Tribuna:

La otra globalización

En sus legítimos deseos de buscar una vida mejor, el segundo Foro Social Mundial (alternativo al Foro Económico Mundial celebrado por la elite del capitalismo en Nueva York) ha reunido a 60.000 personas, entre el 31 de enero y el 5 de febrero, en la ciudad símbolo de Porto Alegre bajo el lema Cambiar el mundo es posible.

De este modo, la ciudad brasileña conocida por su presupuesto participativo, y situada junto a Argentina ejemplo de aplicación de políticas ultraliberales, se configura como un lugar de encuentro de los movimientos sociales internacionales donde convergen las org...

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En sus legítimos deseos de buscar una vida mejor, el segundo Foro Social Mundial (alternativo al Foro Económico Mundial celebrado por la elite del capitalismo en Nueva York) ha reunido a 60.000 personas, entre el 31 de enero y el 5 de febrero, en la ciudad símbolo de Porto Alegre bajo el lema Cambiar el mundo es posible.

De este modo, la ciudad brasileña conocida por su presupuesto participativo, y situada junto a Argentina ejemplo de aplicación de políticas ultraliberales, se configura como un lugar de encuentro de los movimientos sociales internacionales donde convergen las organizaciones sindicales, campesinos, grupos ecologistas, nuevos movimientos de acción ciudadana, organizaciones feministas, etcétera. Un ámbito de referencia común entre aquellos que están en contra de la globalización liberal, un lugar donde se forja un espacio público internacional.

Tras las manifestaciones de Seattle, ciudad de EE UU donde empezó el movimiento antiglobalización, las reuniones de las organizaciones internacionales que antaño suscitaban un interés muy discreto hoy atraen la atención del mundo entero. Seattle ha conseguido que la sociedad, más sensibilizada, sea cada vez más crítica con las injusticias del progreso, y fue el lugar donde se confirmó la capacidad de acción internacional, de los grupos de ciudadanos contra las políticas realizadas por los países más poderosos y las empresas multinacionales, partidarios de una liberalización sin fin de la economía mundial.

En este sentido, Porto Alegre II marca una etapa muy importante. Además de la contestación a la globalización, y de las proposiciones parciales en determinados ámbitos (condonación de la deuda de los países pobres, redistribución más justa de la riqueza, construcción solidaria del desarrollo, problemas medioambientales, derechos laborales, anteponer la educación a la carrera armamentística...) emergen nuevos movimientos de acción ciudadana que intentan presentar un proyecto alternativo al liberalismo económico.

Por todo ello, el debate sobre la globalización enfrenta a los que están 'a favor' o 'en contra'. Así, se están creando dos discursos únicos. Para unos es parte de la solución, y engrandecen sus ventajas políticas y económicas, de la primacía de las tecnologías, de la nueva sociedad de la información. Para otros parte del problema, y la causa del ensanchamiento de la pobreza y otras injusticias. Insisten en que la riqueza del mundo está mal repartida, que los impactos negativos de la globalización generan el incremento de la distancia entre los ricos y pobres, particularmente entre el norte y el sur.

Entendemos que el debate útil no es una batalla entre solidaridad y egoísmo, es establecer si la globalización ayuda o no a quienes más lo necesitan. El problema no es que haya ricos, sino que existan grandes capas de la sociedad que sobreviven en la miseria. No debemos preocuparnos de los que tienen la vida resuelta sino de la situación y los problemas de los más pobres. Porque como afirma Susan George, presidenta del Observatorio de la Mundialización, 'no es cierto que si unos se enriquecen los otros se enriquecerán también'.

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La riqueza se acumula cada vez más en menos manos, y no sólo en los países en vías de desarrollo sino en países desarrollados. Así, según un estudio titulado Indicadores mundiales del desarrollo publicado, en el año 2000, por el Banco Mundial: sobre una población mundial de 6.000 millones de personas, el 16% percibe casi el 80% de la renta mundial (70 dólares por persona y día), frente a cerca de la mitad -2.800 millones- que se reparte sólo el 6% de la renta mundial (2 dólares por persona y día). Además, 1.200 millones de personas (20%) viven con menos de un dólar por día.

Llegado a este punto hay que preguntarse, ¿de qué sirve diseñar una economía global si en ella sólo va a tener cabida el 16% del planeta? Mientras un 65% de los habitantes del planeta nunca ha hecho una llamada telefónica.

Es evidente que la actual globalización es un proceso ambivalente: sólo beneficia a unos pocos y para el resto de la sociedad (sobre todo a los 2.800 millones de personas que viven por debajo del umbral de la pobreza) genera exclusión y mayor desigualdad. Sin embargo, al mismo tiempo es un formidable objeto de debate democrático. Por ello, es absolutamente necesario que los Estados -que representan las opiniones soberanas- las organizaciones no gubernamentales, las organizaciones de los trabajadores, y también las organizaciones internacionales ofrezcan una nueva regulación para cambiar el signo de la globalización e intentar recuperar al hombre como fin.

Marcel Proust dijo que 'a veces estamos demasiado dispuestos a creer que el presente es el único estado posible de las cosas'.

Vicente Castelló Roselló es profesor de la Universidad Jaume I de Castellón.

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