MI AVENTURA | EL VIAJERO HABITUAL

Sonrisas en la cumbre del Atlas

UNA BOLA de fuego asciende por el horizonte. Ya amanece. Aunque nos hemos quitado la ropa húmeda de sudor, el frío es todavía intenso. Son casi las seis de la mañana. Y estamos reventados. Pero felices. No todos los días se puede ver amanecer desde la cumbre del Toubkal, el pico más alto de Marruecos, con el impagable espectáculo del sol iluminando poco a poco todas las otras escarpadas cumbres del Atlas.

Nuestro querido Husein nos ha despertado a las dos de la mañana. Bueno, más bien nos ha avisado porque ninguno hemos dormido prácticamente nada. Tras un frugal desayuno, y venciendo la...

Suscríbete para seguir leyendo

Lee sin límites

UNA BOLA de fuego asciende por el horizonte. Ya amanece. Aunque nos hemos quitado la ropa húmeda de sudor, el frío es todavía intenso. Son casi las seis de la mañana. Y estamos reventados. Pero felices. No todos los días se puede ver amanecer desde la cumbre del Toubkal, el pico más alto de Marruecos, con el impagable espectáculo del sol iluminando poco a poco todas las otras escarpadas cumbres del Atlas.

Nuestro querido Husein nos ha despertado a las dos de la mañana. Bueno, más bien nos ha avisado porque ninguno hemos dormido prácticamente nada. Tras un frugal desayuno, y venciendo la tentación de volver a los cálidos sacos, con las frontales apenas iluminando el camino, comenzamos a subir. Y seguimos subiendo y subiendo y trepando. La consigna es 'tranquilos, que la prisa mata'. Pero al alzar la vista no vemos sino la montaña por delante. Y por encima. El frío, intenso, apenas lo sentimos. El desnivel, por momentos, es brutal. Sólo se escucha el viento y las respiraciones alteradas de los excursionistas.

Cerca de las seis alcanzamos la cima de un collado. Y vemos por primera vez el horizonte. Ya clarea. La oscuridad se ve rota por las primeras luces del amanecer. Descansamos cinco minutos y Husein mira hacia la izquierda. Hacia arriba. Hace un gesto con la cabeza y sólo dice: 'Jbel Toubkal'. El último esfuerzo. Por encima de los 4.000 metros. La última media hora se hace eterna, pero finalmente lo conseguimos. Casi nadie dice nada. Sólo sonrisas y gestos de complicidad. Ya llegará el momento de comentar, alardear y recordar. El rumor del viento es la mejor banda sonora para un momento mágico, íntimo, único.

Cuando el sol ya calienta y no sólo ilumina, comemos, bebemos y comenzamos a reaccionar. Vamos siendo conscientes de que hemos logrado el reto deportivo que nos trajo al Atlas. Ahora, con muchos días por delante, disfrutaremos de los paisajes, de las gentes acogedoras de la montaña, de las canciones bereberes, de las dunas y el desierto, del regateo en los zocos, del té a la menta, de los olores y los sabores de un país que no por cercano es menos desconocido.

Archivado En