Editorial:

El nivel de los alumnos

Un reciente informe de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE) ha reactivado el debate sobre el nivel de los alumnos españoles de educación secundaria. Las conclusiones del programa Pisa, realizado en 32 países, señalan que los estudiantes españoles de 15 años están por debajo de la media en matemáticas y lectura, así como que uno de cada cinco no alcanza el nivel mínimo en matemáticas y que sólo el 9% llega al máximo. Sin embargo, su puntuación en el análisis de textos es satisfactoria. Estos resultados se han hecho públicos cuando el Gobierno está a punto de dar ...

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Un reciente informe de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE) ha reactivado el debate sobre el nivel de los alumnos españoles de educación secundaria. Las conclusiones del programa Pisa, realizado en 32 países, señalan que los estudiantes españoles de 15 años están por debajo de la media en matemáticas y lectura, así como que uno de cada cinco no alcanza el nivel mínimo en matemáticas y que sólo el 9% llega al máximo. Sin embargo, su puntuación en el análisis de textos es satisfactoria. Estos resultados se han hecho públicos cuando el Gobierno está a punto de dar a conocer el primer borrador de su Ley de Calidad, con la que pretende reformar esta etapa educativa.

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La crisis en la educación secundaria es general en la mayoría de los países desarrollados. Lo que los alumnos necesitan aprender hoy en día no es, en muchos aspectos, lo que los profesores están en condiciones de enseñar. Los datos de España no son buenos, pero las comparaciones deben tomarse con prudencia, porque los sistemas son distintos y no siempre coinciden los objetivos docentes en cada tramo de edad. Y porque más importante que los datos en sí es la tendencia en el tiempo. A mediados de los noventa, en las pruebas de matemáticas España estaba mucho más atrás que ahora, sólo por delante de Grecia y Portugal.

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El aumento de la edad de la escolarización obligatoria de los 14 a los 16 años -un avance imprescindible introducido en 1990 con la aprobación de la LOGSE- ha provocado no pocos problemas en la educación secundaria obligatoria, al prolongar la permanencia en las aulas de escolares que no quieren estudiar. Ello influye en la valoración final, que de todas formas es mejor en conjunto que las de países como Italia o Alemania. Datos preocupantes son el alto índice de puntuaciones mediocres y el escaso número de estudiantes situados en un nivel excelente. Otro problema es el desajuste entre lo que aprenden los niños españoles y su capacidad para aplicarlo.

La reforma de la educación secundaria obligatoria (ESO) que quiere hacer el Gobierno con la Ley de Calidad establece la división de los alumnos a los 14 años en tres itinerarios según su rendimiento: uno hacia el bachillerato, otro hacia la formación profesional y un tercero para los que vayan a abandonar el sistema educativo al final de esta etapa. Los resultados del estudio más bien cuestionan la conveniencia de una separación tan temprana del alumnado, sistema aplicado en Alemania con resultados bastante bajos. Por otra parte, es conocida la influencia de los factores socioeconómicos en el resultado de los alumnos, factor que el estudio recuerda. Es verosímil suponer que una separación de los alumnos por rendimiento al inicio de la adolescencia recortará aún más la posibilidad de que la enseñanza misma sea un factor que palie los efectos de las diferencias sociales en su formación.

Las reformas del marco legal deberían ser consecuencia de una idea clara sobre los problemas de la enseñanza. El estudio de la OCDE -realizado con una muestra de más de 250.000 estudiantes- aporta algunos síntomas, pero dista de ser un diagnóstico preciso. Y la experiencia indica que, por bien intencionados que puedan ser los cambios que se planteen, sin un apoyo decidido (en formación y recursos) del desmotivado profesorado, sin un aumento considerable de la inversión en educación secundaria (España ocupa uno de los últimos puestos en gasto por alumno de la UE) y sin programas dirigidos a fomentar la implicación de las familias en los centros, será difícil que las reformas solucionen los problemas.

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