Reportaje:

La madera que habla

'Había una vez un trozo de madera', así comienzan Las aventuras de Pinocho, de Carlo Collodi. Un trozo de madera dotado de una cualidad insólita, la cualidad de hablar. Gepeto la recibe de manos de su vecino maese Cereza, y se pone a trabajar en ella. El resultado será Pinocho, ese muñeco de madera que canta y ríe, y que enseguida se irá de su casa para conocer el mundo, metiéndose en todo tipo de zurriburris. Podría hacerse a Gepeto el patrón de esos artistas para los que el primer acto de la creación es escuchar la voz de las cosas. También de todos los lectores, pues, bien mirado, ¿q...

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'Había una vez un trozo de madera', así comienzan Las aventuras de Pinocho, de Carlo Collodi. Un trozo de madera dotado de una cualidad insólita, la cualidad de hablar. Gepeto la recibe de manos de su vecino maese Cereza, y se pone a trabajar en ella. El resultado será Pinocho, ese muñeco de madera que canta y ríe, y que enseguida se irá de su casa para conocer el mundo, metiéndose en todo tipo de zurriburris. Podría hacerse a Gepeto el patrón de esos artistas para los que el primer acto de la creación es escuchar la voz de las cosas. También de todos los lectores, pues, bien mirado, ¿qué es un libro sino un objeto que habla? Lo tomamos en las manos y enseguida se pone a decirnos lo que tenemos que hacer. El resultado suele ser un mundo de imágenes y palabras que nos muestra hasta qué punto unas y otras se complementan entre sí. Los escritores, siguiendo el dictado de Mallarmé, tratan de convertir el mundo en un solo y misterioso libro; los pintores, de devolver ese libro escrito al mundo del que surgió. Unos, quieren escuchar; los otros, ver. ¿Es algo tan distinto? El Museo Reina Sofía nos ofrece tres exposiciones en que se nos dice que no.

Los humoristas del 27

En esta exposición, el espectador curioso se enfrentará a un conjunto de carteles, dibujos, portadas de libros, revistas y fotografías, rescatados y ordenados por Patricia Molins, debidos a ese grupo de creadores multidisciplinares que constituyen, en palabras de José López Rubio, 'el otro 27'. Enrique Jardiel Poncela, Edgar Neville, Tono, Antoniorrobles, Miguel Mihura, son hijos de los movimientos vanguardistas de principios de siglo. Son pintores, dibujantes, autores de teatro, novelistas, hombres de cine que suelen buscar la comicidad combinando poesía y elementos visuales. Su fin es el humor, entendido como invención constante y lucha contra el tópico. Veamos una muestra de Tono: 'Era una casa tan buena que hasta los cubiertos de plata eran de oro, le dice un ladrón a otro'. Que las cosas se conviertan en oro es como decir que son vistas en los dos planos, el de la realidad y el de la fantasía. Ésa es la misión del artista, hacer del mundo el reino de la posibilidad. O como quería Pirandello, ver el mundo y su sombra. 'El artista ordinario se preocupa del cuerpo solamente; el humorista tiene en cuenta el cuerpo y su sombra, y tal vez más la sombra que el cuerpo; se da cuenta de todas las bromas de esta sombra, de cómo a veces se estira y otras se encoge, como si remedara al cuerpo, que mientras tanto no la calcula ni se preocupa de ella'. Pero, ¿qué es la sombra sino un caligrama del cuerpo? Un cuerpo escrito. Basta recordar a Peter Pan. Sólo recuperará su ser si vuelve a hacer suya su propia sombra. La dulce Wendy cosiéndole esa sombra a los pies, cada puntada una letra, es la imagen del escritor empeñado en seguir ofreciéndonos la posibilidad de ese 'viaje a ninguna parte' que es la vida del hombre en la tierra.

Xul Solar

Esa confusión entre lo legible y lo visible será el centro de la exposición del argentino Xul Solar. Y en efecto, Xul Solar no es exactamente un pintor. Sus cuadros remiten a los jeroglíficos, las cartas astrales y los signos cabalísticos. A un mundo en que se cuestionan los límites entre texto e imagen, y que tiene sus antecedentes en los papiers collés de Picasso y de Gris, los caligramas de Apollinaire, o los collages dadaístas. Un mundo en que planetas y lenguajes se confunden, y en que el gesto del artista equivale al conjuro con que los animistas se enfrentaban a lo desconocido. Borges afirmó que su amigo Xul Solar pensaba que 'lo que llamamos realidad no es sino lo que queda de antiguas imaginaciones', y que puede modificarse constantemente porque nunca se termina de crear. Era un místico que pensaba que la misión del artista era participar en esa creación renovada del mundo. Para hacerlo era imprescindible dialogar con las cosas a través de la poesía, que era 'una cosa liviana, alada y sagrada' que sólo la paradoja y la ironía podían revelar. Cuando ingresa en la orden de Rosacruz elige el humildísimo nombre de Hermano Nulo, dando a entender que todo estaba siempre por empezar.

La pasión por el libro

Pero transformar el mundo en un libro es la mejor manera de mantenerlo vivo y de dar a cada cosa la posibilidad de realizar su función. Es eso lo que harán los libros de nuestra tercera exposición. Osbel Suárez ha recogido lo más significativo de la labor editorial del Círculo de Lectores, Galaxia Gutenberg y Círculo de Arte. Es pues una muestra que tiene en el diálogo entre la palabra y la imagen su verdadera razón de ser, y que puede considerarse un homenaje a la lectura. El Pinocho y el Quijote ilustrados por Antonio Saura, el Ulises de Eduardo Arroyo, Bajo el volcán, de Gironella, La obra de arte desconocida, de Picasso, o El mago de Oz, de Pagola, son algunos ejemplos de este diálogo que hace del libro un lugar misterioso en que letra e imagen vuelven a encontrarse. Un lugar que guarda no sólo la memoria de nuestros pensamientos, sino las imágenes que pueblan nuestros sueños.

En un relato de su libro Días del desván, Luis Mateo Díez rememora con cariño la figura de uno de sus maestros. Tenía la habilidad de dibujar en la pizarra, sirviéndose de tizas de colores, todos los objetos y criaturas inimaginables. Pero un día se fue sin avisar, y los niños, al entrar en clase, se encontraron con su último regalo. El maestro se había pasado en la escuela toda la noche, dibujando para ellos su propio pueblo. Y allí estaban los lugares que conocían, los campos, las montañas lejanas, el río, sus casas, pero con una luz nueva, la luz que nacía del milagro de la representación. Ése es el milagro de la buena literatura. Gracias a ella descubrimos que el mundo no sólo está ahí para que nos sirvamos de él, sino para ser comprendido y representado. Y representar el mundo es transformarlo en una figura de nuestro pensamiento. Eso es lo que sucede cuando las cosas se ponen a hablar, que ya no son solamente reales, sino también soñadas. Como la madera parlante de Gepeto, un libro es un objeto intermedio entre la realidad y los sueños. Uno de los humoristas del 27 podría haber dicho que leerlo es como construir un niño de madera. No está claro por ello si debemos aconsejar la lectura con la ligereza con que solemos hacerlo: esos niños suelen estar completamente locos. Ya ven la vida que Pinocho le dio al pobre Gepeto, su constructor.

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