Reportaje:

La campaña de los escándalos

Las sospechas de complicidad con las corporaciones en crisis marcan la carrera a las elecciones de noviembre en EE UU

La economía está en declive, la burbuja bursátil ha estallado, el país ha declarado una guerra universal contra el terrorismo, sus tropas ocupan Afganistán por tiempo indefinido y el presidente George W. Bush sopesa la posibilidad de invadir Irak. La campaña para las elecciones de noviembre, en las que se renovarán la Cámara de Representantes, un tercio del Senado y 36 gobiernos estatales, no parece falta de temas. Casi todos los mensajes se centran, sin embargo, en un único asunto: los escándalos empresariales. Los candidatos se acusan unos a otros de complicidades inconfensables con las gran...

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La economía está en declive, la burbuja bursátil ha estallado, el país ha declarado una guerra universal contra el terrorismo, sus tropas ocupan Afganistán por tiempo indefinido y el presidente George W. Bush sopesa la posibilidad de invadir Irak. La campaña para las elecciones de noviembre, en las que se renovarán la Cámara de Representantes, un tercio del Senado y 36 gobiernos estatales, no parece falta de temas. Casi todos los mensajes se centran, sin embargo, en un único asunto: los escándalos empresariales. Los candidatos se acusan unos a otros de complicidades inconfensables con las grandes corporaciones. Ambos partidos están gastando más que nunca en una publicidad basada en la descalificación del contrario.

Se está gastando más que nunca en una publicidad basada en la descalificación
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La unidad en torno al dolor del 11-S no fue más que una pausa. Las cosas han vuelto a estar donde estaban en noviembre de 2000, tras la elección que George W. Bush ganó por un solo voto, 4-3, y no en las urnas, donde perdió, sino en el Tribunal Supremo.

Republicanos y demócratas se lanzan a la campaña en situación de empate técnico y para las próximas semanas se dibuja un enfrentamiento feroz, basado en acusaciones mutuas de corrupción y fraude. Se trata de unas elecciones fragmentadas Estado a Estado, pero en esta ocasión habrá un argumento común. Los demócratas, a la ofensiva, intentan identificar a los republicanos con las grandes corporaciones, muy desprestigiadas, y con la mala gestión (los superávit nacionales y locales se han convertido en déficit); curiosamente, los republicanos, a la defensiva, se muestran dispuestos a replicar a sus rivales con los mismos argumentos.

¿Terrorismo? ¿Seguridad? ¿Pensiones? ¿Asistencia sanitaria? Ésos parecían, hace sólo unos meses, los temas centrales de la campaña. Sin embargo, apenas se mencionan. En los primeros 10 días de agosto, los candidatos en 22 Estados gastaron 3,4 millones de dólares (3,45 millones de euros) en anuncios dirigidos a lanzar acusaciones de complicidad con las grandes empresas, o a defenderse de ellas; el gasto en anuncios sobre otros asuntos se quedó lejos de esa cifra. 'Los escándalos empresariales han arrinconado, por ahora, todo lo demás', explicó Evan Tracy, de Campaign Media Analysis Group.

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Tras la reforma de la financiación política agónicamente aprobada por el Congreso, y firmada a regañadientes por Bush, las de noviembre son las últimas elecciones en las que puede utilizarse soft money: el dinero donado a los partidos por personas jurídicas, sin ninguna limitación y sin otra condición que la de no recomendar el voto para una candidatura concreta. Demócratas y republicanos parecen dispuestos a tirar la casa por la ventana: 'Calculamos que el gasto en publicidad rondará los 850 millones de dólares, y podría alcanzar los mil millones; se están batiendo todas las marcas', indica Chris Rohrs, presidente del Television Bureau of Advertising.

Con dinero a espuertas y con estrategias basadas en la descalificación, la campaña no es, por ahora, un espectáculo agradable. Las acusaciones de estafa y corrupción vuelan por doquier, con dosis masivas de demagogia. Los esfuerzos por distanciarse de corporaciones como Enron y WorldCom, implicadas en quiebras fraudulentas después de financiar generosamente a casi todos los candidatos, de uno y otro lado, son tan denodados que los políticos estadounidenses parecen haberse vuelto revolucionarios anticapitalistas.

'Nosotros exigiremos responsabilidades a los altos ejecutivos', promete Jim Humphreys, aspirante demócrata a un puesto en la Cámara de Representantes por West Virginia. 'El espectáculo es vomitivo: los grandes empresarios cometen fraudes que ponen en peligro los empleos y las pensiones de los trabajadores'. La frase corresponde a un anuncio del senador republicano -y muy conservador- Wayne Allard, de Colorado.

Las batallas electorales que más atraen la atención son las de Florida y Tejas, los dos feudos de la familia Bush. En Florida, el hermanísimo Jeb Bush empieza con mal pie. Los demócratas elegirán a su rival en las primarias del 10 de septiembre, con dos opciones: la ex fiscal general de Bill Clinton, Janet Reno, enferma de Parkinson, apoyada por estrellas como Elton John y Martin Sheen y con tirón popular (salvo entre los cubanos, por el caso Elián), y el abogado Bill McBride, el favorito del partido. Pero Bush, que aún dispone de casi 14 puntos de ventaja sobre Reno en las encuestas, ya tropezó al tener que desmantelar un comité de apoyo que utilizaba falsedades rayanas en la obscenidad para atacar a la ex fiscal general (alegaciones sexuales, complicidad con el terrorismo) y ahora trata de superar una crisis de gobierno causada por el mal funcionamiento de la agencia de tutela de menores.

Tejas, el más sólido bastión republicano, podría dar la gran sorpresa. Ron Kirk, ex alcalde de Dallas, demócrata y negro, ha arrancado de forma fulgurante en su carrera hacia el Senado. Y Tony Sánchez, un multimillonario de origen hispano, podría arrebatar el puesto de gobernador a Rick Perry, el hombre al que Bush dejó el cargo en herencia. Las cosas se presentan tan complicadas para los republicanos de Tejas que George W. Bush ha preferido distanciarse de la campaña, para evitar que una derrota de su partido sea considerada como un rechazo a su gestión en Washington.

Los candidatos demócratas a la Casa Blanca velan sus armas

¿Quién será el rival demócrata de George W. Bush en 2004? La pregunta empezará a tener respuesta en diciembre próximo, cuando el resultado de las elecciones parlamentarias y estatales haya sido desmenuzado por los analistas de cada aspirante. Tom Daschle, que como líder demócrata del Senado es el miembro del partido con mayor relevancia institucional, ya ha dicho que de momento se concentra en noviembre, y que después decidirá si se lanza a la carrera hacia la Casa Blanca. El ex vicepresidente Al Gore, derrotado por Bush en 2000, aún no ha dicho nada, pero se le notan las ganas: se ha afeitado la barba, se deja ver por todas partes y mantiene una áspera polémica con el senador Joe Lieberman, el que fue su compañero de candidatura hace dos años. Lieberman, tan desplazado hacia el centro que tiende a invadir el carril derecho, acusa a Gore de haberse equivocado al centrar su campaña presidencial en el tema 'el pueblo contra los poderosos'. Gore le replica que el tiempo, y casos como el de Enron y WorldCom, le han dado la razón. Hay otros demócratas deseosos de tentar fortuna. Dick Gephardt, de Misuri, líder de la minoría demócrata en la Cámara de Representantes, político experto pero con tendencia a colocarse en el bando perdedor en los momentos críticos, oculta sus cartas. John Kerry, de Massachusetts, veterano de Vietnam, carismático y dialécticamente muy hábil, ya ha expresado su interés, pero tiene el problema de ser de la región nororiental de Nueva Inglaterra. Desde 1960, cuando fue elegido John Kennedy, otro senador de Massachusetts, no ha habido un presidente de la Costa Este. El centro de gravedad demográfico, económico y político se desplaza inexorablemente hacia el suroeste. Eso debería favorecer a Gray Davis, gobernador demócrata de California.Pero Davis, que hasta el pasado verano sonaba como presidenciable sólido, quedó muy tocado por la crisis energética de su Estado, y no da muestras de interesarse por la Casa Blanca.

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