Crítica:

Manipulación de la Antigüedad

En su último libro, Robert D. Kaplan parte de una fórmula que, no por utilizada, es menos interesante: recuperar las obras de los grandes pensadores de la antigüedad, desde Tucídides hasta Sun Tzu, y de la modernidad, desde Maquiavelo hasta los ensayos historiográficos de Kant, pasando, naturalmente, por Hobbes, para analizar los acontecimientos del presente. El periodista estadounidense va un poco más lejos: utiliza el canon de nuestra tradición cultural para justificar la versión más cruda de la realpolitik estadounidense, convirtiendo a Hobbes y a Maquiavelo en ingenuos corderitos....

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En su último libro, Robert D. Kaplan parte de una fórmula que, no por utilizada, es menos interesante: recuperar las obras de los grandes pensadores de la antigüedad, desde Tucídides hasta Sun Tzu, y de la modernidad, desde Maquiavelo hasta los ensayos historiográficos de Kant, pasando, naturalmente, por Hobbes, para analizar los acontecimientos del presente. El periodista estadounidense va un poco más lejos: utiliza el canon de nuestra tradición cultural para justificar la versión más cruda de la realpolitik estadounidense, convirtiendo a Hobbes y a Maquiavelo en ingenuos corderitos.

En realidad, Kaplan recupera, amplía y arma las tesis que ya publicó en su polémico libro La anarquía que viene (también en Ediciones B, como todas las obras de este autor) que, en una caricatura, serían: más vale un régimen autoritario que un mundo caótico, la política exterior de un Estado debe estar marcada por sus intereses nacionales que no son, necesariamente, el respeto a los derechos humanos en un tercer país.

EL RETORNO DE LA ANTIGÜEDAD. LA POLÍTICA DE LOS GUERREROS

Robert D. Kaplan Traducción de Jordi Vidal Ediciones B. Barcelona, 2002 238 páginas. 16,50 euros

El título original de su libro

es toda una declaración de intenciones: Porque el liderazgo requiere una ética pagana. En otras palabras: hay que dejarse de buenas intenciones y dedicarse a la política de verdad, tal y como la concebían tipos como Winston Churchill o Henry Kissinger. La última frase del libro resume su pensamiento: 'Estados Unidos no es nada sin su democracia; es la patria de la libertad en vez de la sangre. Pero para sembrar sensatamente sus semillas democráticas en un mundo más extenso, que más próximo y peligroso que nunca, se verá obligado a aplicar ideales que, aunque no sean necesariamente democráticos, son honestos'.

Kaplan es demasiado listo y culto como para llevar su pensamiento hasta sus últimas consecuencias: plantea excepciones, sabe lo que es intolerable, se apoya en el pensamiento de autores indiscutibles, conoce muy bien el terreno que pisa y es un maestro a la hora de utilizar, a su favor, las enseñanzas de la historia. Pero, por mucho que podamos aprender de la guerra del Peloponeso o de la mojigatería occidental cuando Hitler se estaba armando hasta los dientes para prender fuego al planeta, cada momento histórico tiene sus características y hay cosas que no se pueden extrapolar. Una cosa es comparar y, otra muy diferente, manipular. Sun Tzu era un tipo muy sabio, sin duda, y sus enseñanzas son universales; pero el espacio en el que escribió su Arte de la guerra, China en el siglo IV antes de Cristo durante los reinos guerreros, no es la Florencia renacentista de El príncipe, de Maquiavelo, ni tampoco el mundo de Bush y Bin Laden.

La misma lucidez que demuestra en sus grandes libros de viajes, Fantasmas balcánicos, Viaje a los confines de la tierra o Rumbo a Tartaria, aparece en algunos momentos de El retorno de la Antigüedad; pero no son obras comparables. Aquí nos encontramos con doctrina, pura y dura, y más que discutible. Hay un viejo relato que habla de los tipos que justifican a los caníbales porque creen que hay que defender todas las opciones culturales. Naturalmente, siempre se ponen en la piel de los que comen, no de los comidos. Y, eso precisamente, es lo que hace Kaplan en este libro.

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