Columna

Por qué tantos años

Cuando el terrorismo ha desaparecido prácticamente de toda Europa, debiera de ser este hecho un motivo más para reflexionar por qué no ha sido así en Euskadi, por qué sobrevive tantos años frente a la democracia española. Es difícil creer que se deba sólo a la perseverancia y decisión de sus protagonistas; como en todos los casos similares, su supervivencia se debe mucho más a las condiciones y apoyos externos, que a razones internas. Las condiciones fundamentales, al menos desde las lecturas de Hegel y Engels, son las externas.

Existió un rearme moral del terrorismo allá por el año 92,...

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Cuando el terrorismo ha desaparecido prácticamente de toda Europa, debiera de ser este hecho un motivo más para reflexionar por qué no ha sido así en Euskadi, por qué sobrevive tantos años frente a la democracia española. Es difícil creer que se deba sólo a la perseverancia y decisión de sus protagonistas; como en todos los casos similares, su supervivencia se debe mucho más a las condiciones y apoyos externos, que a razones internas. Las condiciones fundamentales, al menos desde las lecturas de Hegel y Engels, son las externas.

Existió un rearme moral del terrorismo allá por el año 92, cuando el PNV decidió negociar con ETA el trazado de la autovía de Leizaran; fue un hito, pero hoy ya lejano. El impulso más evidente lo recibió del Pacto de Estella, del que el Gobierno vasco se declara hoy en día alejado. Pero la sucesión de enfrentamientos con el Gobierno central y el mantenimiento de la estrategia soberanista dota de una inestabilidad política tan importante a Euskadi que puede suponerse que ésta constituye una motivación importante entre los ejecutores del terror.

Planteando soberanías enfrentadas, no hay discurso moral que desarme al terrorismo

El desencuentro en la negociación del Concierto, la existencia de una ponencia parlamentaria que acabará planteando, al menos, la superación del Estatuto, el rechazo a la Ley de Partidos Políticos, son pruebas concluyentes de la política desestabilizadora de enfrentamiento que Ibarretxe impulsa. Resulta muy significativa su concepción de la Ley de Partidos. La considera legítima porque la ha aprobado una mayoría del Congreso de los Diputados, pero recuerda, a su vez, que ha sido rechazada por el Parlamento vasco. Una sugerente forma de avisar que está contralegislando en paralelo -nada nuevo: en el Parlamento vasco se legisla en paralelo desde hace mucho tiempo. Desde las introducciones de las leyes vasca se puede observar-, de sugerir la existencia de dos Legislativos comparables y legitimados ante el caso, una manera de anunciar soberanías enfrentadas. Y ante este comportamiento político, de evidente confrontación, no hay discurso moral que desarme al terrorismo; por el contrario, le incita hasta el último esfuerzo numantino. Con lehendakaris como Ibarretxe, los de ETA lo tienen muy difícil para dejar de matar.

No carece de importancia el abandono de la oratoria política en favor de la religiosa que usa el lehendakari. Sus homilías parecen tener una cierta originalidad y trascender la inmediatez y rotundidad de las que suele adolecer el discurso político. Sus homilías facilitan el uso de las paradojas y ocultan las contradicciones, permite la repetición de lugares comunes en forma de letanías, pero supone un preocupante síntoma.

La oratoria religiosa en política era lo normal antes de que la Revolución Francesa abrogara los derechos y designaciones divinas por los de los ciudadanos; la Revolución volvió a descubrir el discurso propiamente político. Después, sólo las reacciones políticas que padeció el siglo XX volvió a la amalgama religioso-política. Pero, es que, además, esas homilías permiten con mayor facilidad escabullirse de la lógica política, permitiendo parábolas o conclusiones equívocas o paradójicas; incluso fabulaciones, sólo aceptables en el mundo de la religión o de la ficción.

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Contradiscurso, contralegislación, contralógica política: enarbolar el discurso del diálogo cuando fue el primero de romperlo tras un pacto con ETA; dirigirse al futuro para negar el presente; superar la ley del hombre por la de todo un pueblo, la eterna marcha de todo un pueblo (Korrika, Ibialdia, Herri Urrats) como el pueblo elegido, rezumando milenarismo, tras la tierra prometida. Demasiado conocido, demasiado burdo, demasiado efectivo cuando la violencia y el terror inciden en esa sociedad. Entonces cualquier fabulación es creíble, cualquier cosa parece posible.

Con este comportamiento del lehendakari los de ETA lo tienen muy difícil. No van a poder dejar de matar aunque deseen hacerlo (siempre en política la condición fundamental es externa). Cuando la práctica, el discurso de los gobernantes es rupturista, a ver quién tiene la suficiente cobardía e inmoralidad para dejar de luchar con las armas por Euskadi. (Y luego decían que con Oreja la Ertzaintza lo iba a pasar peor). O cuando desde la clerecía se advierte de un futuro peor para los amenazados si se aplica la Ley de Partidos, asumiendo la eficacia, y con ella la legitimación, de ETA. Pero cuando el terrorismo se erige en conflicto político y se arbitra una Conferencia de Paz con pretensiones de internacional, no hay militante de ETA, salvo sanísima excepción que se caiga del caballo camino de Damasco, dispuesto a dejar de asesinar, y muchos conciben su tarea como una misión filantrópica.

Ibarretxe y Elkarri dejan sin esperanza de descanso a los militantes de ETA, no les deja salida, tienen que seguir matando hasta salir triunfantes de una Conferencia de Paz internacional cuyas condiciones políticas de secesión y ruptura se las está poniendo el PNV desde Ajuria Enea.

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