Crítica:EQUIPAJE DE BOLSILLO

El don del escalofrío

No es lo mismo la literatura de terror que la de susto, por más que se empeñen en sembrar confusión so pretexto de posmodernez. Es más: tanto en literatura como en cine el susto es la negación de la fantasía terrorífica, que necesita la complicidad de la imaginación y eludir todo lo que resulte obvio. El escalofrío hay que ganárselo, y eso vale tanto para el autor como para el lector. Es un don, pero trabajado según unos principios que son la antítesis de tanta trampa vestida de seda o de gore. En el género de terror hay una arquitectura y un hado que no admiten chapuzas en busca del so...

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No es lo mismo la literatura de terror que la de susto, por más que se empeñen en sembrar confusión so pretexto de posmodernez. Es más: tanto en literatura como en cine el susto es la negación de la fantasía terrorífica, que necesita la complicidad de la imaginación y eludir todo lo que resulte obvio. El escalofrío hay que ganárselo, y eso vale tanto para el autor como para el lector. Es un don, pero trabajado según unos principios que son la antítesis de tanta trampa vestida de seda o de gore. En el género de terror hay una arquitectura y un hado que no admiten chapuzas en busca del sobresalto gratuito; nada requiere más precisión que la aventura de plasmar el misterio.

Una serie de libros recientemente aparecidos cumple con categoría tales requisitos. Arthur Conan Doyle, que siempre fue un maestro de la gradación, construye cuentos inquietantes e imprescindibles, en un estilo antiampuloso, y por eso mismo de eficacia inesquivable. De W. H. Hodgson, conocedor al dedillo de la mar y sus horrores, podemos ahora leer la primera novela, urdida muy conforme a su idiosincrasia: a partir de un testimonio de naufragio y supervivencia: un universo repleto de presencias monstruosas. H. P. Lovecraft, un clásico de las atmósferas y los abismos, teje un laberinto demoniaco en torno a su protagonista Randolph Carter, y encandila (milagros de la literatura terrorífica) con una escritura en las antípodas de Conan Doyle, nada contemporánea, pero que sigue captando adeptos. Otros ejemplos a mano de Lovecraft, ambos en Alianza, son los cuentos macabros de Dagón y ese poderoso ensayo, El horror en la literatura, donde el mítico autor nos cuenta qué siente sobre novelas como Cumbres borrascosas o colegas tipo Beckford o Bram Stocker.

En lugar de honor, Guy de Maupassant, que supo combinar como nadie la cotidianeidad y el realismo con lo que palpita tras la puerta. La vendetta y otros cuentos de horror son un bestiario del crimen y todo un laboratorio de la concisión estilística y de la sugerencia. Otro aliciente para leer al autor de Bola de sebo o L'Horla es la traducción e introducción de la añorada Esther Benítez.

Hay en la remesa de títulos autores más de hoy. Ray Bradbury juega con dos temas clásicos: el torbellino del viaje por el tiempo y la amenaza que se cierne sobre la pequeña localidad, y se deja invadir por la influencia patente y vivificadora del cine. Y está asimismo la antología de relatos de la modernidad gótica recopilados en 1991 por Bradford Morrow y Patrick McGrath: el resultado electriza al lector con el contraste de calidades de autores que siempre se han mostrado fascinados por lo subterráneo que acecha en la cotidianeidad. El libro, por derecho propio, puede verse como una constelación de autores que en la última década han adquirido pedigrí.

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