LA CRÓNICA

El deleite de comer

Las paredes están forradas con cajas de vino y en el suelo aparecen utensilios culinarios como restos prehistóricos que hay que proteger. Las lámparas están hechas con gorros de cocinero, las cortinas con macarrones y los saleros y las vinagreras con cucharas de alpaca. La argolla de la servilleta es un tenedor, la mesita del recibidor es una paella y la papelera del lavabo una gran lechera. Montones de cubiertos de alpaca se desparraman por las paredes como una hilera de hormigas. Hay cuadros hechos con arroz, terrones de azúcar, macarrones... Hay peces que se besuquean y poemas dedicados a l...

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Las paredes están forradas con cajas de vino y en el suelo aparecen utensilios culinarios como restos prehistóricos que hay que proteger. Las lámparas están hechas con gorros de cocinero, las cortinas con macarrones y los saleros y las vinagreras con cucharas de alpaca. La argolla de la servilleta es un tenedor, la mesita del recibidor es una paella y la papelera del lavabo una gran lechera. Montones de cubiertos de alpaca se desparraman por las paredes como una hilera de hormigas. Hay cuadros hechos con arroz, terrones de azúcar, macarrones... Hay peces que se besuquean y poemas dedicados a la ñora. Los propios camareros, cuando tienen un momento, pintan la vajilla y los manteles. Ése es el decorado de los restaurantes de Ada Parellada, un mundo donde no sólo se come sino que se disfruta mirando, oliendo, palpando... Un deleite para los cinco sentidos.

El nombre de Parellada ha ido siempre unido al de la buena mesa, no en balde son cinco generaciones las que se han dedicado a este arte

El nombre de Parellada ha ido siempre unido al de la buena mesa, no en balde son cinco generaciones las que se han dedicado a ese arte. 'Mi padre tuvo el gran acierto de hablarnos cada día de cocina', comenta Ada, la pequeña de ocho hermanos, cuatro de los cuales han seguido la tradición familiar, aunque su padre sólo quería que se dedicara uno de ellos, el que heredaría la Fonda Europa de Granollers, cuna de la familia. 'A mí, me había reservado el oficio de abogada, estudié cinco años, pero cada día iba a escondidas a un restaurante y me metía en la cocina para aprender. Me fui a Londres con la excusa del idioma y allí también me colé en todos los restaurantes que pude, hasta que, una vez en Barcelona, monté, también de escondidas, el Semproniana, en la calle de Rosselló. Al cabo de un tiempo mi padre tuvo que aceptarlo'. La falta de presupuesto movió la imaginación de Ada. Había visto unas sillas de diseño que costaban 40.000 pesetas cada una; como no podía comprarlas visitó los Encantes y consiguió 40 a 1.000 la pieza. Y así fue llenando su restaurante. Ahora tiene cinco.

Ada es una mujer activa, siempre está maquinando algún proyecto y le es muy difícil decir no a las propuestas. Tiene claro que los restaurantes han dejado de ser un lugar para comer: son para pasarlo bien, por tanto hay que cuidar más el envoltorio. Ella, y su marido Santi Alegre, arquitecto, han transformado viejos locales en restaurantes acogedores: Semproniana fue el primero, pero no pudo resistir abrir otro, Coses de menjar, en el Pla de Palau, a dos pasos del Set portes, restaurante de gran solera que fundó su abuelo Parellada. 'No pude decir que no porque tenía el recuerdo del avi Paco, al que yo visitaba en el piso de arriba del Set portes, donde se pasó 20 años encerrado después de jubilarse'. Poco después le propusieron que se hiciera cargo del restaurante del Clube de Jornalistas de Lisboa. Era el año 1998 y la ciudad vivía la efervescencia de la Exposición. Ada se fue a Portugal poco convencida, pero cuando vio el local se quedó maravillada. Se trata de una antigua mansión con azulejos en las paredes y un jardín con árboles tropicales. Hace años había sido un almacén de bananas del Brasil. Ahora son unos brasileños encantadores, Helena y Carlos, quienes guían el barco, siempre vigilado por Ada. Ella recordará toda su vida el día de la inauguración porque fue cuando nació su hija. 'Tenía el móvil en la mano y el médico me reñía porque no estaba por la faena. Al cabo de nueve días me fui con la niña a Lisboa'. El restaurante se llama O acontecimento y está en el barrio de Lapa, en una calle empinada que desemboca en el mar.

Habían pasado dos años y parecía que sus deseos estaban colmados, pero alguien le mostró un pequeño local situado delante del Macba, una filigrana que llevaba el sello de Joan Brossa y encima tenía el horno del antiguo Convent dels Àngels en su sótano. Naturalmente dijo que sí. Se llama Pla dels àngels. Un año después la Diputación de Barcelona le proponía hacerse cargo del castillo de Montesquiu y la antigua casa de colonias, además de aportar actividades culturales. Ada no sabía ni dónde situarlo y mientras realizaba el viaje con su marido se decían uno al otro que ya tenían bastante y que dirían que no. Pero cuando vieron aquel entorno parecido a un vergel se quedaron de piedra. Se trata de un parque natural, a pocos kilómetros de Barcelona. Ada volvió a decir que sí, pero esta vez se asoció con Llorenç Torrado, que es el ideólogo de la programación. Cada fin de semana organizan una actividad distinta. Este marzo, por ejemplo, se puede desmenuzar un cerdo y elaborar butifarras, conocer los misterios del aceite, experimentar con la manzana o con lo que nos cae del cielo: el agua. Hay siempre una comida y sobremesa de café, copa y puro amenizada por Llorenç Torrado, que es una garantía de entablar una charla interesante y divertida. No contenta con todo ese trajín, Ada organiza un taller de cocina para niños de 4 a 10 años cada sábado en Coses de menjar. 'Es una manera de que los padres puedan comer tranquilamente', dice. Y para colmo ha terminado una novela de aires gastronómicos. 'Los Parellada estamos un poco locos', dice Ada riendo. Locos no lo sé, pero imparables, seguro.

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