Crítica:

Tras la superficie

La lectura de La hermana de Katia, libro con el que Andrés Barba (Madrid, 1975) fue finalista en el último Premio Herralde de Novela, invitaba a abrir fundadas expectativas. Lo hacía porque esa novela mostraba la seguridad y una desarmante eficacia en el uso de algunos conceptos narrativos. Uno de ellos era el uso de la tercera persona en una historia de iniciación que parecía que exigía el uso de la primera. Cuando uno lee lo que ve la hermana de Katia, lo que ve y ordena en su lógica interior, acepta la voz elegida porque entiende que esa historia y la estructura afectiva de su heroín...

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La lectura de La hermana de Katia, libro con el que Andrés Barba (Madrid, 1975) fue finalista en el último Premio Herralde de Novela, invitaba a abrir fundadas expectativas. Lo hacía porque esa novela mostraba la seguridad y una desarmante eficacia en el uso de algunos conceptos narrativos. Uno de ellos era el uso de la tercera persona en una historia de iniciación que parecía que exigía el uso de la primera. Cuando uno lee lo que ve la hermana de Katia, lo que ve y ordena en su lógica interior, acepta la voz elegida porque entiende que esa historia y la estructura afectiva de su heroína sólo se podía contar desde fuera de su personalidad insondable. La innominada hermana de Katia tenía bastante con mirar lo que ocurría a su alrededor, ser testigo, como para que encima se le obligara a narrarlo. De haberlo hecho, aquella hermosa novela hubiera perdido toda su credibilidad literaria. Ahora el escritor madrileño publica un nuevo libro, La recta intención, reunión de tres nouvelles y un cuento.

LA RECTA INTENCIÓN

Andrés Barba Anagrama. Barcelona, 2002 231 páginas. 12 euros

Si los lectores han leído antes La hermana de Katia, reconocerán en estas narraciones ciertas pautas psicológicas, esos destellos inquietantes que emergen de algunos diálogos, una lacerante sordidez o esa apacible felicidad que un día se decide por el abismo. Filiación, Debilitamiento, Nocturno y Maratón son los títulos de las piezas que configuran La recta intención. En el primero de ellos, una madre se va muriendo mientras en su entorno se dirimen los contenidos afectivos o desafectivos de sus parientes respecto a la moribunda. En el segundo, una adolescente utiliza la anorexia para enfilar una experiencia amorosa de consecuencias insospechadas. En la tercera, un hombre de 50 años pone en riesgo su monótona comodidad con un joven de 20 años. En la última pieza, alguien se refugia en la preparación obsesiva del triunfo en una maratón.

Los cuatro relatos están

contados desde aquella primorosa tercera persona que comentamos más arriba. Los personajes de estas historias se relacionan con el mundo desde una incomunicable marginalidad. Son seres sociales como usted, como yo, una hija, también innominada, un empleado de banca, un corredor solitario, una chica absorta en una revelación que la consume, pero a diferencia de nosotros ellos un día deciden pasar una frontera para ver lo que se esconde detrás de la superficie de la realidad. Lo hacen en medio de ese murmullo familiar que se desprende de la cotidianidad, hasta que un día rasgan la invisible tela que los separa de sus semejantes para volverse contra sí mismos. Ninguno de ellos puede verbalizar, cuando probablemente deberían hacerlo, sus propios fantasmas existenciales. Están unidos al absurdo del mundo corriente mediante sus pequeñas patologías indescifrables. Ellos son su propia luz y sombra. Apenas tienen voz, hay que verlos cómo se deslizan por la vida y extraen de ella toda su tristeza, su ira y su resignación. La recta intención es el mejor libro que cabía esperar de Andrés Barba.

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