Tribuna:REDEFINIR CATALUÑA

¡Disfrutad, disfrutad, malditos!

Soy una hedonista. Esta afirmación, que para mí explica una manera de ver la vida, nunca habría tenido aires de declaración de principios si una conspicua miembro del Opus Dei, santa mujer para más señas, no me la hubiera lanzado contra mis pecadoras carnes cual grito de guerra. 'Vosotros, los hedonistas, soy un cáncer social', me lanzó con divina providencia la muy providente lagarta. Fue así como descubrí que el hedonismo formaba parte de los pecados capitales y que, por tanto, adquiría matices altamente interesantes que no había adivinado. Un arduo trabajo de investigación posterior, activo...

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Soy una hedonista. Esta afirmación, que para mí explica una manera de ver la vida, nunca habría tenido aires de declaración de principios si una conspicua miembro del Opus Dei, santa mujer para más señas, no me la hubiera lanzado contra mis pecadoras carnes cual grito de guerra. 'Vosotros, los hedonistas, soy un cáncer social', me lanzó con divina providencia la muy providente lagarta. Fue así como descubrí que el hedonismo formaba parte de los pecados capitales y que, por tanto, adquiría matices altamente interesantes que no había adivinado. Un arduo trabajo de investigación posterior, activo en los pecados de la carne y los placeres de la vida, me llevó a una doble convicción: ciertamente era una hedonista. Y serlo no significaba sólo intentar pasármelo francamente bien, también significaba una clara rebeldía. Hoy, que estoy por la labor de prometerme cien mil cosas que no cumpliré para el año que viene, y que despido el año como todos, con esa magnífica nostalgia que da lo vivido y lo paladeado -bon vent i barca nova!-, me parece interesante liberarles a ustedes de la reflexión más puramente política y darme un respiro. Hablemos, pues, de la vida, de esa vida que es el único patrimonio que tenemos, más allá de los engaños de la trascendencia... Hablemos de deseos, deseos escritos en la carta a esos Reyes simpáticos que no dependen de los presupuestos generales, emigrantes ilegales en la patria ilegal de los sueños.

Por supuesto que mi primer deseo para ustedes, mis queridos malditos, es todo lo ya sabido: economía aceptable, salud sin novedades, vida compartida... Y, ¿cómo no?, un mundo mejor, con toda la densa carga de rabia, indignación y lucha que una tan simple frase acumula. Y puestos a pedir, ¿por qué no un viajecito a la jubilación de ese conseller prepotente que nos chulea en medio del fiasco de las eléctricas con la alegría de los dioses menores? Subirà, subirá, subirá..., pero no hay manera de que baje... O también, ya animados, una Administración catalana que sencillamente administre bien, sin tanto credo doctrinal pero con un poco más de credo público, liberada de todos esos aprendices de yuppies repeinados que han convertido lo colectivo en propiedad privada. O..., pero prometíamos hablar de la vida y a ello me lanzo, con el vértigo que da lo realmente serio, lo íntimo. Mis deseos, en noble progresión jerárquica, son también dardos ideológicos que me permito contra esa sociedad conservadora, remoralizante y harto pesada que los nuevos tiempos nos van consolidando. Deseos gamberros, pues, incorrectos como sólo es incorrecta la libertad. Primer deseo: sexo, mucho sexo. Hagan ustedes el amor como locos, amigos, todo lo que puedan, como puedan, con la gente que aman o desean, señoreando en el paraíso de la piel, único lenguaje que no tiene gramática. O la tiene parda... En estos días extraños donde compartimos una máxima libertad sexual con una regresión de los valores que la hicieron posible, y donde hay mucho que volver a conquistar, no sobra levantar la copa y brindar por el sexo. 'Salud', que dirían los añorados Rodríguez en su brindis eterno. La sexualidad vivida en plenitud, imaginada día a día, reinventada, ganada a golpe de valentía y riesgo, ¡qué noble moral! Y digo moral porque los inmorales tenemos una moral de hierro, aunque no sufragada por dioses, miedos atávicos o intangibles poderosos. Tenemos la moral que nos da amar la vida.

Deseo de placeres diversos, todos ellos o cada uno, en la medida en que cada cual pueda y quiera, a elección del lado salvaje que tenemos que permitirnos si no queremos morirnos antes de tiempo. La libertad pasea a lomos suaves, pero también cabalga a la velocidad del viento: sólo hace falta saber dominar las riendas. Queridos malditos, que el lado salvaje os visite tanto como os visita la cómoda placidez de lo sabido...

Deseo, también, de felicidad, pero no entendida como lo haría mi dulce y magnífico poeta Vinyoli, como si fuera un momento extraño e indomable, casi imperceptible -'moments inesperats, d'intensa felicitat, que no podem fer nostres, ni retenir gaire estona!'-, sino como un lenguaje vital, el idioma de la vida. Saber relacionarse bien con la vida, aprender a escribir el propio tiempo con la pluma que uno mismo se ha forjado, eso es algo parecido a ser feliz. Que los dioses os den mucho de ello, mucho de saber saberse, de saber mirar, de saber gustar. Me dirán que los deseos son más fáciles que las realidades, cuando éstas pesan con tragedias no anunciadas, y tendrán razón. Pero ¿no son los deseos un puro intento de reescribir las realidades? Que tengan ustedes, pues, mucha densidad de vida, y el coraje para vivirla...

Deseos de desear ser amado, porque el amor aúna lo salvaje y lo plácido, lo tranquilo y lo irreverente, y da sentido al verbo compartir. De adolescente me quedé enganchada con una descripción de Faulkner que retrataba finamente la soledad: 'Em sento com una llavor humida perduda dins la terra calenta i cega'. Y ciertamente la soledad tiene mucho de conquista en este mundo tan masificado. Me decía Pepe Rubianes: 'Estoy solo porque lo he luchado'. Pero con permiso de ese divino monstruo, y otros grandes solitarios, el paso del yo al nosotros, cuando es un paso inteligente, pactado, libre, ¡qué maravilla de paso! Os deseo mucho trazo compartido, mucho plural en ese singular implacable que es la vida.

Y finalmente os deseo lo que deseéis, fieles a la capacidad de sorprendernos. Que la vida os seduzca con las artes malignas de la piel hermosa, de la belleza de los sentimientos inesperados, con la fascinación de lo íntimo. En estos días en que a una le da por maldecir ese manicomio redondo que fue creado en un día de tontería de los dioses, también le da por enamorarse del tiempo que nos toca. Tiempo es lo que tenemos, única riqueza que no pueden vender los mercaderes de sueños. Vivan, pues, su tiempo con todo el placer de que sean capaces. ¡Placer! ¡Tamaña palabra en boca de los censuradores! ¡Tamaña conquista en manos de los seres libres!

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