Crítica:EQUIPAJE DE BOLSILLO

El esplendor y el gozo de la literatura del XIX

El siglo XIX significa, para la novelística, la gran cosecha tras la lenta maduración de las semillas de gente como Cervantes. El XIX es, para la narrativa con mayúsculas, la apoteosis de la construcción del relato y asimismo de la ubicación de cada personaje en el lugar preciso para que el artefacto funcione. Por eso la sombra de los grandes maestros de ese siglo no cesa de alargarse, y aun nos deja boquiabiertos el acierto con que supieron no sólo encontrar las respuestas y los caminos, sino sobre todo cómo se las apañaron para plantearse con rigor las preguntas importantes sobre la novela y...

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El siglo XIX significa, para la novelística, la gran cosecha tras la lenta maduración de las semillas de gente como Cervantes. El XIX es, para la narrativa con mayúsculas, la apoteosis de la construcción del relato y asimismo de la ubicación de cada personaje en el lugar preciso para que el artefacto funcione. Por eso la sombra de los grandes maestros de ese siglo no cesa de alargarse, y aun nos deja boquiabiertos el acierto con que supieron no sólo encontrar las respuestas y los caminos, sino sobre todo cómo se las apañaron para plantearse con rigor las preguntas importantes sobre la novela y la vida. Ahora una oleada de publicaciones permite al lector español asomarse a obras cruciales.

La tradición cervantina, bien heredada por talentos como Sterne, se convierte en el XIX en patrimonio británico. Figura señera en esa línea de personajes indelebles y de estilo tan ardiente como irónico es Charles Dickens, de quien por ejemplo aparece, con prólogo de Luis Mateo Díez y traducción de Ramón Berenguer, Grandes esperanzas, su penúltima novela y todo un monumento a la tenacidad de los sueños y, desde luego, a la habilidad literaria para que el lector se vea arrastrado gozosamente. Otro pilar es Cumbres borrascosas, de Emily Brontë, con prólogo de Enriqueta Antolín y traducción de Carmen Martín Gaite. Novela absolutamente fuera de lo normal, de las que abre vías y al tiempo las concluye, erizada de caracteres irresistibles, impelidos por al fátum y el deseo contrariado (de nuevo ahí, sutil, casi inconfesada, la huella de Cervantes). De otro poderoso, Thomas Hardy, tenemos Jude el oscuro, una reivindicación de lo instintivo en plena cárcel de la moral social, y toda una demostración de cómo los temas subterráneos son más letales si se tratan con claridad estilística. Y elemental, querido Watson, una referencia a la publicación de El perro de Baskerville, de un novelista 'popular', Arthur Conan Doyle, aparecida hace justo cien años; idéntica circunstancia concurre en El corazón de las tinieblas, de Joseph Conrad, relato que aguanta incluso el diluvio de incienso que no ha dejado de caerle encima y que ha tapado su carácter develador del colonialismo en el Congo: completan el volumen, traducido y editado por Dámaso Lopez García, Juventud y En las últimas.

Del otro gran volcán narrativo del XIX, Rusia, la primera gran novela de Dostoievski, Humillados y ofendidos, en traducción de Cansinos Sáenz, que permite asomarse a los turbulentos abismos del autor, confirmados en una de sus obras más compulsivas, El jugador, en traducción de Ángel C. Tomás. Y el humor esperpéntico de Gógol en Almas muertas (que él mismo quiso heredero de Cervantes): Gógol, con Pushkin, es la llave que permite entrar verdaderamente en los sótanos y paraísos de la vida rusa, y pase lo que pase en ese enorme país nunca va a dejar de ser una voz elocuente. Ay, por qué quemaría la segunda parte de esa novela.

La capacidad de los clásicos para mantenerse por encima de las modas la ejemplifica en dos autores franceses de quienes se conmemoran en 2002 dos siglos de su nacimiento: Victor Hugo y Alejandro Dumas. El primero, cuya summa Los miserables (edición de José Luis Gómez, traducción de Nemesio Fernández Custa) confronta al lector con una auténtica cosmogonía narrativa: cada palabra, línea y párrafo son combustible, la máquina es imparable, Hugo cada día está por redescubrir, y éste ha sido uno de sus años con motivo de la celebración de sus dos siglos de nacimiento. En clave de entretenimiento, El conde de Montecristio, de Dumas, traducida por Carlos de Arce, permanece, ella y su protagonista, Edmundo Dantés, insumergible.

Y, ya que hemos partido de la evocación de Cervantes, hay que mencionar que Debolsillo abre una colección de Clásicos Comentados, ceñida a la literatura española, con introducción, notas y propuestas para exposición oral y escrita y comentario de texto sobre la obra. La colección va desde el Poema del Mío Cid hasta los Cuentos de Clarín, con escalas tan fundamentales y sobre todo apasionantes como, entre otras, La Celestina, Romancero y lírica tradicional, poesía y prosa de Garcilaso y san Juan de la Cruz; Don Quijote, por supuesto; La vida del Buscón, de Quevedo; La vida es sueño, de Calderón; El sí de las niñas, de Moratín; Don Juan Tenorio, de Zorrilla; Artículos, de Larra, o Misericordia, de Galdós.

Grandes esperanzas. Charles Dickens. Punto de Lectura. Madrid, 2002. 685 páginas. 7,75 euros. Cumbres borrascosas. Emily Brontë. Punto de Lectura. Madrid, 2002. 479 páginas. 6,95 euros. Jude el oscuro. Thomas Hardy. Punto de Lectura. Madrid, 2002. 588 páginas. 7,75 euros. El perro de Baskerville. Arthur Conan Doyle. Edaf. Madrid, 2002. 302 páginas. 8,95 euros. El corazón de las tinieblas. Joseph Conrad. Valdemar. Madrid, 2002. 511 páginas. 10,90 euros. Humillados y ofendidos. Fiódor Dostoievski. Punto de Lectura. Madrid, 2002. 498 páginas. 6,95 euros. Almas muertas. Nikolái Gógol. Edaf. Madrid, 2002. 506 páginas. 9,50 euros. Los miserables I y II. Victor Hugo. Destino. Madrid, 2002. 800 y 608 páginas. 8,40 y 7,20 euros. El conde de Montecristo. Alejandro Dumas. Punto de Lectura. Madrid, 2002. 1.375 páginas. 8,50 euros. Colección Clásicos Comentados. Varios autores. Debolsillo. Barcelona, 2002. entre 4,95 y 7,20 euros.

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