Columna

La vida de todos

Así definió Juan de Nieves, coordinador de exposiciones del Espai d'Art Contemporani de Castelló (EAC), la amplia muestra de la obra fotográfica de Nan Goldin que el Reina Sofía ha organizado en el Palacio de Velázquez de Madrid bajo el título El patio del diablo. 'Es la vida de todos', dijo cuando salimos de aquel largo y reconocible recorrido. Yo todavía me enjugaba las lágrimas: puede que ésta sea la sensibilidad herida a la que se refiere el aviso de entrada a la exposición, un cartelito que alerta sobre la capacidad de las fotos de Goldin para herir la sensibilidad de 'ciertas pers...

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Así definió Juan de Nieves, coordinador de exposiciones del Espai d'Art Contemporani de Castelló (EAC), la amplia muestra de la obra fotográfica de Nan Goldin que el Reina Sofía ha organizado en el Palacio de Velázquez de Madrid bajo el título El patio del diablo. 'Es la vida de todos', dijo cuando salimos de aquel largo y reconocible recorrido. Yo todavía me enjugaba las lágrimas: puede que ésta sea la sensibilidad herida a la que se refiere el aviso de entrada a la exposición, un cartelito que alerta sobre la capacidad de las fotos de Goldin para herir la sensibilidad de 'ciertas personas'. Aún me pregunto qué ciertas personas insensibles no se sienten heridas por la vida. Porque lo que enseña Nan Goldin en esos cientos de imágenes, profusas como una biografía, es precisamente la lúcida técnica del ojo, y de ahí su belleza y su pena incontestables, la ansiedad de su ocasional y necesaria imperfección.

Como 'la fotógrafa más provocadora y escandalosa' es desaprensivamente calificada Nan Goldin por el Patronato Municipal de Turismo en una especie de guía, En Madrid, que el Ayuntamiento reparte en sus Oficinas de Información entre los turistas desprevenidos, y en cuya portada aparece una niña vestida de chulapa, con los labios reventones de carmín y un botijillo azul en sus manitas: 'La chulapa menor del Reino', dice mi amigo Brian Rivera. No sé a qué escándalo se refieren los del Patronato que no sea el del dolor y la soledad, el de la enfermedad y el desconsuelo, el del deseo y la insatisfacción. Hay amigos y hermanos y padres e hijos, y se hacen pajas y se meten picos y se abrazan y follan y se visitan en el hospital. Hay caídas y recaídas y resurgimientos y enamoramientos. Hay fiestas y funerales y nacimientos y paisajes. La vida de la gente. La intimidad. Y, a través del desvelamiento de lo íntimo, consigue Nan Goldin contarnos nuestra historia reciente: la presencia indeseable del sida, la presencia perturbadora de las drogas, la presencia al fin de los homosexuales, la presencia contestataria de las drags. Por eso la retrospectiva que se presentó en 1996 en el Whitney Museum of American Art de Nueva York llevaba por título I'll be your mirror. Y por eso Nan Goldin no observa, no adopta la artificiosa postura del análisis exógeno, no hay cinismo, ella está dentro de sus fotos y forma parte, como en el espejo, de lo que ve: de ahí su necesidad, su tendencia al autorretrato. Es aquello a lo que aspira Rilke en El libro de horas lo que nos enseña la obra de Nan Goldin: 'Yo quiero mucho. / Quizá lo quiero todo: / lo oscuro de cualquier caída interminable / y el juego de subidas temblorosas de luz'. Ésa es la herida y ésa es la curación. Así, después de un doloroso trayecto por las sombras, a las fotografías vuelve la luz y se funden los amantes y las parejas hacen el amor y tienen hijos y se abrazan desnudos sobre las camas en las que juegan y engordan los bebés. Es la alegría. La vida que vuelve, que sigue, que se impone también. La vida de todos. Y es conmovedor apreciar las arrugas en las caras que ya reconocemos, seguir con la mirada las estrías en el vientre y las tetas caídas después de tantos golpes, de tantos besos, de tanto amor. Dan ganas de volver a vivir. Pues el desconcierto y las pérdidas han sido la puerta para llegar a Heart Beat, la serie de diapositivas del 2001 que la propia Nan Goldin describe como 'una suerte de misa amorosa'. La celebración. Y, claro, ahí está Björk interpretando para ella la música compuesta por John Tavernier, su voz díscola y feliz, provocando, esta vez sí, al propio discurrir de la existencia, acompañando sus ritos en la obediencia de la comprensión.

Ayer murió Carlos García Berlanga. Podría haber sido amigo de Nan Goldin y salir en sus fotos guapo y distinto, y al verlas oiríamos las canciones con las que todos bailamos algún día en el patio del diablo. Esas canciones de Kaka de Luxe, Alaska y los Pegamoides, Dinarama, que han sido la banda sonora de nuestra adolescencia madrileña. Veríamos a Carlos G. Berlanga y oiríamos a Nan Goldin cantando el himno generacional que él nos compuso: 'A quién le importa lo que yo haga, a quién le importa lo que yo diga, yo soy así, y así seguiré, nunca cambiaré'. Así será. Porque como escribió Frida Kahlo sobre uno de los últimos cuadros (¿el último?) que pintó en 1954, el año de su muerte: Viva la vida. La vida de todos.

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