Columna

Instante

Ese día, el cielo desde la plaza de Catalunya era una bandeja de plata con resplandores fríos. Las ramas y ramillas de los plátanos trazaban el córtex cerebral, según Ramón y Cajal, contra la fachada de El Corte Inglés. Esta megaempresa atormenta a sus clientes con la peor arquitectura, pero en Barcelona se encomendó un retoque a buenos profesionales. El municipio se impuso. Un poder ilustrado actuó con firmeza a favor de sus ciudadanos.

En la plaza, grupos de negros y magrebíes esperaban un milagro; sin embargo, el milagro, a veces, ocurre. Muchos de los que se encerraron hace unos mes...

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Ese día, el cielo desde la plaza de Catalunya era una bandeja de plata con resplandores fríos. Las ramas y ramillas de los plátanos trazaban el córtex cerebral, según Ramón y Cajal, contra la fachada de El Corte Inglés. Esta megaempresa atormenta a sus clientes con la peor arquitectura, pero en Barcelona se encomendó un retoque a buenos profesionales. El municipio se impuso. Un poder ilustrado actuó con firmeza a favor de sus ciudadanos.

En la plaza, grupos de negros y magrebíes esperaban un milagro; sin embargo, el milagro, a veces, ocurre. Muchos de los que se encerraron hace unos meses en la iglesia del Pi tienen hoy trabajo y vivienda. Barcelona ha sido la ciudad con mayor número de inmigrantes legalizados en el año 2001. El poder tomó las decisiones adecuadas y la ciudadanía crece con gente joven y vigorosa.

Iba yo hacia la Biblioteca de Cataluña porque es un privilegio estudiar bajo arcos góticos, pero antes de llegar me topé con la salida de un colegio. Tardé un instante en percatarme de que todos eran hijos de inmigrantes. El grupo de criaturas coreaba algo incomprensible. Luego vi a una niña de finos rasgos orientales que se hacía la ofendida y daba zapatazos contra el suelo. Sus compañeros -negros, árabes, paquistaníes, filipinos- gritaban: '¡A Susi le gusta Ahmed!'. No pude ver a Ahmed, pero Susi, aunque fruncía el ceño y trataba de golpear a los más próximos, estaba feliz. Por fin se hacía público su secreto. Dentro de veinte años es posible que Susi nos narre su infancia en la ciudad cristiana, y quizás nos hable de Ahmed, ese primer atisbo del oscuro río de la sangre que a veces nos hace volar y otras nos derriba. Sabremos entonces cómo era hoy Ahmed, y quizás qué fue de Ahmed cuando yo ya no pueda leer la novela y Susi ignore que fui testigo de su primer vuelo.

Ese día tuve la impresión jovial, aunque efímera, de que vivía en una ciudad Estado, un territorio libre, una república en la que los ciudadanos valen por sí mismos, por su coraje, su pasión y su destreza; un lugar que no vive encerrado en su memoria, sino abierto por el deseo. Me sentí como supongo han de sentirse aquellos que tienen patria.

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