Editorial:

Adiós al ABM

Al rebufo de una campaña militar en Afganistán que considera plenamente exitosa, Bush ha cumplido lo que anticipó en su carrera hacia la presidencia: denunciar de forma unilateral, con seis meses de antelación, el tratado ABM suscrito con Rusia en 1971, que limitaba las defensas contra misiles balísticos. EE UU queda así con las manos libres para desarrollar plenamente el proyecto favorito de Bush de defensa contra misiles. El tratado ABM respondía a la lógica de la guerra fría, pero su denuncia puede generar una dinámica de más inestabilidad, en un mundo en que la mayor amenaza puede ser la p...

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Al rebufo de una campaña militar en Afganistán que considera plenamente exitosa, Bush ha cumplido lo que anticipó en su carrera hacia la presidencia: denunciar de forma unilateral, con seis meses de antelación, el tratado ABM suscrito con Rusia en 1971, que limitaba las defensas contra misiles balísticos. EE UU queda así con las manos libres para desarrollar plenamente el proyecto favorito de Bush de defensa contra misiles. El tratado ABM respondía a la lógica de la guerra fría, pero su denuncia puede generar una dinámica de más inestabilidad, en un mundo en que la mayor amenaza puede ser la proliferación de armas de destrucción masiva, frente a las que Bush prefiere tratar de defenderse antes que impedir su desarrollo. Paralelamente, en Ginebra, EE UU ha socavado el tratado contra las armas biológicas al negarse a suscribir un protocolo sobre su control.

Tras buscar el apoyo de una coalición para la guerra de Afganistán como respuesta al ataque terrorista sufrido el 11 de septiembre, Bush da ahora muestras de recaer en un preocupante unilateralismo. Y aunque ha prometido una razonable y marcada reducción de los armamentos nucleares de EE UU, no contempla que ello se plasme necesariamente en un tratado de obligado cumplimiento. Pese al caluroso acercamiento entre Washington y Moscú, la denuncia del ABM puede dificultarle a Putin avanzar en una reducción paralela del armamento ruso.

Putin ha considerado que la decisión de Bush es un error, aunque no lo considera como una amenaza a su seguridad. Pekín ha reaccionado también negativamente, aunque con cautela. Lo preocupante no es que EE UU construya un sistema de defensa antimisiles que se desconoce si funcionará o no, sino que ahora, libre de estas ataduras, la hiperpotencia busque conseguir la supremacía militar en el espacio, reconocido por esta Administración como la próxima frontera.

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El Gobierno francés ha pedido que el tratado ABM no sea abolido de un plumazo, sino reemplazdo por uno nuevo, ya no bilateral, sino internacional, que asegure la estabilidad en el nuevo contexto global. Una notable diferencia respecto del Gobierno de Aznar, que, haciendo gala de su seguidismo de Washington, dio ayer su apoyo oficial a la decisión de Bush sin plantear ninguna inquietud acerca de la nueva carrera de fabricación de armas de destrucción masiva que puede desatar.

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