San Fermín

El gran botellón

Empezamos con las edificantes palabras del marqués de Peralta y nos acercamos al fin con la proclama del marqués de Sade: '¡Franceses, todavía un esfuerzo más para ser republicanos!' (decimos 'franceses' y 'republicanos' en sentido figurado). Los eruditos fechan la aparición del uniforme de pamplonica en 1931, cuando los de la peña La Veleta, entre cuyos socios había varios republicanos, luego fusilados, se vistieron de esa guisa llamada a hacer furor con los años. '¡Amigos, todavía un esfuerzo más para seguir vistiendo de pamplonicas!', ése es el sentido que damos a las palabras del divino ma...

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Empezamos con las edificantes palabras del marqués de Peralta y nos acercamos al fin con la proclama del marqués de Sade: '¡Franceses, todavía un esfuerzo más para ser republicanos!' (decimos 'franceses' y 'republicanos' en sentido figurado). Los eruditos fechan la aparición del uniforme de pamplonica en 1931, cuando los de la peña La Veleta, entre cuyos socios había varios republicanos, luego fusilados, se vistieron de esa guisa llamada a hacer furor con los años. '¡Amigos, todavía un esfuerzo más para seguir vistiendo de pamplonicas!', ése es el sentido que damos a las palabras del divino marqués en las postrimerías del gran botellón.

¿El gran botellón? Sí. En el año en que el ahora postergado Pío Cabanillas anunció la prohibición de los botellones, los sanfermines de 2002 deben verse como la gran excepción que confirma la ley seca gubernamental. Paradójicamente, a alguien tan en la línea de Pío Cabanillas -desaparecido sin decir adiós- como la infatigable alcaldesa-presidenta de Pamplona -todos los días una rueda de prensa, por lo menos-, le tocará pasado mañana proclamar el éxito inconmensurable de la que podemos considerar como primera edición internacional del gran botellón. Para que el éxito anunciado de esta primera edición internacional fuese todavía más inconmensurable, ha faltado el tradicional desembarco masivo de franceses que, lejos de ser considerado por los naturales como una invasión normanda, se suele tomar como un festivo acto de confraternización transfronteriza. Excusamos la ausencia de los galos por suponerles, tras las turbulencias políticas vividas en su país, literalmente entregados a lo que proclamaba la frase de Sade: a la salvación de la República.

Pero, sí; a los franceses se les ha visto menos el pelo, o mejor dicho, la boina. Hay en las tribus galas una querencia por la boina roja que no es frecuente en las huestes anglosajonas, y que es del todo inusual en los naturales. Sin el desembarco masivo de los boinas rojas, el fin de la guerra carlista, sellado por Carlos Hugo con una ministra de Cultura que en el pasado baile ministerial no tuvo la mala fortuna de quedar, como Pío Cabanillas, desparejada de su cartera; el fin de la guerra carlista, digo, ha cobrado verosimilitud. Y sin el concurso de los vecinos transfronterizos, la boina roja es una prenda en extinción.

La boina roja bien pudo ser el complemento que los carlistas le pusieron al uniforme festivo de los de La Veleta tras las penurias de la larga postguerra. Es verdad que tanto los uniformes sanfermineros como las boinas rojas, no escasean precisamente en las escenas de romerías vascas de los años veinte. Pero habíamos remontado ya los felices veinte y estábamos en los años de la tecnocracia opusdeísta; años de férreos decretos cuyo aroma tanto nos recuerda el estilo común del portavoz desaparecido y de la muy activa alcaldesa-presidenta. Recordad, pamploneses, en los últimos estertores de la fiesta, que tras su conclusión volverá la vigencia de los decretos gubernamentales. ¡Franceses, todavía un esfuerzo más para apurar la excepción a la ley seca!

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