Crítica:

Sombras de la claridad

En la noche y el amanecer del día de su 36 cumpleaños, Richard, que se considera viejo y acabado, se atiza tres botellas de whisky Jameson (su actividad favorita cuando le ataca el insomnio) y cuenta la historia que lo convirtió en lo que ahora es. Para tener tres botellas en el cuerpo, hay que reconocer que cuenta con un orden y un sentido progresivo de la revelación verdaderamente extraordinario. De hecho, al principio del relato, la acumulación de direcciones diversas, de vueltas atrás y adelante y de tirones de cabos diversos hacen pensar en una mente que se encuentra más bien dispersa a c...

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En la noche y el amanecer del día de su 36 cumpleaños, Richard, que se considera viejo y acabado, se atiza tres botellas de whisky Jameson (su actividad favorita cuando le ataca el insomnio) y cuenta la historia que lo convirtió en lo que ahora es. Para tener tres botellas en el cuerpo, hay que reconocer que cuenta con un orden y un sentido progresivo de la revelación verdaderamente extraordinario. De hecho, al principio del relato, la acumulación de direcciones diversas, de vueltas atrás y adelante y de tirones de cabos diversos hacen pensar en una mente que se encuentra más bien dispersa a causa del alcohol, pero a medida que se empapa, toma el mando del relato y lo organiza con una férrea y decidida voluntad de construir una estructura más propia de un novelista concienzudo que de un derrotado borracho.

VERANO INFIEL

Malcolm Knox Traducción de María Martoccia Emecé. Barcelona, 2002 264 páginas. 17,70 euros

La construcción de la historia sigue el sistema de los desvelamientos progresivos de mejor a peor. Dos parejas interesantes, atractivas, pertenecientes a la alta sociedad australiana en su conjunto aunque dos de ellos procedan de una clase inferior, sin problemas de dinero ni de trabajo ni de tiempo, despliegan ante el lector un esplendor de resonancias gatsbyanas -lo que el mismo autor confiesa, curándose en salud, supongo-. Y el narrador, que narra a posteriori, es decir, a historia cumplida, deja ver bien claro que es consciente de que, vistos desde afuera, los cuatro representan ante la clase media lo que se considera una vida envidiablemente joven, deportiva y lujosa, pero que no es oro todo lo que reluce. La clase lectora ejerce también de clase media que mira pues, como narrador, necesita colocar al lector en la posición de quien mira a través del seto hacia el interior del selecto club privado de turno.

Sus advertencias de narrador ('la maldición que caería sobre nosotros...') operan al modo tradicional; es decir: presenta un mundo esplendente para desnudarlo poco a poco. Lo que nos va a contar en realidad es el lado oscuro de esa claridad deslumbrante y la oscuridad y el engaño que sostienen tres de esas figuras ante las narices del narrador. Sin embargo esta fórmula, con ser tradicional, es también traicionera; porque hay que tener muy buen pulso para anunciar catástrofes y no defraudar al llegar a ellas y mostrarlas. En el relato de Malcolm Knox encontramos una historia cada vez más desgarrada, pero que no está sostenida por el drama que alberga sino por la ausencia de éste a favor de una progresiva acumulación de efectos estereotipados. Mi impresión como lector es que Knox no ha creído en ningún momento en su historia porque a quienes no conoce de verdad es a los personajes que deben sostenerla; los cuales sostienen entre sí unas relaciones todo lo extravagantes o escandalosas que se quieran, pero relaciones expresadas sólo por movimientos y desplazamientos constantes como las fichas de un juego de tres-en-raya. Me explicaré: una cosa son las relaciones que se fecundan a sí mismas y otras las que se acumulan en superficie. En una partida de tres-en-raya se puede optar por relatar la partida -movimientos- o por relatar el drama que se vuelca sobre la partida. En el primer caso, tendremos que poner la emoción en el juego mismo; en el segundo, el juego es sólo un pretexto. Pues bien, queriendo contar un drama, Knox se ha limitado a contarnos los movimientos de una partida entre cuatro jugadores cuya imagen, a fuerza de pretender ser dramática, sólo consigue acumular una espesa capa de maquillaje que oculta la inconsistencia dramática de unos personajes más bien huecos.

Richard es un hablador, no un narrador, aunque el autor utilice sus conocimientos narrativos para enmarcar el relato. Y como hablador, no muestra lo que sucede sino que se limita a decirlo. El problema del decir es que reduce la historia a una cuestión de mera exposición y elimina del texto la cualidad de misterio propia de una narración. Pretender conseguir el misterio por el sistema de ir haciendo revelaciones que dan la vuelta a la tortilla de una manera cada vez más forzada y truculenta, lo único que revela es falta de convicción en los personajes que han de alimentar la historia. La novela se convierte así en una especie de simple exposición travestida de drama novelesco. En mi opinión, ésta es una novela prefabricada que se instala en cualquier parte y en todas hace servicio sin destacar por nada.

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