Crítica:

A través de los ojos del otro

A Victor Segalen (1878-1919) su empleo de médico militar en la Marina francesa lo llevó un día hasta China y allí se quedó su espíritu, deslumbrado por un mundo tan distinto al Occidente al que él pertenecía, tratando de penetrar en el alma misteriosa de aquel milenario país desconocido y fascinante. René Leys, novela póstuma, está basada, al parecer, en los relatos que un amigo quizá mitómano le hizo sobre sus andanzas en esa China a cuya esencia mental y experiencia vital Segalen deseaba acceder. En todo caso, el relato -probablemente un relato para iniciados, pero de gran arraigo en ...

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A Victor Segalen (1878-1919) su empleo de médico militar en la Marina francesa lo llevó un día hasta China y allí se quedó su espíritu, deslumbrado por un mundo tan distinto al Occidente al que él pertenecía, tratando de penetrar en el alma misteriosa de aquel milenario país desconocido y fascinante. René Leys, novela póstuma, está basada, al parecer, en los relatos que un amigo quizá mitómano le hizo sobre sus andanzas en esa China a cuya esencia mental y experiencia vital Segalen deseaba acceder. En todo caso, el relato -probablemente un relato para iniciados, pero de gran arraigo en la literatura francesa- de su acercamiento al alma china posee dos elementos definitorios: uno, la forma literaria de la plasmación del acoso a lo desconocido, logro de gran belleza; dos, la creación de una relación entre narrador y personaje que determina la expresión misma del relato.

RENÉ LEYS

Victor Segalen Traducción de Esther Benítez Alianza. Madrid, 2002 192 páginas. 12 euros

El narrador -el propio Se-

galen-, europeo que vive en China, confiesa al lector su impotencia ante su mayor deseo: ser recibido en audiencia en el palacio de la Ciudad Tártara, el cuadrado principal de la misteriosa Pekín, donde en el centro profundo del mismo, en el 'Dentro', como él lo denomina, vivía el emperador, dueño del sol e hijo del cielo que reinó de 1875 a 1908 y que, como emperador, fue la víctima designada desde hace cuatro mil años como holocausto mediador entre el cielo y el pueblo sobre la tierra. En el 'Dentro' viven la emperatriz viuda, el hijo niño, los eunucos y las mujeres; ningún hombre. Es la Ciudad Prohibida. El deseo de Segalen, un deseo impetuosamente absorbente, es llegar a ese 'Dentro' que es, simbólicamente también, el deseo de penetrar en el alma y la mentalidad del pueblo chino. Para ello, Segalen, que tenía un profesor de pequinés, se procura a un segundo, un muchacho belga instalado desde cuatro años atrás en Pekín con su padre, comerciante.

La relación entre ambos es la línea maestra de la novela porque plantea un asunto muy atractivo: el deseo de conocer el secreto que se acaba convirtiendo en el deseo de conocer al que te da a conocer el secreto. De hecho, Leys actúa como receptor y cumplidor de los deseos de Segalen, pero ésta es la intuición final del autor. Desde el inicio de su relación hasta esa conclusión titubeante lo que se cuenta es el acceso paulatino del muchacho a la Ciudad Prohibida, al centro mismo de ella, al 'Dentro' y a la progresiva intimidad de ambos, narrador y autor, de la que se vale el segundo para entrar en la Ciudad Prohibida por los ojos del primero. La imagen simbólica es bella y clara; y no menos hermosa y sugerente es su consecución expresiva. Segalen elige la forma de diario para escribir el libro; está escrito casi en apuntes en muchos momentos -aunque cargado de imágenes sensuales y coloridas- lo que le da un aire de extrañeza y atención que convierte al diarista en un observador nervioso y minucioso; también la escritura de frases rápidas, entrecortadas o a medias, de apuntes precisos tomados al momento, configuran una trama de adivinación, de misterio en cierne, de algo a punto de desvelarse... que mantiene la atención y el deseo de saber en el lector de manera constante, creando una atmósfera en la que ese mundo oriental misterioso, inabordable, se llena de caminos, grietas, insinuaciones, entendimientos y dudas entre verdad y mentira, entre fingimiento, conocimiento y verdad. Esta escritura, además, desliza una pregunta suave y constante que sólo se concretará como tal al final: ¿hasta qué punto las fantasmagóricas, pero creíbles revelaciones y confidencias de Leys al autor son ciertas y reales o responden al deseo de agradar a Segalen? El lector no tiene opción: se verá obligado a elegir, a convertirse él también en una especie de voyeur de ese mundo ajeno e incógnito cuyas últimas razones de ser se le escapan por más datos que reciba y que crea estar casando. A ello se une que la historia relatada es también el relato del crepúsculo de un mundo antiguo hecho a la luz de esa hora incierta donde las cosas son difusas o equívocas, donde las formas se confunden y equivocan la mirada que las contempla o la mente que las interpreta.

Hay también en el libro amor por una cultura milenaria, además de fascinación. La suma de todos estos efectos dan como resultado una narración singular, incitante, intrigante, que no responde a otra intención que a la necesidad y el deseo de entender al otro, de entender lo otro, que realza su interés. Interés que ha de comenzar en el lector mismo para dar buen fin a la lectura de René Leys.

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