Columna

Problema de credibilidad

A partir de un determinado momento un político es prisionero de su trayectoria. Su discurso deja de tener credibilidad si está en contraposición con todo lo que ha hecho y, sobre todo, con todo lo que ha dicho de manera reiterada a lo largo de los últimos años. Pues en política es tan importante, o más, lo que se dice que lo que se hace. George Bush tuvo que pagar un coste muy alto al subir los impuestos, porque previamente había afirmado de manera tajante que no los iba a subir jamás. No fue el hecho de la subida, sino la ruptura del mensaje electoral el que le pasó factura. Un político acaba...

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A partir de un determinado momento un político es prisionero de su trayectoria. Su discurso deja de tener credibilidad si está en contraposición con todo lo que ha hecho y, sobre todo, con todo lo que ha dicho de manera reiterada a lo largo de los últimos años. Pues en política es tan importante, o más, lo que se dice que lo que se hace. George Bush tuvo que pagar un coste muy alto al subir los impuestos, porque previamente había afirmado de manera tajante que no los iba a subir jamás. No fue el hecho de la subida, sino la ruptura del mensaje electoral el que le pasó factura. Un político acaba quedando preso del mensaje que transmite y cuanto más tiempo lo haya estado transmitiendo, más. A Julio Anguita le ocurrió con su tesis de las 'dos orillas', que acabó expulsándolo de ambas e imponiéndole la retirada de la vida política. No se puede estar enviando un determinado mensaje a la ciudadanía durante mucho tiempo y pretender cambiarlo súbitamente porque, por el motivo que sea, se entiende que es lo que conviene en ese momento. En política, como en cualquier otro terreno, se puede y se debe cambiar, a fin de adaptarse a las nuevas circunstancias, pero lo que no se puede es carecer de columna vertebral y estar dispuesto a decir o a hacer cualquier cosa en cualquier momento, sin guardar la más mínima coherencia personal. Quien así actúa acaba siendo percibido por los ciudadanos como lo que realmente es, como un saltimbanqui o como un charlatán, carente de cualquier entidad personal y de cualquier tipo de fiabilidad.

En la trayectoria de Javier Arenas en el último decenio no ha habido ni un solo gesto de lealtad en sus relaciones con Andalucía

Con este problema de credibilidad personal es con el que tiene que enfrentarse el nuevo ministro de Administraciones Públicas, Javier Arenas, en su relación con la comunidad autónoma de Andalucía. Reproduzco sus declaraciones del pasado viernes: 'Ofrezco y pido lealtad , por lo que quiero dejar claro que por mí no va a quedar. El presidente Chaves puede contar con la certeza de que pondré todo de mi parte y contribuiré en la medida de mis posibilidades a un entendimiento entre ambas instituciones... Haré todo lo que dependa de mí para que se termine esta situación de enfrentamiento entre ambas instituciones'.

Las declaraciones son razonables. Son las que cabe esperar de cualquier ministro del Gobierno de la nación en relación con las autoridades de cualquier comunidad autónoma y más todavía cuando se ocupa el Ministerio de Administraciones Públicas, que tiene que ocuparse de la gestión diaria de la estructura territorial del Estado. Nada que objetar, por tanto, a lo dicho anteayer por Javier Arenas.

El problema, insisto, es de credibilidad. ¿Hay alguien que puede creer que Javier Arenas va a ser leal en el ejercicio de su nuevo cargo con la comunidad autónoma de Andalucía? Conociendo como conocemos su trayectoria, en particular desde 1993, ¿qué fiabilidad podemos dar a sus palabras?

Porque el problema viene de lejos. La primera aparición relevante de Javier Arenas a escala nacional se produjo en la noche electoral de 1993 y su intervención en TVE consistió en poner en duda la fiabilidad de los resultados electorales que estaban siendo transmitidos por el Ministerio del Interior, acusando al ministro de dar un pucherazo. Después vino 1994 y la legislatura de la pinza con la acusación al presidente de la Junta de Andalucía de ser, entre otras cosas, un okupa de la residencia oficial y la propuesta y votación de una resolución en el Parlamento para que tuviera que abandonarla. Esto es algo que no ha ocurrido en ninguna comunidad autónoma en los veinte años de vida del Estado de las Autonomías. Después de 1994 vino 1996 y sus años de ministro de Trabajo con sus visitas todos los fines de semana a insultar al presidente de la Junta de Andalucía. Después sus años de secretario general del PP con más de lo mismo. En este último mes hemos visto a Javier Arenas acusando a Manuel Chaves de estar en el puesto de mando de la huelga general del 20-J. Y todavía la semana pasada, después de conocerse la sentencia de la Audiencia Nacional que daba la razón a la Junta de Andalucía en su contencioso con el Estado en materia de financiación autonómica, Javier Arenas tuvo palabras despectivas para el presidente de la Junta de Andalucía, al que acusó de aburrir a los ciudadanos con sus reivindicaciones.

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Ésta ha sido la trayectoria de Javier Arenas en el último decenio. No ha habido ni un solo gesto de lealtad en sus relaciones con la comunidad autónoma. No fue leal cuando actuó como parlamentario andaluz y como candidato a la presidencia de la Junta de Andalucía y por eso los electores le pasaron la factura correspondiente en 1996. Y no lo ha sido tampoco cuando ha hecho política desde el Gobierno de la nación o desde la Secretaría General del PP. No es posible rastrear en su trayectoria ni un solo gesto ni una sola palabra que traduzca lealtad y aceptación de las reglas de juego en Andalucía. El juego sucio y el golpe bajo es lo que ha caracterizado su conducta respecto del Gobierno de nuestra comunidad.

De ahí que resulte difícil dar cualquier tipo de credibilidad a las últimas palabras de Javier Arenas. Excusatio non petita, acusatio manifesta, reza un conocido aforismo jurídico. Es a lo que suenan las palabras del ministro. La lealtad en el ejercicio del cargo no tiene por qué ofrecerse, porque tiene que darse por supuesta. En todo caso, me gustaría equivocarme y que el nuevo ministro adecue su conducta a sus nuevas palabras. Que la Macarena le ayude.

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