Crítica:

Contramemorias de Pepys

Quién le iba a decir al ínclito, al voluble e intrigante Samuel Pepys que Jeremiah Mount, uno de los compañeros de juerga que cita en sus célebres diarios, escribiría sus memorias y convertiría la relación entre ambos en la historia de una rivalidad sin precedentes, envuelta por las brumas del Londres enrarecido del Interregnum de Cromwell y la Restauración de Carlos II. Ferdinand Mount se sirve de la añagaza clásica del manuscrito hallado para revelar desde buen principio por dónde van los tiros, y hacerse pasar por el editor de las mencionadas memorias de su antepasado, por el que dice senti...

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Quién le iba a decir al ínclito, al voluble e intrigante Samuel Pepys que Jeremiah Mount, uno de los compañeros de juerga que cita en sus célebres diarios, escribiría sus memorias y convertiría la relación entre ambos en la historia de una rivalidad sin precedentes, envuelta por las brumas del Londres enrarecido del Interregnum de Cromwell y la Restauración de Carlos II. Ferdinand Mount se sirve de la añagaza clásica del manuscrito hallado para revelar desde buen principio por dónde van los tiros, y hacerse pasar por el editor de las mencionadas memorias de su antepasado, por el que dice sentirse más indulgente de lo que el propio Jeremiah (Jem) se merece, a juzgar por la autobiografía que nos legó, dispuesta a volver del revés los diarios de su competidor, por cierto manipulados y desmenuzados a lo largo y ancho de la novela.

LA VENGANZA DEL PORNÓGRAFO

Ferdinand Mount Traducción de Ana Herrera Edhasa. Barcelona, 2002 501 páginas. 23,75 euros

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La poderosa voz de Jem se alza por encima de su propio texto desde la primera frase ('lo primero que recuerdo son las flores'), y no descuida los detalles de una vida como la suya nacida tanto de la penuria familiar cuanto de la temprana ambición del trepador que a la postre apenas sí ha medrado en el terreno de lo moral, como en la mejor tradición picaresca. Se traslada a Londres haciéndose con la complicidad de Pepys, y sus andanzas de funcionario corrupto y de pornógrafo, hasta de gigoló de la esposa del general Monk, nos abre las puertas de una sociedad ambigua y hedionda que aflora a la perfumada capital inglesa descrita por Pepys. Su vida de trotamundos (de Gales a Jamaica), de marchante erótico, de mujeriego empedernido, soldado o aprendiz de embalsamador, seduce muy pronto al lector más escéptico, del mismo modo que su condición de vengativo, de envidioso rival del astuto Pepys -en cuyo deformado espejo en efecto se contempla de un modo enfermizo- tiene mucho del síndrome de Salieri, pese a que el célebre reformador naval le gana siempre la partida, y la anunciada venganza del pornógrafo se queda en agua de borrajas.

Mount ha construido una novela vigorosa y ciertamente estimulante, en la que pese a que el escenario es la Inglaterra enloquecida del XVII, se adivina la influencia de la impagable novela inglesa dieciochesca, de Fielding a Sterne, satírica y vagamente moralizante, aventurera y picaresca, libertina como mandan los cánones y trufada de guiños y pastiches esporádicos del estilo barroco de Ben Johnson y de Dryden, con la impronta de la narrativa viajera y popular del Pilgrim's Progress de John Bunyan. Entre las virtudes de la novela se encuentra su capacidad para darnos gato por liebre sin que al lector le parezca en ningún momento que está leyendo algo distinto a las auténticas memorias de Jeremiah Mount. Virtud no menor de este divertimento de altos vuelos resulta el modo en que se han vertido los datos históricos y aun la idea del apéndice de notas al texto de Jem, que contribuye a convertir una divertida y novelesca invención en unas memorias como dios manda, nacidas del (re)sentimiento y las intimidades de una vida de aquel tiempo con visos de realidad indiscutible.

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