Editorial:

¿India secular?

India sufre los peores enfrentamientos religiosos en una década, con casi 300 muertos desde el miércoles, cuando en el Estado noroccidental de Gujarat un tren con activistas hindúes fue incendiado por musulmanes agraviados y perecieron decenas de ocupantes, la mayoría mujeres y niños. La venganza de los hindúes más exaltados no se ha hecho esperar. Los sangrientos choques interconfesionales, que el formidable despliegue militar y la orden a la policía de disparar a matar todavía no han podido detener en Ahmedabad, la capital del Estado, tienen ahora el mismo origen que en 1992: una disputa por...

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India sufre los peores enfrentamientos religiosos en una década, con casi 300 muertos desde el miércoles, cuando en el Estado noroccidental de Gujarat un tren con activistas hindúes fue incendiado por musulmanes agraviados y perecieron decenas de ocupantes, la mayoría mujeres y niños. La venganza de los hindúes más exaltados no se ha hecho esperar. Los sangrientos choques interconfesionales, que el formidable despliegue militar y la orden a la policía de disparar a matar todavía no han podido detener en Ahmedabad, la capital del Estado, tienen ahora el mismo origen que en 1992: una disputa por un lugar sagrado en Ayodhya, ciudad de peregrinación para ambas confesiones y de donde procedían los viajeros del tren asaltado. Allí, extremistas hindúes quemaron en 1992 una venerada mezquita con el propósito de construir en su lugar un templo al dios Rama. La marejada causó más de 3.000 muertos.

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Ayodhya ha sido desde entonces un foco de conflicto en un país democrático que tiene a gala pregonarse como ejemplo de tolerancia y multiculturalismo. El renacido nacionalismo hindú que atizó aquellos incidentes y dirigió a las turbas que arrasaron la mezquita del siglo XVI ocupa hoy puestos clave en el Gobierno indio. El partido gobernante, Baratiya Janata (BJP), en la peor crisis desde su ascenso al poder en 1999, comenzó a abrirse camino precisamente con los ecos de Ayodhya. El primer ministro, Atal Behari Vajpayee, el rostro moderado de aquel conglomerado político-religioso, ha pedido que se abandone la idea del templo a Rama. Sin embargo, entre sus aliados en la coalición de gobierno figuran los extremistas del Vishwa Hindu Parishad, que quieren comenzar las obras este mismo mes.

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India es un cóctel explosivo de mil millones de personas, más de cien millones de musulmanes, en el que la pujanza política del hinduismo militante ha alterado definitivamente en los últimos años el compás de la identidad secular que propusieran Gandhi y Nehru para el país-continente. Los acontecimientos de Gujarat amenazan aquel proclamado carácter del segundo país más poblado del mundo. Sus efectos son más peligrosos porque se producen en un contexto de alta tensión con Pakistán, el enemigo y vecino musulmán, y con el dato añadido de que el BJP ha perdido las cuatro elecciones celebradas el mes pasado en otros tantos Estados que controlaba directa o indirectamente. La utilización de los enfrentamientos sectarios como arma política podría resultar una tentación en un escenario tan degradado.

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