Crítica:

La ilusión de la vida

El diálogo entre literatura, trama y tradición todavía sigue alentando una tendencia en la narrativa española. Es ésta una operación en la que la cocina literaria convive con las querencias estéticas que todo autor arrastra consigo, sólo que a diferencia de la plasmación tradicional, en este modo de urdir una novela, las costuras no se disimulan. En el modelo tradicional de novelar el campo de la ficción es autónomo del campo de su construcción. Por un lado está el autor y por otro las figuras de su ejercicio de ilusionismo: las voces, los paisajes, los dramas, en definitiva, un cruce de vidas...

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El diálogo entre literatura, trama y tradición todavía sigue alentando una tendencia en la narrativa española. Es ésta una operación en la que la cocina literaria convive con las querencias estéticas que todo autor arrastra consigo, sólo que a diferencia de la plasmación tradicional, en este modo de urdir una novela, las costuras no se disimulan. En el modelo tradicional de novelar el campo de la ficción es autónomo del campo de su construcción. Por un lado está el autor y por otro las figuras de su ejercicio de ilusionismo: las voces, los paisajes, los dramas, en definitiva, un cruce de vidas de papel. El escritor gallego José María Pérez Álvarez (O Barco de Valedoras, 1952) arma con su última novela, Nembrot, la ilusión de la vida, enfrente de la realidad de la ficción. En este método quedan comprometidos la soledad de unos personajes y la fragilidad de sus peripecias si no se registran con los mimbres de la imaginación.

NEMBROT

José María Pérez Álvarez DVD. Barcelona, 2002 320 páginas. 14 euros

En Nembrot hay dos protagonistas, Horacio Oureiro, un narrador en busca de su lugar en el mundo de las experiencias más sensuales y auténticas, y Bralt, el escritor de historias banales sin el cual Horacio no existiría, el escrito desarraigado y errático en busca de su salvación en los suburbios del mundo. Pérez Álvarez recupera en esta excelente novela el espíritu del Cortázar de Rayuela, ciertas reminiscencias canallescas al estilo entre Onetti y Roberto Arlt, y esas incrustaciones metafísicas que en la obra capital del argentino lo encarnaba Morelli y aquí Pedro Oliver, llamado también el Uno. Todo en Nembrot es juego literario, burla a las nociones cartesianas de la progresión y el desenlace narrativos. Ésto no es gratuito. Hay un fundamento en la lógica huidiza de las palabras, de los relatos. Por ello el autor apela hacia el final de su novela a Álvaro Cunqueiro, a su visión libresca de la realidad, al ensueño como su último auxilio. Tampoco es casual que culmine con una cita del poeta José Ángel Valente: 'El día en que este juego sin fin de las palabras se termine habremos muerto'. Entre el principio y el fin del mundo, cabe la novela, o la antinovela, como quería Cortázar, para quien la novela que sólo le interesaba era aquella en la que las situaciones buscaban a los personajes y no al contrario. Un atrevido guiño a la magia bretoniana. Pérez Álvarez ha escrito una obra pletórica de verdad y literatura, arriesgada para los tiempos que corren, sobre todo porque su consuelo tiene que ver con la naturaleza ambigua e incierta del destino humano.

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