Tribuna:DEBATE | ¿Giro en el mapa electoral de la UE?

Sueños nacionales a los pies de Europa

La celebración de elecciones a lo largo de 2002 en Portugal, Francia, Holanda y Alemania ha hecho que muchos presagiasen un año de parálisis en la Unión Europea. Sin embargo, en este primer semestre, la Unión sigue avanzando en ámbitos no precisamente fáciles, como las reformas económicas tras la introducción del euro, la creación de un espacio de libertad, seguridad y justicia o la histórica y compleja ampliación al Este. En vez del parón anunciado, las instituciones europeas están sobrecargadas de trabajo y la presidencia española funciona a buen ritmo.

La razón de fondo no es otra qu...

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte

La celebración de elecciones a lo largo de 2002 en Portugal, Francia, Holanda y Alemania ha hecho que muchos presagiasen un año de parálisis en la Unión Europea. Sin embargo, en este primer semestre, la Unión sigue avanzando en ámbitos no precisamente fáciles, como las reformas económicas tras la introducción del euro, la creación de un espacio de libertad, seguridad y justicia o la histórica y compleja ampliación al Este. En vez del parón anunciado, las instituciones europeas están sobrecargadas de trabajo y la presidencia española funciona a buen ritmo.

La razón de fondo no es otra que la europeización progresiva de la mayoría de las políticas económicas y sociales de cada Estado miembro. De modo que las elecciones nacionales cada vez están más influidas por los asuntos europeos, aunque con la paradoja de que todavía no se debaten como tales de forma expresa. Y los gobiernos nacionales elegidos, sean del signo que sean, resultan abocados a pasar gran parte de su tiempo ocupados con los asuntos de Bruselas, en los que la mayoría de las veces no tienen la última palabra.

Por otra parte, sin la aportación decisiva del poder nacional, el poder europeo no goza de la legitimidad suficiente para llevar a cabo tantas tareas como asignan los Tratados a las instituciones de la Unión Europea. Las democracias nacionales fortalecen la democracia europea en la medida en que al tiempo permitan al proceso político europeo limitar y orientar los procesos nacionales.

Haz que tu opinión importe, no te pierdas nada.
SIGUE LEYENDO

Con esta doble perspectiva se puede entender mejor cómo influyen las elecciones de la semana pasada en Portugal -o próximamente en otros socios comunitarios- en la marcha de la Unión. La llegada al poder del centro-derecha en Portugal no variará la excelente relación bilateral con España. La actual cooperación hispano-lusa es un logro histórico, conseguido en buena medida gracias a António Guterres, un visionario que, sin embargo, no ha sabido tomar decisiones difíciles en asuntos domésticos, por ejemplo, la reforma de la sanidad o el necesario aggiornamento de la Administración de justicia. Por otra parte, este cambio fortalecerá la línea liberal del Consejo Europeo. Durao Barroso tiene como referencia el programa económico de José María Aznar desde 1996 y está dispuesto a aumentar el entendimiento en asuntos europeos entre los dos países ibéricos. Así, en este contexto, las posibles victorias del centro-derecha en Alemania, Francia y Holanda en los próximos meses no modificarán sustantivamente las políticas europeas de sus Estados, sin perjuicio de aportar más dinamismo a las reformas económicas emprendidas, si se libran de tentaciones intervencionistas o populistas. Stoiber, canciller, será tal vez más liberal en lo económico, pero menos europeísta que en su actual jefatura bávara. Chirac, reelegido, tendrá que decidir entre promover la fórmula federal de Europa potencia, que acaricia Giscard, y la defensa de intereses nacionales desde una posición minoritaria en una Europa espacio.

Así, por fortuna, en los últimos años la política en el sentido más noble del término, y con ella los valores y las opciones ideológicas, se abre espacio poco a poco en la Unión frente a los procesos burocráticos. Un buen ejemplo de esta tendencia ha sido el Consejo Europeo de Barcelona. A pesar de las resistencias de Gobiernos socialdemócratas en periodos electorales, la reunión ha marcado el camino de las reformas económicas a partir de una concepción basada en los valores de una sociedad abierta. La cumbre ha tenido el atrevimiento de desafiar el statu quo europeo y ha evitado caer en el seguidismo ciego del modelo norteamericano.

Somos una Unión compleja y plural. Para insatisfacción de simplificadores o perezosos mentales, en esta comunidad política sui generis y posmoderna, el tándem franco-alemán ya no funciona, y tampoco los ejes, directorios o contubernios. El pacto de Barcelona ha sido posible gracias a una mayoría de jefes de Gobierno que, atentos a sus ciudadanos y al contexto internacional y apoyados en la Comisión, han dado una orientación liberal y pragmática a la Europa de la moneda única.

En la inauguración de la Convención Europea, hace apenas un mes, el irlandés Pat Cox, presidente del Parlamento Europeo, citó a William Butler Yeats para decir que extendía los sueños europeos a los pies de los componentes de este órgano encargado de definir la próxima reforma del Tratado de la Unión. Pero podía haber dicho con aún más fundamento que estaba poniendo a los pies de la Convención tantos sueños nacionales, llamados a despertarse ante la pujante realidad europea.

Ana Palacio es miembro del Parlamento Europeo, representante del presidente del Gobierno español en la Convención Europea.

Archivado En