OPINIÓN DEL LECTOR

Crónica de una muerte anunciada

Día 14 de marzo, a las 17.24 horas, llega a urgencias del hospital Ciudad de Jaén una enferma (Amalia Campos Villar) con un dolor entre la parte inferior del pecho y superior del estómago, con sensación de ahogo. Le atiende una doctora cuyo nombre no quiero ni saber, muy joven pero con pocas ganas de hacer las cosas bien. Tras hacer un electro y otras pruebas no identifica el origen del dolor. Creyendo que podía ser un cólico hepático, pero la 'doctorcita' no manda hacer una ecografía, que es, según tengo entendido, como puede salir de dudas si hay piedras en la vesícula. La 'doctora Buscapina...

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Día 14 de marzo, a las 17.24 horas, llega a urgencias del hospital Ciudad de Jaén una enferma (Amalia Campos Villar) con un dolor entre la parte inferior del pecho y superior del estómago, con sensación de ahogo. Le atiende una doctora cuyo nombre no quiero ni saber, muy joven pero con pocas ganas de hacer las cosas bien. Tras hacer un electro y otras pruebas no identifica el origen del dolor. Creyendo que podía ser un cólico hepático, pero la 'doctorcita' no manda hacer una ecografía, que es, según tengo entendido, como puede salir de dudas si hay piedras en la vesícula. La 'doctora Buscapina' le aminora el dolor y la manda a su casa.

El día 16 de marzo, a las 15.38 horas, Amalia entra otra vez a urgencias del Ciudad de Jaén con el mismo dolor. Esta vez la atiende un doctor alto (nada más de estatura) y con barba (no de sabio), que tras hacer las pertinentes pruebas le diagnostica una importante infección en la orina (horas antes no tenía). El doctor le suministró Buscapina, Cetraxal y la mandó otra vez a su casita de Torredelcampo.

El día 18 de marzo, a las 5.17 horas de la mañana, Amalia, tal como si hubiese sacado el abono, llega de nuevo a urgencias con el mismo dolor, pero ahora bastante más fuerte. Esta vez pedimos a la doctora que nos atendió que la dejara ingresada, lo cual le sentó como un tiro. Mientras la enferma gritaba: '¡Ay, hija mía, tu madre tiene una cosa muy mala!'. La mandaron a la sala de sueros (aunque más bien es cuarto) y a esperar... Y yo me pregunto: ¿A esperar qué? ¿Tal vez a que terminara el turno y pasar la pelota a otro? Mi suegra tenía la tensión a 18 menos 8, aunque en el parte de asistencia no viene reflejado. Y lo que no entiendo, ni entenderé jamás es por qué no mandó hacer un electro al llegar. Y por qué no la ingresaron inmediatamente, tal vez si hubiésemos tenido un conocido entre los facultativos no se lo hubieran pensado.

A las 8.30 horas Amalia sufre un infarto que la deja casi muerta en la chirriante silla de ruedas. Era un infarto que llevaba avisando cinco días. No fue un infarto traicionero; traicioneros fueron los que dejaron que llegara. La hija de Amalia entra gritando desesperada a la 'sala del solitario' donde había muchos facultativos pero, curiosamente, ningún enfermo: '¡Mi madre se muere!'; mientras el hijo, haciendo de celador, lleva el carrillo al encuentro de los médicos.

¡Ahora sí corren, ahora sí justifican su sueldo! Ahora le ponen el electro que tres horas y cuarto antes no le quisieron poner. Ahora sale otro doctor, miren ustedes por donde el doctor que la atendió la segunda vez diciendo: 'A su madre le ha dado un infarto agudo'.

¡Por fin averiguaron de qué era el dolor! ¡Qué efectividad! ¡Qué agudos! Los hijos le preguntaron: 'Mire usted, ¿tiene mucho peligro?', y el nota dice: '¡Hombre, si se mueren los de 40, los de 80...!'. Además de inútil, estúpido y prepotente es también malafollá. Seguro que Hipócrates sentiría vergüenza de él.

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Pero ahí no queda la cosa: A mi suegra, con un infarto gravísimo y con el corazón roto, la aparcan en el hospital de día, tal vez a esperar la noche, en vez de llevarla a la UCI nos argumentan que no hay camas en ella. Yo pienso...: 'Normal, con ustedes de médicos...'. El lumbreras nos dice que la van a trasladar al hospital Princesa de España. Ahora creo que fue para quitarse la muerta de encima. No teníamos que haber firmado su traslado, pienso ahora arrepentido, por haber contribuido con esa firma a lavar estadísticas.

Cuando llegamos al Princesa de España nos estaban esperando tres doctores que nos informaron y nos dejaron claro que Amalia ya tenía el infarto. Desde aquí felicito al equipo que nos atendió con profesionalidad y agrado. Con esto dejo claro que hay muchos y buenos profesionales en la medicina. Aunque, tal vez, pequen de corporativismo y deberían saber que un mal profesional es una naranja podrida que contamina y transmite su podredumbre a todo el gremio.

A las 18.10 de la tarde muere Amalia, una buena mujer que deja a su esposo e hijos desconsolados, porque, aunque tenía 80 años, nunca estuvo enferma. El día de San José la enterramos, día de su hija Josefina y de su yerno José, que es el que suscribe.

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