Editorial:

La cumbre de los niños

Pese al inevitable interés de sus organizadores por convencer de lo contrario, los resultados de la sesión de la ONU sobre la infancia han sido definitivamente magros. Los 189 países reunidos en Nueva York, tras un maratón de ásperas negociaciones, han redactado un amplio documento de transacción, sin carácter vinculante, lleno de metas deseables, pero vacío de los necesarios compromisos materiales para conseguirlas. El catálogo de buenas intenciones, con el nombre de Un mundo más justo y el horizonte del año 2015, contempla reducir en dos tercios la mortalidad infantil, combatir mejor ...

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Pese al inevitable interés de sus organizadores por convencer de lo contrario, los resultados de la sesión de la ONU sobre la infancia han sido definitivamente magros. Los 189 países reunidos en Nueva York, tras un maratón de ásperas negociaciones, han redactado un amplio documento de transacción, sin carácter vinculante, lleno de metas deseables, pero vacío de los necesarios compromisos materiales para conseguirlas. El catálogo de buenas intenciones, con el nombre de Un mundo más justo y el horizonte del año 2015, contempla reducir en dos tercios la mortalidad infantil, combatir mejor el sida, los abusos y la violencia o lograr una mejor educación para los más de 2.000 millones de menores del planeta. Pero en ese texto final ni se menciona siquiera la ya lejanísima aspiración de que los países más desarrollados aporten el 0,7% de sus economías para ayudar a los desheredados de la Tierra.

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Dos grandes bloques han pugnado por imponer sus puntos de vista. Las presiones del más conservador -Estados Unidos, el Vaticano y muchos países musulmanes- han conseguido del otro, encabezado por la Unión Europea, concesiones que se han plasmado en un documento descafeinado, del que se elimina, por ejemplo, cualquier referencia al aborto y a la prohibición de la pena de muerte como castigo a los delitos cometidos por menores de 18 años, vigente en casi la mitad de los Estados de EE UU. Los participantes en esta sesión especial de la Asamblea General se han perdido en un dédalo de desencuentros, algo frecuente en foros tan heterogéneos, de culturas, religiones, intereses y sistemas diferentes. A veces, sobre cuestiones pintorescas, como la pretensión estadounidense de hacer de la abstinencia la columna vertebral de la educación sexual, que contrastan de forma lacerante con la realidad de un mundo hambriento, donde mueren cada año millones de niños por enfermedades vergonzosamente simples y en el que otros centenares de miles hacen guerras como soldados, trabajan de porteadores o son convertidos en esclavos sexuales.

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Pocos ejemplos tan crudos de este foso como el representado estos días por esos tres palestinos de 15 años dirigiéndose en misión suicida desde Gaza, armados con cuchillos y una bomba rudimentaria, hacia un vecino asentamiento judío, sólo para ser acribillados a distancia por los soldados que lo custodiaban.

La cumbre sobre la infancia es mejor que nada. Pero la insoportable suerte de tantos inocentes es cuestión acuciante, auténticamente global, que exige menos retórica y banderías y más compromisos fundamentales y urgentes, apoyados en medidas concretas para llevarlos a cabo.

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