Crítica:ESTRENO

Una extraña familia

Como si pretendiera ser fiel a aquella irónica definición que su padre, Juan Antonio Bardem, acuñara hace ya muchos años, referida a Frank Capra ('Nuestra abuelita Capra'), Miguel Bardem parece dispuesto, en ésta, su segunda película en solitario tras la interesante La mujer más fea del mundo, a aportar su granito de arena a la causa de la desmitificación del cineasta que mejor retrató a la familia (americana) de su tiempo.

De manera que Noche de Reyes parece el reverso cruel de ¡Qué bello es vivir!, una peripecia sin ángeles pero con japoneses, con problemas de din...

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Como si pretendiera ser fiel a aquella irónica definición que su padre, Juan Antonio Bardem, acuñara hace ya muchos años, referida a Frank Capra ('Nuestra abuelita Capra'), Miguel Bardem parece dispuesto, en ésta, su segunda película en solitario tras la interesante La mujer más fea del mundo, a aportar su granito de arena a la causa de la desmitificación del cineasta que mejor retrató a la familia (americana) de su tiempo.

De manera que Noche de Reyes parece el reverso cruel de ¡Qué bello es vivir!, una peripecia sin ángeles pero con japoneses, con problemas de dinero y solidaria buena voluntad del pueblo llano, pero con una buena dosis de vitriolo para retratar a la clase media hispana de ahora mismo, una panda de impresentables que no tienen idea del lugar que ocupan en el mundo, pero que se dan al deporte del ascenso social con toda su alma.

NOCHE DE REYES

Director: Miguel Bardem. Intérpretes: Joaquín Climent, Kiti Manver, Elsa Pataky, Lunas McGill, Melani Olivares, Fele Martínez. Género: comedia, España, 2001. Duración: 105 minutos.

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Capra, pues, y del revés; pero en realidad, un Capra pasado por el ácido lisérgico: el desmadre coral que Bardem pone en juego en el filme, su ritmo espástico, la proliferación de personajes siniestros y situaciones increíbles fuerzan mucho la credulidad del respetable, lo llevan en algún momento hasta el límite mismo del abismo. La función la salva, no obstante, un puñado de actores espléndidos, caras relegadas habitualmente a tareas secundarias (Climent, Manver, más la regocijante niña McGill, espléndida), y la mala baba que, más allá de algún balbuceo, destila esta comedia a la que, sinceramente, no le hubiera venido mal un poco de contención.

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