mediático de un caso de pederastia en dicho barrio barcelonés, que le inspiró otro de sus mejores libros, hasta superelogiado por el gran Sánchez Ferlosio, y que en estas mismas páginas recibirá una sentencia tan verdadera como falsa, por parcial. Y a partir de ahí, Arcadi Espada arremete contra toda suerte de falsificaciones, manipulaciones y reticencias que en el periodismo actual se dirigen a inclinar la realidad hacia uno u otro lado según las conveniencias. Es un catálogo que va demostrando cómo la ventaja de la prensa independiente de empresa sobre la antigua prensa de partido ha caído en la misma mezcla de opinión e información que intentó suprimir en la anterior. Hasta las fotografías son hoy falsas en la mayoría de los casos. Y, desde luego, la obsesión por sus figuras admiradas del pasado, Mainar, Josep Pla, Chaves Nogales, Gaziel, Corpus Barga, Julio Camba y Cansinos Assens como periodista, claro está. Y el retrato del "periodista oriental" (1924) de Rudolf Schlichter que ha elegido como portada porque le gustan sus ojos y su puño derecho, pues con la mano izquierda lleva un -hoy incorrecto- cigarrillo encendido, consustancial al oficio, pues con el humo se ciegan mejor los ojos. De todas formas, tanto hipercriticismo indiscriminado lleva al anarquismo total (pienso en el Gil Bera ensayista) y a su través al totalitarismo del injusto debelador de don Pío Baroja (ídem), pues los caminos hacia un Ernst Jünger son menos insospechados de lo que parece.

Hay noticias que nadie sabe por qué desaparecen, otras que se revelan diferentes, y hasta inexistentes. Su velo general es el eufemismo que no existía en la antigua prensa de partido y ahora reina por doquier. Ahora el periodismo es el velo que, con su sempiterno eufemismo, nos comunica una realidad siempre convenientemente velada. Yo una vez escribí un libro intentando demostrar que los libros de hoy ya no imitan lo real, sino a otros libros. Pero también fracasé porque la literatura, al ser ficción, tiene que presentarse como si no fuera verdad y no necesita eufemismos, y también porque en nuestros fracasos se apoya el sistema. Y donde asimismo los periódicos viven retroalimentándose unos a otros sin parar. Todo esto es muy melancólico, como tantos otros bucles en los que seguimos viviendo, intentando seguir cazando trampas para intentar reformarlas, aunque al final nos invadan las mareas negras como a Fraga en Galicia, lo siento, claro, por los gallegos y por todos nosotros, nada más. Y nada menos.

Archivado En