Reportaje:

'¡Es la confianza, estúpido!'

La auditora Arthur Andersen intenta recuperar su credibilidad después de ser despedida por Enron

Excepto las Gemelas, no han caído en Estados Unidos torres más altas que la de Enron. Era, ahora se sabe, una torre de papel con una impresionante fachada. La onda expansiva no sólo amenaza la supervivencia de sus auditores, Arthur Andersen, sino que está desestabilizando los propios cimientos en los que se asienta la maquinaria de los mercados financieros norteamericanos.

'It's the trust, stupid' ('es la confianza, estúpido') es el dicho que ahora resuena. La confianza que están perdiendo los inversores en un sistema que ha fallado de principio a fin: los gestores no gestionaron...

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Excepto las Gemelas, no han caído en Estados Unidos torres más altas que la de Enron. Era, ahora se sabe, una torre de papel con una impresionante fachada. La onda expansiva no sólo amenaza la supervivencia de sus auditores, Arthur Andersen, sino que está desestabilizando los propios cimientos en los que se asienta la maquinaria de los mercados financieros norteamericanos.

Ya se dice que en un horizonte no muy lejano se perfila una fusión de Arthur Andersen con alguna de las otras 'Big Five'

'It's the trust, stupid' ('es la confianza, estúpido') es el dicho que ahora resuena. La confianza que están perdiendo los inversores en un sistema que ha fallado de principio a fin: los gestores no gestionaron, los auditores no auditaron, los analistas no analizaron, los fiscalizadores no fiscalizaron, y así se creó el gran espejismo en Wall Street. La pregunta es cuántas réplicas de Enron hay ocultas, y la respuesta del Gobierno ha sido, por el momento, la apertura de 11 investigaciones y un replanteamiento nacional de los mecanismos de control y auditoría.

El mayor depositario de la confianza en Enron era Arthur Andersen, y es también, por ello, el principal protagonista en el reparto de responsabilidades externas. Otra cúspide (con unos ingresos de 9.300 millones de dólares y 85.000 empleados) que se tambalea. Y no a consecuencia de los errores ajenos, sino de los suyos propios. Porque a medida que se va desentrañando la madeja del escándalo hay un hecho irrefutable: los auditores estaban al tanto de las filigranas contables que precipitaron la bancarrota, pero decidieron hacer la vista gorda, incluso a riesgo de perder su reputación y de, quizá, incurrir en responsabilidades legales.

Golpe a la credibilidad

Joseph Berardino, el consejero delegado de Arthur Andersen, no quiso hablar este jueves en Miami (apenas dos horas después de que Enron despidiera a su empresa) sobre las razones que impulsaron a sus auditores a ignorar irregularidades de la magnitud de las 900 subsidiarias que Enron mantenía en paraísos fiscales, o el impago de impuestos por varios años. Se limitó a decir que 'la escala de la crisis nos ha alertado a todos de lo que pasa en nuestra profesión y nos obliga a revisar nuestra forma de operar'. Pero admitió el golpe que había sufrido su credibilidad.

La mayoría de los observadores, entre ellos el profesor Edward Ketz, de la Universidad de Pensilvania, opina que Andersen no destapó el montaje porque le habría supuesto la pérdida de Enron como cliente, lo cual se considera un anatema en el negocio de las auditorías. Según Ketz, esa práctica no es un hecho aislado, sino un problema endémico en el sector.

Los auditores se deben en teoría al público que confía en su certificación de cuentas antes de comprar acciones, pero quienes les pagan son las empresas que auditan, con las que frecuentemente tienen una relación doble e incestuosa, como auditores y como consultores, que pone en duda su independencia.

Andersen, por ejemplo, recibió el año pasado de Enron unos honorarios de 52 millones de dólares, 27 millones de los cuales fueron por labores de asesoría. (Desde que en 1990 comenzó a hacer consulting con las empresas que audita, sus ingresos se han más que triplicado).

'En las corporaciones de este país no se premia el buen trabajo, sino a quien genera ganancias. Además, los socios auditores de Andersen y otras firmas no tienen un sueldo fijo, sino que cobran en base a los clientes, y nadie quiere deshacerse de sus clientes confrontándoles con su mala contabilidad', dice Dirk Lorentzen, abogado especialista en litigación comercial que acaba de demandar a otra de las Big Five, KPMG. (Además de Andersen y KPMG, las otras tres grandes auditoras son Ernst & Young, Pricewaterhouse Coopers y Deloitte & Touche).

La 'cultura corporativa' a la que se refiere Lorentzen comenzó a fines de los ochenta y es la que ha empujado a Enron hacia el precipicio y a Arthur Andersen lo ha dejado al borde. Es despiadada, arrogante, fomenta el degüello, la ambición y prioriza las ganacias sin reparar en cómo se generen. Empezó a pasar de moda el 11 de septiembre y muchos vaticinan que Enron ha sido el clavo final.

Andersen, KPMG y Deloitte se opusieron vehementemente hace dos años a que la Securities and Exchange Commission (SEC) les cambiara las reglas del juego eliminando la posibilidad de los contratos de asesoría. Y ganaron la batalla con su lobby en el Congreso. El SEC, que es un organismo privado, es el único que supervisa a los auditores, pero su papel es muy limitado, aunque impone multas (como la que obligó a pagar en mayo a Andersen de siete millones de dólares por certificar 1.000 millones de ganancias fantasmas en Waste Management). De hecho, los contadores se autorregulan desde 1977 a través de una Junta Pública. Y garantizan la fiabilidad de las auditorías con evaluaciones mutuas: Deloitte aprobó recientemente a Andersen.

Entre los Big Five es 'habitual' la destrucción de documentos, señala el abogado Lorentzen. 'Ellos mismos crean su política interna y luego sólo tienen que decir 'hemos cumplido con nuestras normas'...'. Y continúa, 'la idea es poder decir 'no tenemos las notas para recordar cómo llegamos a esa conclusión porque las hemos destruido'; y si no existen notas, ¡no existe rastro de haber hecho algo inapropiado!'.

Demanda civil

Lo que ha situado a Andersen en el ojo del huracán Enron ha sido precisamente la sospechosa destrucción de documentos. Para controlar el daño que le ha causado a su credibilidad, el consejero delegado de Andersen, Berardino, ha optado por aislar el problema a su sucursal de Houston, despidiendo al auditor jefe después de que admitiera la destrucción de miles de documentos sobre Enron. De esa decisión que, según Berardino, tomó en solitario David Duncan, el auditor jefe en Houston, y según Duncan, tomó siguiendo las indicaciones de los abogados de la empresa, se pueden derivar imputaciones de obstrucción de la justicia. Lo que ya es seguro es que Duncan ha decidido cooperar con las autoridades.

Incluso si Andersen saliera libre de toda sospecha en la saga Enron, aún tiene que enfrentarse a una demanda civil colectiva de los accionistas (que EL PAÍS/Negocios adelantó en su edición del 30 de diciembre), y un desastre de relaciones públicas que puede arruinarla. Berardino admite que el golpe ha puesto en tela de juicio su credibilidad, 'que es nuestro principal activo'.

Mientras, varios clientes han empezado a rescindir su contrato con Andersen, y éste, a su vez, ha suspendido la contratación de nuevos empleados. Y ya se habla de que en un horizonte no muy lejano se perfila una fusión con alguna de las Big Five, posiblemente con Ernst & Young o KPMG.

La sede central de Arthur Andersen, en Chicago, está en el punto de mira de las autoridades tras el escándalo Enron.AP

El año de las bancarrotas en Estados Unidos

El año 2001 pasará a la historia como el año de la bancarrota en EE UU. Un total de 255 empresas cotizadas en Bolsa presentaron suspensión de pagos, superando todos los récords anteriores. El año anterior lo habían hecho otras 176 empresas, cifra que ya había desbancado del podio al año 1991, azotado por una oleada de 123 bacarrotas. La suma de los activos ascendió a 258.500 millones de dólares, que representan más del doble de año anterior. En esa cantidad están incluidos los activos de Enron, que, según el expediente de bancarrota, eran de 63.300 millones de dólares, la mayor de la historia. Al menos uno de los dos bancos con los que operaba Enron, JP Morgan (el otro es Citigroup) minimizó las estimaciones de riesgo de varios préstamos al gigante energético y ahora es objeto de escrutinio de las autoridades federales que investigan si engañó a sus accionistas. El caso ha destapado también fallos en un estilo de banca, conocido como one-stop banking, considerado innovador porque combina la banca comercial con la de inversiones y facilita las operaciones a clientes corporativos. La investigación de la Securities and Exchange Commission se centra en préstamos en forma de contratos mercantiles de petróleo y gas que ahora los seguros no respaldan porque estaban 'disfrazados' para no aparecer en la cuenta de balances de Enron. Los préstamos de cientos de millones de dólares se canalizan, además, a través de una de las 900 sociedades interpuestas que mantenía Enron en paraísos financieros para encubrir las pérdidas, y que a su vez Arthur Andersen pasó por alto. JP Morgan ha tenido que corregir su cálculo de riesgo de dicho préstamo de los 965 millones de dólares en los que lo había valorado a 2.600 millones de dólares, diferencia que repercute en sus accionistas.

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