Reportaje:

Agosto, sin playa

Centenares de españoles dedican sus vacaciones de verano a programas anónimos de ayuda a los demás

Macarena López no siente ninguna envidia de quienes veranean este agosto en la playa. Aunque descansa menos de ocho horas diarias, trabaja mucho y no dispone de agua corriente, ya sabe, a dos semanas del final de sus vacaciones, que no las va a olvidar en la vida. Ni tampoco a los niños y a las mujeres que ha conocido en la cooperativa Creative Handicrafts, en Bombay (India), una organización que gestiona el trabajo de mujeres sin recursos, con quienes pasa estas vacaciones junto a su marido, Tito.

Como muchos otros españoles, esta pareja prefiere dedicar su tiempo de descanso a viajar ...

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Macarena López no siente ninguna envidia de quienes veranean este agosto en la playa. Aunque descansa menos de ocho horas diarias, trabaja mucho y no dispone de agua corriente, ya sabe, a dos semanas del final de sus vacaciones, que no las va a olvidar en la vida. Ni tampoco a los niños y a las mujeres que ha conocido en la cooperativa Creative Handicrafts, en Bombay (India), una organización que gestiona el trabajo de mujeres sin recursos, con quienes pasa estas vacaciones junto a su marido, Tito.

Como muchos otros españoles, esta pareja prefiere dedicar su tiempo de descanso a viajar al Tercer Mundo para vivir de primera mano su situación. Es lo que se conoce como turismo solidario, una opción de vacaciones comprometidas que cuenta con bastantes adeptos, aunque es difícil cuantificarlos. Sobre todo porque las grandes organizaciones no gubernamentales (ONG) han desistido de organizarlos, y es una fórmula que queda en manos de las pequeñas asociaciones. 'Cuestan demasiado dinero y suponen un gran esfuerzo de organización, cuando no tenemos claro que sean beneficiosos', explica el portavoz de una de estas ONG.

'La experiencia de conocer la realidad directamente implica más a la gente'

Su posición la recoge el libro Solidaridad, de Pilar Cernuda, en boca de José María Mendiluce: 'La colaboración en tiempo de vacaciones provoca un efecto muy positivo en la gente que se desplaza, pero para las personas que están allí sufriendo, a veces no siempre resulta tan bien por varios factores: primero, porque este trabajo es inútil si no tiene una continuidad; segundo, porque puede generar expectativas que no se cumplen, y, en tercer lugar, puede llegar a ser insultante, porque al fin y al cabo los voluntarios que van por una temporada tienen el billete de vuelta y cuentan además con un nivel de vida mejor que el de las poblaciones que van a atender'.

'Es verdad que para mucha gente no está justificado', reconoce Carlos Pérez, responsable de Eduación para el Desarrollo y Comercio Justo de Setem. Su organización lleva 11 años preparando viajes de este tipo -este año 89 voluntarios están en diferentes países de África, Asia y Latinoamérica, tras haber hecho un cursillo de formación de 40 horas-. 'Sin embargo, más que al hecho de echar una mano, nosotros damos mucha más importancia a la acción formativa. La experiencia de conocer la realidad directamente implica a la gente más', explica Pérez. 'Intentamos que tengan claro que no van a salvar a nadie, ni a vivir una aventura, porque si quieren adrenalina para eso hay deportes de riesgo. Y nuestra experiencia es que merece la pena. Pero por el efecto a la vuelta: es habitual que se mantenga el contacto con las personas, a las que apoyan, presentando proyectos u organizando actividades de sensibilización y denuncia'.

'El mes se te queda corto', cuenta por teléfono Macarena López, de 40 años, que precisamente ha viajado a India con Setem. 'Hay tantas cosas que se pueden hacer... Y, aunque estamos mentalizados de que no venimos a salvar el mundo, a veces sientes que molestas por tu mentalidad'.

En Creative Handicrafts hay otras cuatro españolas, además de su marido y ella. Estas vacaciones les cuestan unos 1.000 euros, que corresponden en su mayoría al billete de avión, ya que la estancia y el mantenimiento corren a cargo de la organización que les acoge. Eso sí, deben adaptarse a la 'sencilla forma de vida'. Todos participan en un proyecto ya consolidado que da trabajo a unas 200 mujeres.

La base son seis cooperativas, donde se forma y se emplea a estas mujeres en la producción de artesanía textil, que ellas mismas comercializan. Además, hay un servicio de catering, Asli Foods (en hindi quiere decir comida auténtica), que abastece a los trabajadores de la zona; un centro de refuerzo escolar y una guardería.

Macarena López, que es psicóloga, aprovecha sus conocimientos para ayudar en la guardería. 'Mi objetivo es que las cuidadoras indias, que no tienen una formación, acaben organizando un horario de guardería'. Su marido, que trabaja en una consultoría, elabora un catálogo de los productos y está informatizando las cuentas.

'Hay una miseria tremenda, y sin embargo la lección que recibimos es que la gente pobre, en vez de mirar hacia arriba, como haríamos en occidente, miran hacia abajo, hacia la gente que está peor. Eso les da fortaleza para seguir adelante. Y es toda una lección de vida', cuenta López.

Elisa López Varela, estudiante de Medicina, de 21 años, también valora el enriquecimiento personal en su experiencia en Camerún. Allí ha viajado este verano con la organización Cerca y Lejos, junto con dos compañeras de su carrera Oriana Ramírez y Paloma Navas, y otros estudiantes. A ella el viaje le ha costado unos 1.300 euros, que se ha financiado trabajando todo el año. Pero merece la pena. 'Aunque la situación es muy cruda', relata.

El objetivo de esta organización es trabajar en la educación y en la sanidad, campos muy conectados porque la prioridad es concienciar en la higiene y la prevención del sida. 'Es una zona donde hay mucha magia negra y donde existe la creencia de que el sida es una enfermedad de los blancos', explica López Varela. 'Es difícil luchar contra eso, porque creen que es el preservativo el que contagia. Hemos visto también una niña de tres años que había sido violada por un familiar, porque existe la creencia de que si violas a una mujer virgen se te cura la enfermedad. Es un golpe duro, pero te das cuenta de que la única posibilidad es la educación'.

Tras el viaje, ya prevé una continuidad: conseguir una incubadora y elaborar un vídeo con las imágenes que han tomado, con el fin de que otros estudiantes de Medicina se sumen al proyecto.

'Yo no vengo a aportar nada', asegura en cambio Carmen Benaiges, una logopeda de 26 años que, con otras 20 personas de toda España, visita la isla de Cuba, gracias a la ONG Sodepaz. Una parte del viaje incluye la restauración del palacio de pioneros de Guantánamo. 'El objetivo no es hacer un trabajo, sino recibir la información de primera mano, de cómo desde el Gobierno cubano se organizan las instituciones públicas. Puede ser criticable, pero quiero conocer el país de otra manera, sin ninguna aspiración. Estamos visitando y viendo cosas que un turista no puede ver, porque podemos contactar con asociaciones y entidades, y eso es un privilegio. Me apetecía mucho conocer la realidad, porque se critica mucho y se dicen cosas negativas, y yo quería conocer lo positivo y cómo creen ellos [los cubanos] que deberían ser las cosas'.

En cualquier caso, ella, como otros turistas solidarios, no olvidará estas vacaciones, y tampoco quienes les han acogido. La experiencia termina en la mayoría de los casos en un intercambio más amplio. En otros, alcanza un impacto aún mayor. Como explica Carlos Pérez, de Setem, 'hay gente a la que la experiencia personal le resulta tan fuerte que a la vuelta abandonan su trabajo y su vida pega un giro radical'.

Cooperantes de la organización Cerca y Lejos, con los niños con los que trabajan, en Camerún.

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