Crónica:ATLAS LITERARIO DE ESPAÑA

LA CIUDAD INVISIBLE

Fantaseada por sus escritores, León ha ido conquistando ese otro ámbito de la realidad que es la ficción. Palabras, deseos y recuerdos entre cuatro puertas abiertas al mundo

Una ciudad conquista su invisibilidad cuando se hace dueña de su mito. No es una conquista fácil, hay un arduo camino que recorrer y es precisa la confabulación de algunas de sus gentes, aquellas que no se conforman con vivirla y recordarla, que la quieren cantar o contar.

El mito ampara el destino de la ciudad invisible, es el aliciente imaginario de su identidad, y es necesario ayudar para que su dominio se produzca. Ese dominio, ya se sabe, necesita palabras, voces. Algunas buenas palabras narrativas, por ejemplo, o algunas voces líricas que hagan vibrar el alma de la misma.

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Una ciudad conquista su invisibilidad cuando se hace dueña de su mito. No es una conquista fácil, hay un arduo camino que recorrer y es precisa la confabulación de algunas de sus gentes, aquellas que no se conforman con vivirla y recordarla, que la quieren cantar o contar.

El mito ampara el destino de la ciudad invisible, es el aliciente imaginario de su identidad, y es necesario ayudar para que su dominio se produzca. Ese dominio, ya se sabe, necesita palabras, voces. Algunas buenas palabras narrativas, por ejemplo, o algunas voces líricas que hagan vibrar el alma de la misma.

A la invisibilidad contribuye la invención, esa otra suerte de memoria que no se aferra a la realidad sino a la imaginación, la memoria contaminada por el sueño de quienes no se conforman sólo con vivirla ni se resignan a que los administradores de la realidad la secuestren. El sueño, ya se sabe, es una garantía de que nada resulte lo que parece, de que pueda percibirse lo que se oculta.

Los romanos edificaron esta ciudad con cuatro puertas que miraban a las cuatro partes principales del mundo
Se viene en poco tiempo, desde cualquier sitio, pero se necesita la voluntad de venir. La despedida es más difícil

Nada más sencillo que venir a León, que se encuentra en el censo de las ciudades más invisibles de España, hasta el punto de que la ciudad tiene el mismo nombre de la provincia, lo que difumina lo urbano y lo territorial. Venir y apreciar la armónica belleza de su actualidad, el contraste de lo antiguo y lo nuevo, corroborar cierta calidad de ensueño en el fulgor de sus luces, un misterioso brillo de invierno y estío que asemeja el resplandor de las estaciones y que, probablemente, fue lo que le hizo decir a Ortega y Gasset que 'irradiando reflejos tiene León un despertar de joya'.

Se viene en poco tiempo, desde cualquier sitio, pero se necesita la voluntad de venir, ya que se trata de una de esas ciudades que uno no encuentra a la vuelta de la esquina, de las que no salen al paso. Hay que venir, no queda más remedio, la voluntad de verla implica la actitud de querer mirarla, su invisibilidad la hace exigente, no se entrega al pie del camino, aunque en el Camino de Santiago se encuentre.

No es la luz la mejor garantía de la invisibilidad, pero tampoco la noche la promueve. Lo invisible es un término de lo oculto o de lo desaparecido, exactamente de lo que no se puede ver, pero no como constatación de lo inexistente; Dios me libre decir que León no existe, que las ciudades invisibles no muestran la realidad de sus calles y monumentos, el paisaje que las contiene: dos ríos, por ejemplo, delimitando un territorio de frontera y cruce de caminos en la estela de un Viejo Reino que comenzó siendo un campamento romano.

Dice Risco que los romanos edificaron esta ciudad en forma cuadrada con cuatro puertas que miraban a las cuatro partes principales del mundo. Y asegura que fueron tan felices los principios de la nueva población, que desde su mismo origen fue grande, populosa e ilustre sobre otras más antiguas...

Esas puertas abiertas al mundo le sirvieron a León para que entraran vientos ajenos, con la suerte añadida de que quienes fueron viniendo nunca cerraron del todo la puerta, y en la vieja idea de asimilar el espíritu de pueblos diferentes se afianzó un temperamento franco y cristalizó un recinto con muy marcadas huellas románicas, góticas, barrocas, platerescas.

El que viene y mira, fácilmente reconoce el valor del viento, lo ajeno que construye lo propio, peregrinajes, exploraciones, forasteros que jamás quisieron ser de ningún sitio, gentes de frontera. No es León una de esas ciudades históricas que tienen muy determinada la propiedad del tiempo. Se pasea por ella con la sensación de que lo antiguo es viejo y lo viejo, eterno.

Las puertas incrementaron la inclemencia y el frío, posibilitaron algún misterioso Centro del Aire y la ensoñación de percibirla toda entera, desde las murallas a los chopos del río, desde las piedras blancas catedralicias a los ennegrecidos cobertizos de la estación. Un tal Pedro Palaz la rememora así desde la Orilla Oscura, con cierto atisbo de ciudad utópica, contribuyendo a su mito. Del mismo modo que el judío David Habad podía soñarla en sus desolados paseos medievales, como si la inventara en el mismo año en que un francés cayó del cielo: la alargada osatura de la catedral, los costillares, la grupa levemente alzada, y la ciudad a su lado como un gran nido tendido al último sol del día.

Tanto Palaz como Habad son personajes de ficción, ya he dicho que la suerte de la invisibilidad, que es una suerte de eternidad, se sustenta en la invención, lo imaginario es el mejor aval de lo real, un espejo que no se rompe y domeña al tiempo.

León tiene un libro del frío, ya que el frío forma parte de su mito, y hay un León de la mirada que resuena en los poemas de Antonio Gamoneda con la intensidad de una auténtica pasión de la mirada, hermosa guía para andar y sentir una ciudad solidificada en la belleza de la irrealidad.

Italo Calvino decía que las ciudades son un conjunto de muchas cosas: memorias, deseos, signos de un lenguaje. Son lugares de trueque, como explican todos los libros de historia de la economía, pero esos trueques no lo son sólo de mercancías, son también trueques de palabras, de deseos, de recuerdos. Calvino contabilizó las grandes ciudades invisibles que Marco Polo le descubrió a Kublai Kan, ciudades irreales y legendarias como Moriana o Baucis.

Palabras, deseos, recuerdos. El patrimonio imaginario de León es notable. Una ciudad tan fantaseada por sus escritores ha ido conquistando sin remedio ese otro ámbito de la realidad que es la ficción y, también sin remedio, se ha hecho dueña de un espejo que le devuelve la invisibilidad que lo imaginario irradia, el misterio de lo quimérico.

Hay un cuento de José María Merino en el que unos niños entran en una desolada casa de una céntrica avenida de la ciudad, una casa de dos portales, y asoman a la misma ciudad transfigurada e invadida por una súbita decrepitud. Esa ciudad de la fealdad y la ruina que acompaña, dice el narrador, a la otra como una sombra invisible.

Calvino aseguraba temeroso que en la crisis de la vida urbana que nos acecha, las ciudades invisibles acaso puedan llegar a ser el sueño que nace de las invivibles, lo que redundaría en esa imagen que alberga, en el cuento de Merino, el contratipo de la desolación. Los espejos no siempre son complacientes, los sueños también inquietan y perturban.

Se viene pronto, ya no hay distancias. La despedida es más difícil, pero ya se sabe que la mejor manera de irse de una ciudad es llevarla con uno, las piedras se sustituyen fácilmente por las palabras. Son las palabras, los deseos, los signos, quienes conforman la propiedad del mito.

El viejo campamento romano yace en el interior de la ciudad, en la sima de su memoria, en los cimientos de la catedral gótica.

Siempre hay un peregrino que la presiente y la olvida, algunos no llegan a distinguirla en el horizonte, el alquimista Nicolás Flamel descifró en ella el secreto que iba a permitirle convertir en oro los metales innobles.

Guía práctica

- Datos básicos Población: 130.916 habitantes. - Dormir La Posada Regia (987 213 173). Regidores, 11. En una antigua casa del barrio Húmedo restaurada. La habitación doble, 86,81 euros (IVA incluido). Hotel París (987 238 600). Ancha, 18. Pequeño hotel cerca de la catedral. 63 euros. Alfonso V (987 220 900). Padre Isla, 1. En verano, 90,40; los fines de semana, 79,10 euros. Parador de San Marcos (987 237 300). Plaza de San Marcos, 7. Monumental edificio de fachada plateresca. 131,80 euros. - Comer Formela (987 236 200). Gran Vía San Marcos, 38. Platos bien elaborados con una magnífica relación calidad-precio. Unos 21 euros. Vivaldi (987 260 760). Platerías, 4. El más audaz de los restaurantes leoneses. El menú degustación, 38,5 euros. Taberna La Piconera (987 212 607). Plaza del Grano. De raciones o a la carta. Unos 15 euros. La Poveda (987 227 155). Ramiro Balbuena, 9. Cocina casera. Precio medio, 15 euros. Latino (987 262 109). San Martín. 20 euros. Casa Pozo (987 223 039). San Marcelo, 15. Unos 25 euros. - Información Oficina de Turismo (987 237 082). ISIDORO MERINO

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