Columna

Literatura y superchería

Hace tres años, formando parte de la delegación de un congreso en Río de Janeiro, tuve ocasión de conocer la Academia Brasileña de las Letras. Una institución venerable, que nos colmó de atenciones. Alguien nos había advertido: 'Por favor, no saquéis el tema de la candidatura de Coelho'. Ya entonces era asunto muy delicado, que dividía a la intelectualidad, si el sofisticado autor de El alquimista merecía ocupar un sitio entre los inmortales vivos. Después de cambiar impresiones más privadamente, me traje la idea de que tal cosa no ocurriría. Sin embargo, ha ocurrido. La semana pasada, ...

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Hace tres años, formando parte de la delegación de un congreso en Río de Janeiro, tuve ocasión de conocer la Academia Brasileña de las Letras. Una institución venerable, que nos colmó de atenciones. Alguien nos había advertido: 'Por favor, no saquéis el tema de la candidatura de Coelho'. Ya entonces era asunto muy delicado, que dividía a la intelectualidad, si el sofisticado autor de El alquimista merecía ocupar un sitio entre los inmortales vivos. Después de cambiar impresiones más privadamente, me traje la idea de que tal cosa no ocurriría. Sin embargo, ha ocurrido. La semana pasada, tras un forcejeo de variopintas presiones, el segundo autor más vendido del planeta (creo que el primero es Tolkien) ha accedido por fin al sillón número 21. A lo que se ve, en todas las academias cuecen habas. (La española acaba de rechazar a otro candidato andaluz, nada menos que Castilla del Pino).

Pero volvamos a lo otro, que otro mucho nos incumbe. Para los no avisados, sepan que El Alquimista, la novela más vendida de Coelho (23 millones de ejemplares en 40 idiomas, según una asfixiante propaganda), se desarrolla presuntamente en Andalucía. Su personaje principal, Santiago, quiere ser un muchacho culto y leído, aunque pastor de ovejas, que busca su Leyenda Personal, además de la piedra filosofal y un tesoro con el que ha soñado. En esa triple búsqueda, salta de Tarifa a África, llega hasta Egipto y vuelve, después de unas complicaciones bastante insulsas. El tesoro no está entre las pirámides, sino en el lugar de partida, enterrado bajo del sicomoro (sic), a cuya sombra lo había soñado el inquieto pastor. En realidad se trata de un viejo cuento persa que ya fue reescrito por Borges en Historia universal de la infamia, abusivamente alargado por el brasileño. Ni que decir tiene que lo de Borges es una pequeña joya y lo de Coelho abundante bisutería. De ella cuelgan todas las proclamas pseudomísticas que este avispado autor extrae de su peculiar coctelera, donde conviven tan ricamente los Evangelios, el budismo zen, el Hare Krishna, residuos de su etapa hippy... Mas con ella, a lo que dicen, tiene encandilado a medio mundo. Así está el mundo.

He dicho 'presuntamente en Andalucía', pues cualquier parecido con nuestra región será puro capricho. Además de sicomoros y muchas planicies, las muchachas, como no, recuerdan 'vagamente a los antiguos conquistadores moros'; los gitanos emiten rezos rituales y 'tienen fama de ser un poco tontos'; 'el muchacho detestaba a los moros. Además, habían sido ellos los que trajeron a los gitanos'. Y lo más divertido, las invasiones desde África se produjeron aprovechando los fuertes vientos de levante. (Que se lo digan a los de las pateras). 'Eso suponía un gran peligro: los moros podían invadirnos nuevamente'. Lindezas así, todo el rato. Y además de moda. Pues esa superchería ha vendido ya lo que dicen y ha proporcionado a su autor la base de una fortuna reconocida de 17 millones de dólares, amén de innumerables distinciones, como la Medalla de Oro de Galicia por El peregrino de Compostela. Cualquier día nos lo encontramos sentado en la Real Academia Española.

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