Crítica:

Viva la propiedad

Hacia 1848, un político moderado español dijo que la propiedad era al hombre lo que las alas al ave. Después de casi siglo y medio de debate, en el curso del cual el derecho de propiedad fue sometido a considerables amenazas, ha llegado la hora de la revancha. Una vez constatado el fracaso del socialismo real en sus distintas variantes, no se contempla otro futuro para la humanidad que regido por un capitalismo sólidamente asentado en la propiedad privada. No es extraño que regrese el tono apologético de los defensores de la propiedad en el siglo XIX. En esta línea se inscribe el libro de Rich...

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Hacia 1848, un político moderado español dijo que la propiedad era al hombre lo que las alas al ave. Después de casi siglo y medio de debate, en el curso del cual el derecho de propiedad fue sometido a considerables amenazas, ha llegado la hora de la revancha. Una vez constatado el fracaso del socialismo real en sus distintas variantes, no se contempla otro futuro para la humanidad que regido por un capitalismo sólidamente asentado en la propiedad privada. No es extraño que regrese el tono apologético de los defensores de la propiedad en el siglo XIX. En esta línea se inscribe el libro de Richard Pipes, excelente conocedor de la historia rusa, profesor en Harvard y próximo en su día al presidente Reagan.

PROPIEDAD Y LIBERTAD

Richard Pipes Traducción de Josefina de Diego Turner-FCE. Madrid, 2002 405 páginas. 24 euros

La tesis central de Propiedad y libertad es que el ejercicio de la propiedad resulta inherente al ser humano, su afirmación se vincula de forma indisoluble al desarrollo de la libertad y todo intento de cercenarla resulta negativo, incluido el transporte escolar obligatorio en autobús para luchar contra la segregación en los Estados del sur. 'El derecho de propiedad', escribe Pipes, 'no garantiza los derechos y libertades civiles, pero históricamente ha sido el mecanismo más efectivo para asegurar ambas cosas', al definir una esfera individual contra toda 'usurpación' del Estado. Desde este punto de vista, el libro de Pipes no es más que un exponente, muchas veces desaforado, del neoliberalismo al uso que no contempla cualquier intervención del Estado en defensa del bienestar social, sino como una rémora para el desarrollo económico y por tanto para la prosperidad de todos. Del análisis de los mecanismos de distorsión que esa política económica conlleva, ni palabra.

Ahora bien, si el libro de Pipes merece un comentario es por la base histórica en que descansan sus argumentos. Hacia una vertiente, el publicista norteamericano traza un amplio panorama de la evolución histórica de la propiedad y de su relación con la génesis y consolidación de las instituciones representativas. Hacia otra, se centra en su tema principal de investigación: Rusia. El primer relato es de desigual calidad, dejando apreciar un mejor conocimiento de la historia de los países anglosajones y sensibles lagunas cuando escribe sobre la Europa continental. En las referencias a España, hay errores de bulto al hablar de las Cortes, y en lo que toca a Francia, apenas es esbozado lo que representa el proceso revolucionario de Francia entre 1789 y 1791 para la afirmación del moderno concepto de propiedad y su proyección política. Claramente, de esto Pipes sabe poco. En cambio, el capítulo sobre Rusia es magistral. Pipes sintetiza y proporciona una interpretación general muy sugestiva acerca de la ausencia de propiedad y el concepto patrimonial del poder en la Rusia del antiguo régimen. Es un apartado que vale por todo el resto del libro.

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