CARTAS AL DIRECTOR

¿Quién se beneficia del agroliberalismo?

Seis años después de la celebración de la Cumbre Mundial de la Alimentación tiene lugar esta semana en Roma la evaluación de los escasos avances obtenidos en uno de los problemas más importantes que, junto a la pobreza, no logra resolverse en nuestro planeta: el hambre. La presencia en la cumbre de este año de únicamente dos mandatarios de los países ricos hace sospechar que el tema no les preocupa mucho a los líderes del mundo desarrollado.

Simultáneamente, cientos de campesinas y campesinos, así como representantes de organizaciones de la sociedad civil, nos hemos dado cita en la ciud...

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Seis años después de la celebración de la Cumbre Mundial de la Alimentación tiene lugar esta semana en Roma la evaluación de los escasos avances obtenidos en uno de los problemas más importantes que, junto a la pobreza, no logra resolverse en nuestro planeta: el hambre. La presencia en la cumbre de este año de únicamente dos mandatarios de los países ricos hace sospechar que el tema no les preocupa mucho a los líderes del mundo desarrollado.

Simultáneamente, cientos de campesinas y campesinos, así como representantes de organizaciones de la sociedad civil, nos hemos dado cita en la ciudad para debatir este problema.

Las dificultades del campesinado de los países del Norte y del Sur, lejos de pensar que son muy diferentes, confluyen en un aspecto fundamental: la agricultura industrializada, transnacionalizada y orientada al beneficio económico (que no a la alimentación de las personas, como debería ser), provoca la desaparición de los pequeños agricultores y el desmantelamiento del tejido rural, perdiendo los pueblos siempre el derecho a la soberanía alimentaria.

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En Canadá, los agricultores

han seguido al dedillo las instrucciones del modelo neoliberal, convirtiéndose éste en un país de monocultivos industrializados. El 80% de sus cereales se dirigen a la exportación (según las condiciones de los mercados, bien a países del Sur o a las hamburgueserías como alimento para los cerdos). En los últimos cinco años, Canadá ha visto desaparecer el 11% del campesinado, con el consiguiente deterioro del ámbito rural. Los bajos precios que se consiguen con esta agricultura sin campesinos nos lleva a miles de kilómetros, a la India, donde es más barato importar alimentos que producirlos. O un poco más cerca, a México, donde antes de la aplicación del NAFTA (tratado de libre comercio entre México, EE UU y Canadá) este país tenía una dependencia alimentaria extrema de un 12%. Hoy esta dependencia es de un 49%. Importar alimentos significa, en definitiva, importar paro, abandono de las zonas rurales, vulnerabilidad alimentaria y la pérdida de identidad.

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