Crítica:

En la ciega decadencia

¿Era realmente el pintor y dramaturgo Witkiewicz el hombre terrible al que las madres temían encargarle los retratos de sus hijas y ante el que los hombres posaban con el temor de que les saltase los ojos con el lápiz en lugar de dibujárselos? Sobre nuestro autor corrieron toda clase de habladurías en la época, y esa época es nada menos que la treintena de años en que florecieron las vanguardias en Europa. Witkiewicz, junto con otros dos grandes escritores polacos, Bruno Schulz y Witold Gombrowicz, se enfrentó a la acomodaticia y adocenada literatura polaca del momento, introdujo las vanguardi...

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¿Era realmente el pintor y dramaturgo Witkiewicz el hombre terrible al que las madres temían encargarle los retratos de sus hijas y ante el que los hombres posaban con el temor de que les saltase los ojos con el lápiz en lugar de dibujárselos? Sobre nuestro autor corrieron toda clase de habladurías en la época, y esa época es nada menos que la treintena de años en que florecieron las vanguardias en Europa. Witkiewicz, junto con otros dos grandes escritores polacos, Bruno Schulz y Witold Gombrowicz, se enfrentó a la acomodaticia y adocenada literatura polaca del momento, introdujo las vanguardias -en su caso, no sólo en la narración, sino en el teatro y la pintura- y, como es natural, su obra resultó tan escandalosa que los bienpensantes decidieron aplicar su obra a su figura; y mientras él abría caminos a la novela en el mundo, en Varsovia los popes de la cultura lo crucificaban como a los personajes de sus obras.

LAS 622 CAÍDAS DE BUNGO O LA MUJER DIABÓLICA

Stanislaw I. Witkiewicz Traducción de Josep M. de Sagarra Destino. Barcelona, 2002 512 páginas. 19,25 euros

Genezyp Kapen es quien firma

el prólogo a esta primera novela de Witkiewicz; pero Genezyp Kapen es el protagonista de su gran pieza narrativa, escrita veinte años después, Insaciabilidad, que comienza así: 'Genezyp Kapen no toleraba la esclavitud bajo ninguna forma; desde su más tierna infancia manifestó hacia ella una aversión insuperable'. Pues de la esclavitud de lo convencional se separa este libro que comentamos hoy y que trata de la perversión y caída de un pintor llamado Bungo entregado a cometer toda clase de excesos con las mujeres y en especial con una, Akne, la mujer diabólica, cuya relación le vaciará hasta de su último aliento.

Dos son las vías que traza Witkiewicz para encarrilar la novela: la primera es un lenguaje repetitivo y exagerado cuya insistencia no cansa al lector, al contrario, marca un ritmo constante que ayuda decisivamente a la creación del escenario y a la credulidad de esta suerte de esperpento lúdico. La adjetivación es imponente (monstruosas depravaciones, tortura terrible, la locura como una enorme araña, descomposición de energía vital, abismo monstruoso, terror insoportable, un beso espantoso y desenfrenado, un placer infernal, el calor satánico de las piernas cruzadas de...). Es más, doy una muestra expresiva (y obsérvese el uso de opuestos): 'Sus ojos verdes y fríos, como los de un reptil, que atravesaban los cristales de diecisiete dioptrías de sus quevedos, contrastaban de un modo inquietante con la sonrisa infantil de su enorme boca roja, de hermoso contorno'. E incluso esta perla de lo degradante: 'Sus ojos (de Akne) hinchados e insomnes, rodeados de círculos violáceos, que empezaban a adquirir un tono de café, eran el colmo del más guarro embrutecimiento. Su semblante, casi verde, aparecía cubierto, aquí y allá, de colorete mal limpiado, mientras que sus labios, rojos, inertes y lastimados presentaban heridas y cortes en varios lugares (...) Parecía una cocotte de tercera después de una noche de duro trabajo'. El cegato es el Duque de Nevermore y la mujer, una cantante de ópera de altísimo nivel social. Junto a ellos, varios aristócratas encabezados por el Barón de Bufadero-Bluff, además de artistas, personas eminentes..., en fin, un círculo cerrado, hiperselecto. La estética es la del malditismo, la locura, la degradación sin límites, la autodestrucción.

La segunda vía es el mundo del arte, la busqueda de la belleza, del sentido de la existencia, que alienta en el Duque, el Barón, en el fantasmagórico idealista Tymbeusz y en el mismo Bungo. Evidentemente, la distorsión hasta lo grotesco de la historia y del lenguaje pone la perspectiva de lectura que necesita la obra: pues en ella hay una seria meditación sobre el sentido del arte y de las relaciones a través del erotismo como expresión límite de un deseo: el deseo de ser. Pero el mismo Witkiewicz advierte en el prólogo -disfrazado de Genezyp Kapen- que su novela no tiene 'fondo' y añade humorísticamente que el único fondo de la novela es el paisaje. Sin embargo, la Naturaleza se convierte en representación de la Vida como escenario y totalidad real, que es lo que, paradójicamente, Bungo busca por caminos turbulentos, lo que queda acentuado por el contraste entre personajes y paisaje. La creación de la femme fatale -corrupta y tierna, lasciva y amorosa- es realmente fascinante. Ella es quien es, sin más, misteriosa y abierta a la vez, y Bungo, quien resulta devorado por ella; pero, en este caso, la mantis devora a quien se deja: la indolencia, la indisciplina, la falta de voluntad de Bungo para consigo mismo, es culpable y consciente. El encuentro de ambos ahonda la escisión de Bungo entre el ser que busca el límite del cielo y el que busca el límite del abismo: no hay sutura posible. La imaginería pertenece a ese mundo de entreguerras del siglo XX en la ceguera de la decadencia.

La novela, aunque descosida a ratos, posee una rara intensidad y todas las cualidades que cuajarán definitivamente en Insaciabilidad. Me creo en el deber de advertir que no es lectura fácil. Tampoco pornográfica, pero sí muy tentadora.

Autorretrato de Stanislaw I. Witkiewicz

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